Para ordenar la nuestra
Y una vez logran cruzar la frontera, los haitianos encuentran empresas y familias prestas a saltarse la ley para contratarlos
En la repartición de un planeta que el hombre no creó, queda mucho descontento con el territorio y con los vecinos que a cada nación le han tocado. Haitianos hay que piensan mal de los dominicanos y desearían que la isla fuera solo suya. Y dominicanos que piensan mal de los haitianos y desearían que sus vecinos fueran otros. Nada extraño. A pesar de las diferencias culturales, los rencores arrastrados, los diferendos, las frecuentes crisis nacionales, los tiranos, los juicios y prejuicios, los escarceos que la proximidad genera, en los últimos 160 años salvo los acontecimientos de 1937, entre Haití y República Dominicana no se han producido los encontronazos que hemos visto entre vecinos más “afines y civilizados”.
Aun cuando las migraciones son la sazón de la tierra y todos somos inmigrantes o descendientes de inmigrantes, la masiva llegada de “otra gente" sigue generando aprensiones y recelos. Sobre todo, si los recién llegados proceden de “países atrasados” y traen las alforjas vacías. En la medida en que la tecnología y el comercio transforman el globo en una aldea, las visibles desigualdades entre los países y la búsqueda de mejores condiciones de vida provocan grandes desplazamientos humanos. Y como raras veces un país recibe el perfil y el número de personas que desea, al desafiar todas las fronteras, esos desplazamientos están convirtiendo las migraciones en uno de los temas más conflictivos de nuestro tiempo.
Pues bien, en las últimas décadas, República Dominicana ha logrado un crecimiento económico y una estabilidad política que la han transformado en un destino migratorio que atrae ciudadanos de muchos países. Ese crecimiento y esa estabilidad contrastan con el extendido estancamiento de Haití, una de las naciones más pobres del planeta, creando diferencias de desarrollo que la cercanía transforman en crecientes presiones migratorias.
Preocupados por esas presiones se ha postulado que no hay solución dominicana a la problemática de Haití, lo cual es correcto. Y se ha pedido una intervención de la comunidad internacional para poner el orden en la casa del vecino, lo cual podría ser un error. Sin un Estado que funcione y una economía que produzca, el estancamiento económico y político de Haití continuara provocando crisis internas cada vez más retadoras.
Todo el mundo desea que los haitianos se pongan de acuerdo para desarrollar su país, reciban el apoyo solidario y entusiasta de la comunidad internacional, y tengan éxito. Pero las intervenciones han probado ser útiles para desmembrar, explotar y generar migraciones masivas, no para organizar y desarrollar naciones. Las prolongadas intervenciones que ha sufrido Haití no le han ayudado a construir las bases para un desarrollo económico, político e institucional de largo aliento. Durante las últimas se acentuaron los flujos migratorios que ahora nos preocupan.
Más aún, las diferencias de desarrollo son tan grandes que, a juzgar por la experiencia dominicana, se necesitarían muchas décadas de crecimiento sostenido para reducir las presiones migratorias. Los dominicanos comenzaron a emigrar en masa alrededor de 1970, cuando todavía el país era muy pobre. Medio siglo después, a pesar de los avances que han convertido el país en un destino migratorio, muchos dominicanos continúan arriesgando vida y fortuna para irse a vivir a otras tierras.
Si traemos esos elementos a colación para ilustrar un punto. Al margen de los costos y los beneficios que cada uno le asigne, salvo que algún acontecimiento revierta el desarrollo político y económico dominicano, la migración haitiana se mantendrán por mucho tiempo. Si la responsabilidad de construir un estado que funcione y una economía que produzca es de los haitianos, la responsabilidad de aplicar los mecanismos necesarios, no para impedir la migración, sino para evitar desplazamientos masivos que pudieran desafiar el control del territorio, es de los dominicanos.
Curiosamente, mientras se hacen enérgicas declaraciones, se pronuncian grandes discursos, se realizan marchas patrióticas, allá, donde se bate el cobre, aparecen consulados que sin mucha ocultación otorgan visas al por mayor, y guardianes que facilitan el cruce y recruce masivos de personas y de cosas. Y una vez logran cruzar la frontera, los haitianos encuentran empresas y familias prestas a saltarse la ley para contratarlos. Siendo la migración un proceso tan desafiante y nuestras relaciones con Haití tan cruciales, mientras nos preocupemos por el desorden en la casa del vecino, quizás convenga hacer mayores esfuerzos para ordenar la nuestra.
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