Precios mentirosos: el caso del gas natural vehicular

Hay que ir creando conciencia de que un país pequeño como el nuestro y con recursos fiscales limitados no se puede dar el lujo de subsidiarlo todo a cualquier costo, porque esto al final dará resultados que no son ni económica ni socialmente deseables

(Shutterstock)

En una economía de mercado los precios juegan un rol fundamental, pues son el mecanismo de transmisión fundamental de la información para que los productores y consumidores tomen sus decisiones.

Un precio más alto manda la señal a los productores de aumentar su producción porque les podría resultar más rentable, pero a la vez, un mayor precio desincentiva el consumo. El mercado, a través de la interacción de la oferta y la demanda, llega a un resultado que los economistas llaman “equilibrio”.

Obviamente, este mundo ideal ocurre en ausencia de distorsiones. Pero si algo abunda en el mundo real son precisamente distorsiones que hacen que los precios no transmitan la información de manera correcta. Es lo que el economista chileno Ernesto Fontaine denominó como “precios mentirosos”.

Existen muchas razones por la que los precios pueden ser mentirosos. Por ejemplo, ante la presencia de externalidades negativas, como la contaminación, las empresas producen una mayor cantidad del bien de la que es socialmente deseable. La presencia de mercados monopólicos es otro ejemplo de distorsión en los mercados, que lleva a que los precios sean mentirosos en el argot del profesor Fontaine.

La política de impuestos y subsidios del Gobierno, si bien puede ayudar a corregir distorsiones como las que ocurren ante la presencia de externalidades, también puede contribuir a que los precios no transmitan la información adecuada y se conviertan en precios mentirosos. En el país y en América Latina en general abundan los ejemplos, siendo uno de los principales la política de fijar precios artificialmente bajos en sectores claves de la economía.

En nuestro caso hay muchos ejemplos de precios que históricamente han sido mentirosos. Es decir, los Gobiernos, por razones políticas, fijan un precio artificialmente bajo. Esto lleva a productores y consumidores a tomar decisiones erróneas, lo cual al final afecta de manera significativa la eficiencia económica.

Históricamente el precio de la tarifa eléctrica se ha fijado a un nivel que no refleja la evolución de los precios mundiales de la energía, que es su principal insumo. El resultado es un servicio ineficiente y un sector que de manera permanente está en crisis.

Otros ejemplos son los precios de servicios públicos, como el agua y la recogida de basura. En ambos casos, históricamente han tenido precios muy bajos o simplemente no se cobra nada. ¿Y cuál ha sido el resultado? Un servicio deficiente.

Comparen los servicios de electricidad, agua y recogida de basura contra el excelente servicio de telecomunicaciones que recibimos en el país desde hace décadas. Una gran diferencia es que mientras los tres primeros han tenido precios mentirosos, el servicio de telecomunicaciones ha mantenido un precio que en gran medida refleja sus costos y permite a las empresas proveedoras obtener retornos razonables.

Otro ejemplo es el caso del gas natural vehicular. Recientemente el Gobierno tomó la decisión de hacer un aumento de cinco pesos al precio que paga el consumidor. Y las reacciones negativas no se han hecho esperar.

Pero pocas personas se han detenido a analizar ese mercado, cuyo precio estuvo congelado durante seis años. O sea, que se cargaba el mismo precio al consumidor independientemente de lo que pasara con el precio internacional de dicho combustible, con el costo de transportarlo y con otros cargos que vienen determinados por factores internacionales.

Es entendible que los Gobiernos tomen la decisión de subsidiar precios claves de la economía. De hecho, esto es necesario, sobre todo en épocas de gran volatilidad e incertidumbre. Lo que no se puede pensar es que una economía puede funcionar con precios mentirosos de manera permanente.

En ese sentido, en condiciones internacionales muy adversas, hay que reconocer que el Gobierno ha intentado mover algunos de estos precios. Y en otros casos, como el servicio de agua, al menos inició la discusión.

Los dominicanos nos hemos (mal) acostumbrados a que muchos bienes o servicios no se paguen o bien se pague algo que no representa para nada el costo de producirlos. El resultado a largo plazo es la provisión de bienes o servicios deficientes en sectores claves como la energía, los combustibles, la recogida de basura y la provisión de agua.

No se trata obviamente de que ahora se corrijan todas las distorsiones de golpe y se aumenten los precios de manera indiscriminada. Pero al menos hay que ir creando conciencia de que un país pequeño como el nuestro y con recursos fiscales limitados no se puede dar el lujo de subsidiarlo todo a cualquier costo porque esto al final dará resultados que no son ni económica ni socialmente deseables.


Columnista de Diario Libre.