Cumbre de las Américas: un puente hacia ningún lugar

En el ámbito de la OEA también hubo cambios significativos

El lunes 6 de junio comenzará en Los Ángeles, California, la novena Cumbre de las Américas, esta es la segunda vez que se celebra en Estados Unidos desde que tuvo lugar la primera cumbre en diciembre de 1994 en Miami, Florida, convocada por el presidente Bill Clinton. En 1967 se realizó una cumbre de jefes de Estado en Punta del Este, Uruguay, pero esta no incluyó a Canadá ni a la mayor parte de los países del Caribe, por lo que no tuvo un carácter propiamente hemisférico. En cambio, la cumbre de 1994 integró a todos los países americanos, con excepción de Cuba cuya membresía en la Organización de los Estados Americanos (OEA) permanecía suspendida.

Las controversias que se han suscitado en torno al encuentro de Los Ángeles, sobre todo por la decisión del gobierno del presidente Joe Biden de no invitar a algunos países por falta de credenciales democráticas, ha desviado completamente la atención de los temas sustantivos y a solo días de empezar dicha cumbre no se sabe con claridad cuáles son los puntos centrales de la agenda ni los objetivos que se busca conseguir. Más bien parece ser una oportunidad, como ha sucedido en las últimas cumbres, para expresar quejas, inconformidades y recriminaciones. El antiamericanismo que domina en círculos políticos y de opinión pública de América Latina y el Caribe se pone a flor de piel y muchos gobiernos se deslizan fácilmente por esa pendiente pues suele ser popular enfrentar a Estados Unidos. Este, a su vez, no siempre toma las decisiones más idóneas para crear un ambiente de confianza y colaboración, lo que hace que se presente a la defensiva en lugar de liderar con propuestas e iniciativas positivas.

El problema de fondo es que las condiciones políticas en nuestro hemisferio no son las mismas, desde hace ya un buen tiempo, que las que prevalecían en 1994. En aquella ocasión el ambiente era propicio para celebrar una cumbre hemisférica en torno a valores y objetivos compartidos, pero relativamente poco tiempo después esas condiciones comenzaron a diluirse, lo que ha hecho cada vez más difícil celebrar cumbres que contribuyan a fortalecer una agenda hemisférica compartida.

A comienzos de la década de los noventa confluyeron factores que generaron un consenso básico en torno a tres pilares básicos: la defensa de la democracia, la integración económica y la cooperación política en el marco de la OEA. En 1990 Chile completó su proceso de transición democrática, el último en una cadena de transiciones políticas en América Latina, lo que hizo que, por primera vez, todos los gobiernos del hemisferio, con excepción de Cuba, habían sido electos en elecciones competitivas y plurales. En 1991 se adoptó, también en Chile, la Resolución 1080 en el marco de la OEA, la cual asumió el concepto de defensa colectiva de la democracia en caso de interrupción abrupta e irregular de los procesos democráticos. 

A su vez, en 1990 el presidente George W. Bush lanzó la denominada Iniciativa de los Américas cuya idea central era abrir un proceso que desembocara en un Tratado de Libre Comercio de las Américas (FTAA por su sigla en inglés). Dos años más tarde, Estados Unidos, Canadá y México firmaron el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (Nafta por su sigla en inglés), aunque le correspondió al gobierno de Clinton conseguir su aprobación en las cámaras legislativas y llevar a cabo su proceso de implementación. Poco tiempo antes, en 1989, el economista del Banco Mundial John Williamson acuñó la frase “Consenso de Washington” para referirse a un conjunto de políticas económicas (disciplina y reforma fiscal, privatización de empresas estatales, desregulación, liberación comercial, entre otras medidas) que se articularon como respuesta a la llamada “década perdida” de los ochenta.

Por su parte, en el ámbito de la OEA también hubo cambios significativos. Canadá ingresó a esta organización en 1990, mientras que Belice y Guyana ingresaron en 1991 con lo que se completó el proceso de inclusión de los países miembros del Caricom a este foro regional, el cual pasó a integrar a todos los países del hemisferio, con excepción de Cuba. Se produjo un ambiente de cooperación y concertación política entre gobiernos democráticamente electos como nunca antes había sucedido.

No obstante, ese consenso resultó ser precario y efímero; apenas duró una década. Poco tiempo después que Estados Unidos lanzara la iniciativa de un tratado de libre comercio regional, algunos países, como Brasil y Argentina, comenzaron a plantear que los temas de ese acuerdo eran propios de la Organización Mundial del Comercio (OMC), mientras que otros comenzaron poco a poco a buscar consolidar su acceso preferencial a Estados Unidos a través de la firma de tratados bilaterales de libre comercio, política que vino a implementar el gobierno de George W. Busch con la firma de varios tratados comerciales bilaterales. 

En el plano político, tras su llegada al poder en Venezuela Hugo Chávez comenzó a cuestionar a la democracia representativa, pilar del marco jurídico interamericano, y a promover la democracia participativa y el denominado socialismo del siglo XXI. Otros países, como Bolivia, Ecuador y más tarde Nicaragua, adoptaron un discurso similar, lo que rompió el consenso político precario que se produjo en el organismo regional en torno a la idea de la defensa colectiva de la democracia. 

A partir de ese momento no ha sido posible articular una agenda política y económica regional compartida y en el horizonte regional no se vislumbra en el corto o mediano plazo que algo similar puede suceder. Muchos se quejan de que Estados Unidos no tiene una agenda unificadora de la región, pero tampoco eso es posible. Más bien se impone la necesidad de procesos múltiples, con secuencias distintas según los grupos subregionales, que permita avanzar de manera modesta pero más firme hacia logros tangibles que afiancen la democracia, el imperio de la ley, la seguridad y el bienestar económico y social de nuestros pueblos. 

La Cumbre de las Américas parece un puente hacia ningún lugar. Se trata de encuentros que no reflejan ningún proceso real de articulación de políticas e integración regional. Más bien sirve de excusa para poses grandilocuentes y para resaltar lo que nos divide más que lo que nos une. Todo indica, pues, que ha llegado el tiempo de hacer una parada, repensar las relaciones hemisféricas y dar tiempo para que surjan otras ideas e iniciativas pues el proceso de cumbres ha dado señales claras de haberse agotado. 

Abogado y profesor de Derecho Constitucional de la PUCMM. Es egresado de la Escuela de Derecho de esta universidad, con una maestría de la Universidad de Essex, Inglaterra, y un doctorado de la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Socio gerente FDE Legal.