En directo - La fiesta del chivo en la cultura dominicana

Hoy releo La fiesta del chivo y me convenzo de los beneficios que ha   aportado esa obra de Mario Vargas Llosa a nuestra cultura. Criticada en el país por historiadores y críticos literarios, ha contribuido, innegablemente, a ampliar la visión acerca de la historia y de la literatura dominicanas.

Píntese como se pinte, la dictadura de Trujillo representa en el pasado del  pueblo dominicano una larga era de oprobio, de la cual nadie debe sentirse orgulloso,  salvo los beneficiarios directos. Para el pueblo fue atraso y negación de libertad y democracia.

Vargas Llosa pudo con esa obra, como no lo ha hecho ningún autor dominicano actual, divulgar internacionalmente a través de idiomas y medios artísticos diversos el anacronismo de  ese tipo de régimen, y poner en alto el sacrificio y el heroísmo del pueblo dominicano para deshacerse de esa tiranía

Si un lector de hoy, español, italiano o francés, conoce a un dictador del Caribe llamado Trujillo, que gobernó durante tres décadas con manos férreas a un país, la República Dominicana, el mensajero es Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo. Y eso hay que celebrarlo, aunque  duela a algunos chauvinistas  y nostálgicos de la Era.

Para la novelística dominicana los beneficios han sido mayores: hemos aprendido a desacralizar los hechos históricos, aprovechándolos, no desde la perspectiva  del historiador, sino desde el novelista, para ampliar los horizontes de nuestra narrativa.

Nuestra novela siempre se ha servido de los hechos sociales; pero ha sido muy "respetuosa" con la historia y los personajes históricos, salvo excepciones como la de Viriato Sención, en Los que falsificaron la firma de Dios. Pero desde la publicación de la obra de Vargas Llosa, la ficción campea con derechos propios en el terreno de la historia, sin prejuicios ni cortapisas.

A partir de esa obra, la novela dominicana se ha liberado, definitivamente, del tutelaje del historiador. Ahora tiene todas las posibilidades para usar los hechos históricos como  materia prima, sin encasillarse en la novela histórica, haciendo arte, divertimento, pastiche y cuantos inventos considere útiles para la literatura.

Puede así, profanar creativamente los sacrosantos derechos de  la historia monumental y recrear episodios acerca de Manolo Tavárez Justo,  Duarte,  Caamaño, el trabucazo de Mella,  los héroes de La Barranquita y  cuantos héroes y gestas  sirvan a los propósitos de la ficción.

Y todo eso, sin tener la  obligación de ser fiel a la verdad sino a los imperativos del arte, que no es imitación o reproducción de lo real: es invención, tanto si se vale de la realidad como  de la imaginación.

En ese sentido, las enseñanzas de La fiesta del chivo son valiosas. Se procede en forma subjetiva, ante hechos supuestamente objetivos. Se crea un universo singular con los datos colectivos de la historia. Se valora la oralidad como procedimiento de dramatización. Y, sobre todo, se reduce la dimensión  grandilocuente de la Historia con mayúscula, a la cotidianidad, la intrascendencia y la nadería.

En fin,  la historia se transforma en un objeto de consumo estético (farsa, lirismo, comedia, tragedia) y los grandes protagonistas de nuestra historia en personajes, en condición de  héroes, antihéroes, títeres, titiriteros, o nada.

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