En directo-La dignidad es innegociable
Soy de quienes creen, y con ánimo de militancia, que la dignidad es innegociable, visto esta como la pérdida de la moral, del sentido ético y de toda acción que te deshonra. Respetarse, tener sentido del efecto de compromisos asumidos consciente de las malas prácticas subyacentes en acciones que pudieran desdecir de nuestro comportamiento con el presente y el futuro me parece una fatalidad.
Cuando perdemos la dignidad estamos precisamente perdiendo hasta el orgullo propio, la autoestima, y siento que las justificaciones para permitirnos ese lujo serán siempre sensación de derrota en cualquier espacio humano. Toda persona jamás debería perder el orgullo de sí mismo, obvio que en modo alguno estoy invocando la intolerancia, la capacidad de manejar conflictos.
Nuestras relaciones personales, laborales y políticas parten de un principio básico, es la dignidad. Claro, en la lucha por el poder político y/o económico se pierden fronteras, mucho más cuando asumimos la política cual guerra de mil batallas. Por ejemplo, Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz, no obstante considerar que la guerra era una extensión de cualquier acto político, jamás perdonó a Napoleón Bonaparte, de acuerdo con sus biógrafos, por romper con todo patrón ético frente a sus enemigos. Napoleón, frente al ejército opositor, recurría a cualquier maña que lo condujera al triunfo. Significa que hay momentos en los cuales lo ético y la moral parecen desdoblarse.
Esto nos conducirá inevitablemente al viejo diálogo sobre el fin y los medios.
Ahora bien, ¿es ético y moral compensar a quién nos provocara un gran daño?
La religión posiblemente nos llevará a ofrecer la otra mejilla o a perdonar aquellos a quienes nos ofenden. Otros nos dirán que todo dependerá del gran daño. Pongamos, por caso, la estafa. Cuando ofrecemos pajaritos de colores, aves que jamás aparecieron en el camino, ni en el cielo más despejado, cuando apenas han dejado la estaca, una jaula vacía, ¿acaso el comportamiento a asumir es precisamente negociar la dignidad, creyéndonos de que el perdón es un correctivo?
Hay correctivos sociales e individuales jamás para postergarlos. Cuando estamos por delante de fallas, situaciones que atentan en contra de la estabilidad presente y comprometen el futuro, los correctivos han de ser radicales. Se corta de cuajo el daño o el factor que lo provoca. El viejo dicho popular habla por sí solo: una naranja podrida en un cesto repleto de naranjas pudre a las otras. Todo elemento dañino, lo causal, se esparce cual polen que lleva el viento cuando lo dejamos pasar. Una célula cancerosa conduce al cuerpo a su destrucción si nunca le ponemos la atención debida.
Dejar naranjas podridas en un canasto repleto de naranjas sencillamente es exponerse a perder el todo por lo poco. Hay actitudes y posturas dañinas. Y entender los acontecimientos, medirlos en justa dimensión, sea en lo privado como en lo público, es comprender la dimensión del fracaso en momentos en que nos creemos que la dignidad la podemos negociar de cara perjuicios evitables.
Esto nos conducirá inevitablemente al viejo diálogo sobre el fin y los medios.
Ahora bien, ¿es ético y moral compensar a quién nos provocara un gran daño?
La religión posiblemente nos llevará a ofrecer la otra mejilla o a perdonar aquellos a quienes nos ofenden. Otros nos dirán que todo dependerá del gran daño. Pongamos, por caso, la estafa. Cuando ofrecemos pajaritos de colores, aves que jamás aparecieron en el camino, ni en el cielo más despejado, cuando apenas han dejado la estaca, una jaula vacía, ¿acaso el comportamiento a asumir es precisamente negociar la dignidad, creyéndonos de que el perdón es un correctivo?
Hay correctivos sociales e individuales jamás para postergarlos. Cuando estamos por delante de fallas, situaciones que atentan en contra de la estabilidad presente y comprometen el futuro, los correctivos han de ser radicales. Se corta de cuajo el daño o el factor que lo provoca. El viejo dicho popular habla por sí solo: una naranja podrida en un cesto repleto de naranjas pudre a las otras. Todo elemento dañino, lo causal, se esparce cual polen que lleva el viento cuando lo dejamos pasar. Una célula cancerosa conduce al cuerpo a su destrucción si nunca le ponemos la atención debida.
Dejar naranjas podridas en un canasto repleto de naranjas sencillamente es exponerse a perder el todo por lo poco. Hay actitudes y posturas dañinas. Y entender los acontecimientos, medirlos en justa dimensión, sea en lo privado como en lo público, es comprender la dimensión del fracaso en momentos en que nos creemos que la dignidad la podemos negociar de cara perjuicios evitables.
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