El horror de la masacre

La violencia pandillera continúa socavando sistemáticamente la estructura social haitiana

La masacre en Warf Jérémie representa un punto de inflexión en la espiral de violencia que azota Haití, revelando la profundidad de la descomposición social y la fragilidad institucional del país.

La brutalidad de un líder de banda como Mikanor Altes, quien ordenó asesinar a más de 180 personas, mayoritariamente ancianos, por una supuesta maldición, evidencia el colapso del estado de derecho.

La respuesta gubernamental, aunque enérgica en la retórica, genera escepticismo. Las promesas de justicia y erradicación de grupos criminales se han repetido incansablemente sin resultados concretos.

La violencia pandillera continúa socavando sistemáticamente la estructura social haitiana, convirtiendo comunidades enteras en zonas de guerra.

La comunidad internacional, representada por la ONU, condena pero poco hace más allá de declaraciones, pues su misión poco ha conseguido allí.

Haití necesita intervenciones profundas que reconstruyan no solo su seguridad, sino su tejido social devastado por décadas de inestabilidad política y violencia estructural.

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