Aires del 6 de enero

Todos los años se repartían juguetes en la casa de Balaguer, una costumbre que era visualizada en la mayoría de los medios.

Oculto como un viejo misterio, el número de los productos comprados para regalarlos permanece desconocido. Años después, tengo claro que algún reformista podría acercarse a una cifra dada.

Quizás esté escondido en el documento de un viejo archivo guardado por manos cuidadosas. (Ignoramos si este dato está en el Archivo General de la Nación, que tiene el Archivo de Palacio). Muchos años después, no sabemos cuánto se invirtió en las reparticiones de regalos en la Máximo Gómez 25. No sabemos cuántos millones fueron, y algunos dirán que conocer la cifra sería entretenido, otro show para todo el mundo. ¿El número sería conocido por Bello Andino o quizá por Guaroa Liranzo, entre otros ayudantes del Doctor?

Como cada año, temprano en la mañana, en esta casa se agolpaba una notable muchedumbre. Se encontraban en espera de los regalos que hacían sentir como un mecenas al presidente. Preparado para los informes, desde un sillón ocioso, este debía sonreír cuando la gente le hablaba sobre la multitud. ¿La gente aclamaba que solo Balaguer hacía aquello?

Mucho tiempo después, intuimos que Enma Balaguer debió conocer la cifra. También la conocería su hermano, el entonces gobernante Joaquín Balaguer. Tampoco sabemos de dónde venían estos regalos: ¿de Cisjordania o de una lejana Mesopotamia? Siglos más tarde, sí sabemos que tres hombres siguieron una proverbial estrella. Recorrían todo el sitio para hallar el lugar donde había nacido un Mesías.

A bordo de trabajosos y esbeltos camellos, venían posiblemente de Persia, Babilonia o Arabia. ¿Por qué este relato en la Biblia es tan perfecto? “Porque fue real”, respondería alguno. Otro dirá que no hay evidencia histórica, y otros dicen que sí la hay, incluyendo los evangelios. "Quien tenga oídos para oír, que oiga", diría alguno.

En el poema de Lope de Vega, La llegada de los Reyes Magos, se lee:

“Reyes que venís por ellas,

no busquéis estrellas ya,

porque donde el sol está

no tienen luz las estrellas.

Reyes que venís de Oriente

al Oriente del sol solo,

que más hermoso que Apolo,

sale del alba excelente”.

Cerca de la que fuera la casa de Balaguer podemos encontrar la enorme biblioteca dominicana en la Plaza de la Cultura. En memorables tardes, veíamos y leíamos la colección de historietas que ya en los ochentas existían en un vistoso anaquel de la biblioteca. A pocos metros, en la casa de Balaguer, ocurría el milagro: los juguetes aparecían como por arte de magia. Arribaban para calmar las apetencias de un grupo de padres que acarreaban a sus muchachos para que les entregaran alguno que otro invento de la tecnología o el diseño.

Para que quedara registrada para la historia, algunos programas de televisión enviaban sus cámaras a la entrega de regalos. Filmaban al grupo de policías que tenía una función de seguridad, al tiempo que se veía cuando izaban una bicicleta. Esta sería entregada entre golpes de civiles que querían los mejores juguetes para sus hijos. Los empujones, los gritos y los golpes eran algo común en una mañana desesperada, donde todos querían los juguetes más caros.

En la misma Plaza de la Cultura, cerca de la Biblioteca Nacional donde encontraba los cómics referidos más arriba, también se podía ir al Museo del Hombre y a la Galería de Arte Moderno. Todo el mundo ha visto, mucha gente, la estatua de Lemba, el negro sublevado que está casi en la Avenida Francia. ¿Algunos escritores dominicanos han escrito algo sobre la historia de Sebastián Lemba? ¿Están entretenidos en otros temas y desconocen las versiones que dieron los españoles sobre las sublevaciones en América?

Esperamos que los juguetes entregados este 6 de enero sean entretenidos y que las pilas duren más de tres horas.