Una (increíble) montaña de libros
La realidad detrás de los libros leídos en República Dominicana
Quisiera creer en los resultados sobre la lectura de libros de la Encuesta Nacional de Consumo Cultural (ENCC), presentada el pasado lunes por el Banco Central y el Ministerio de Cultura, pero no puedo porque, sencillamente, arremeten contra toda evidencia y desenfocan la realidad.
Según estos resultados, el 29 % de los dominicanos lee 4.2 libros al año, levantando una deslumbrante montaña de diez millones de libros leídos. El dato me pone suspicaz. La empiria susurra al oído que en un país sin librerías ni bibliotecas y bajísimo poder adquisitivo, tal cantidad de páginas consumidas pertenece al reino del deseo.
No digo que la encuesta esté trucada. O que tenga intención aviesa por no incluir en el resumen ejecutivo otros datos que, derivados del cuestionario, nos darían una idea más precisa sobre el lector dominicano: cómo lee, la frecuencia con que lo hace, cómo adquirió el libro, si texto escolar o universitario o género que amplía el horizonte mental... Serían pistas más fiables, que no pruebas, sobre la cultura lectora dominicana, si vale usar esta categoría sin riesgo de vacuidad conceptual.
Admitámoslo: este tipo de estudios estará siempre sesgado. Decir que se lee libros, aunque mentira, lustra la autoimagen. Da un cierto estatus, sobre todo en los ambientes clasemedieros que son, junto a los ricos, los de mayor consumo de bienes y servicios culturales. Pero tampoco de estos esperemos mucho; en libros, el gasto mensual promedio por hogar es de apenas ochenta y un pesos. Quien frecuenta la única librería generalista capitaleña sabe que con ese dinero no se compra ni un sudoku.
Aplicada en abril pasado, la ENCC tiene una simultánea: RD Elige que, en dos preguntas, indagó sobre nuestra afección por la lectura. La escasa credibilidad de las respuestas la exponen los géneros preferidos documentados por ambas. Mientras en la primera lo son la religión, la narrativa, la historia, la política y lo social, en la segunda prima el género romántico, seguido por la poesía, la mitología, el humor y la ciencia ficción.
Entre otras razones, disonancias como esta llevan a versados en el tema a diferenciar el consumo de libros de la lectura. Cierto o no, lo primero es cuantificable y dice poco sobre lo importante; lo segundo es cultural y social y, por tanto, complejo. De ahí que sea irrelevante contar libros presuntamente leídos; lo urgente en el país es la adopción de políticas públicas que alimenten la comprensión de lo leído, mucho o poco. No lo olvidemos: el 71.43 % de nuestros estudiantes preuniversitarios no es capaz de razonar un texto simple.
Ya lo dijo Antonio Basanta en Leer contra la nada, «Comprender, comprehender, es mucho más que entender. Significa dar acomodo en nuestro interior a todo el sentido de lo leído; a lo que el texto contiene y expresa, pero también a cada una de las circunstancias que derivan de ese texto –tipología, género, estilo…– y a cuantas rodean el propio ejercicio del leer: su porqué, su para qué, su cuándo, su cómo…».
Cualquier otra cosa es fuego de artificio.
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