Los poetas cantan a la Navidad
La dualidad de la Navidad, alegría y melancolía en un solo día
En días recientes escuché en alguna parte este relato: Un hijo dice a su madre: “Mamá, quiero hacerte un regalo de Navidad y no sé qué…”. La madre le contestó: “-Que todos estemos bien y que el año que viene no falte nadie”. “-Mamá, pero es un gran regalo lo que deseo comprarte”. La madre calló. El hijo no tuvo más respuestas. Le habrá comprado, al fin, un bonito regalo a su madre que, seguramente, ella recibió con mucho agrado. Solo fue al paso de los años que el hijo alcanzó a comprender el significado de aquella petición y de aquel gran regalo que ella, ya con los años arribando, puntuales e inexorables, deseaba recibir, cuando al celebrar otras Navidades el hijo constataba que frente a su mesa de Nochebuena había sillas vacías.
Hace apenas una semana nos reunimos, en almuerzo de Navidad anticipado, ya que luego cada uno toma su derrotero con sus respectivas familias, los miembros de una parentela troncal con sus cónyuges. La anfitriona, de forma inadvertida, colocó ocho sillas ante la mesa. Era la costumbre. Al tomar asiento, todos nos dimos cuenta que había una silla vacía. Faltaba uno que partió, casi inesperadamente, a fines de agosto pasado. Discretamente se retiró la silla para no dar más cabida a la tristeza que nos abate familiarmente desde hace cuatro meses y que ahora sentimos mucho más. Uno nunca sabe cuándo faltará alguien en la mesa en la celebración de la Navidad. Cuando comenzarán a instalarse las sillas vacías.
La Navidad ha sido siempre la conjunción del alborozo, el contentamiento, el cortejo de la alegría, y, al mismo tiempo, el crepitar íntimo de la melancolía, de la taciturna empuñadura del recuerdo, de la indomable y, tantas veces, colérica absurdidad del tiempo y sus recodos insolentes. ¿Por qué la Navidad concita esta dualidad de sentimientos? ¿Por qué se vive desde la epifanía de su forma esbelta y desde su fiesta en oro mayor, como la cantó Vallejo? Los poetas, a la caza siempre de evocaciones, reclamos, arbitrios y retornos, la han cantado con su propia piel, con su propio orden, con el nervio del descubrimiento y la conmovedora quietud de su encanto. La Navidad, vivida con fe o desde el atrio de los gentiles, absorbida por biliosos, sanguíneos y flemáticos, es festividad de todos, reunión comunitaria y celebración individual sin alternativas. Los poetas no han ignorado esa hermosa realidad y la han cantado con sus cirios iluminadores, con sus fervores dilucidados y su lozanía venturosa.
Para Amado Nervo es anuncio, revelación: “Pastores y pastoras,/ abierto está el edén./¿No oís voces sonoras?/ Jesús nació en Belén…/…Los cantos y los vuelos/invaden la extensión/ y están de fiesta cielos/ y tierra…y corazón”. En Juan Ramón Jiménez es descripción y pedimento: “Jesús, el dulce, viene…/ Las noches huelen a romero…/¿Oh, qué pureza tiene/ la luna en el sendero…/…Palacios, catedrales,/ tienden la luz de sus cristales/ insomnes en la sombra dura y fría…/Mas la celeste melodía/ suena fuera…/Celeste primavera/ que la nieve, al pasar, blanda, deshace,/y deja atrás eterna calma…/…¡Señor del cielo, nace/ esta vez en mi alma!”.
Gerardo Diego narra, esboza limpiamente: “¿Quién ha entrado en el portal,/en el portal de Belén?/ ¿Quién ha entrado por la puerta?/ ¿quién ha entrado, quién?./¡Quién ha entrado en el portal/ por el techo abierto y roto? ¿Quién ha entrado que así suena/celeste alboroto?/ ¿Quién ha entrado en el portal,/ en el portal de Belén,/ no por la puerta y el techo/ ni el aire del aire, quién? / Flor sobre impacto capullo/rocío sobre la flor./ Nadie sabe cómo vino/ mi Niño, mi amor”.
Luis Rosales describe a la madre para descubrir al hijo: “¡Morena por el sol de la alegría,/ mirada por la luz de la promesa,/ jardín donde la sangre vuela y pesa;/inmaculada Tú, Virgen María!./¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía/de tu paso sencillo, qué sorpresa/ de vuelo arrepentido y nieve ilesa,/ unta tus manos en el alba fría./¿Qué viento turba el momento y lo conmueve? Canta su gozo el alba desposada,/ calma su angustia el mar, antiguo y bueno./La Virgen, a mirarle no se atreve,/ y el vuelo de su voz arrodillada/ canta al Señor, que llora sobre el heno”. Gabriela Mistral en su “Romance de Nochebuena” se embriaga del suceso con un lirismo simple, pero abrasante: “Vamos a buscar/ dónde nació el Niño:/nació en todo el mundo,/ ciudades, caminos…/Tal vez caminando/ lo hallemos dormido/ en la era más alta/ debajo del trigo…/…Su madre es María/ pero ha consentido/ que esta noche todos/ le mezan al Niño…/…Vamos a buscarlo/por estos caminos/ ¡Todos en pastores/ somos convertidos!/ Jesús ha llegado/ y todos dormimos/ esta noche sobre/ su pecho ceñidos”.
Joseph Brodsky relata con profundidad casi inadvertida: “Llegaron los magos. El bebé dormía profundamente./ Desde el firmamento la estrella iluminaba./ El viento helado la nieve amontonaba./ La arena susurraba. Crujía la hoguera en la entrada./ El humo iba con la vela. El fuego ardía en un gancho. / Las sombras se volvían más cortas/ o, de pronto, más largas. Nadie sabía alrededor/ que la cuenta de la vida esta noche reiniciaba./ Llegaron los magos. El bebé dormía profundamente./ Abruptas bóvedas rodeaban la cuna./ La nieve giraba. El blanco vapor se ensortijaba./ El niño ya estaba acostado: y sus regalos”. Fernando Pessoa, agnóstico encantado, ensambla con misterio y duda el portento: “Nace un Dios. Otros mueren. La verdad/ ni vino ni se fue: el Error mutó./ Tenemos ahora otra Eternidad, y fue siempre mejor cuanto pasó./ Ciega, la Ciencia inútil gleba labra./ Loca, la Fe vive el sueño de su culto./ Un nuevo Dios es solo una palabra./ No busques ni creas: todo es oculto”.
Fray Luis de León desde su fe viva, exclama, reclama: “Virgen, en cuyo seno/ halló la deidad digno reposo,/ do fue el rigor en dulce amor trocado:/ si blando al riguroso/ volviste, bien podrás volver sereno/ un corazón de nubes rodeado./ Descubre el deseado/ rostro, que admira el cielo, el suelo adora:/ las nubes huirán, lucirá el día; tu luz, alta Señora,/ venza esta ciega y triste noche mía”. Lope de Vega, de fe entrañable, repasa el suceso: “Repastaban sus ganados/ a las espaldas de un monte/ de la torre de Belén/ los soñolientos pastores/ alrededor de los troncos/ de unos encendidos robles,/que, restallando a los aires,/daban claridad al bosque…/…Gloria a Dios en las alturas,/paz en la tierra a los hombres,/Dios ha nacido en Belén/ en esta dichosa noche…/…Llegan al portal dichoso/ y aunque justos le coronen/ racimos de serafines,/quieren que laurel le adorne…/…Yo vengo de ver, Antón,/ un niño en pobrezas tales,/que le di para pañales/las telas del corazón”.
Rubén Darío, decir de aliento fértil y trascendente, habrá de recordar la epifanía: “-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos./ Triunfa el amor y a su fiesta os convida./¡Cristo resurge, hace la luz del caos/y tiene la corona de la Vida!”. Le seguirá T. S. Eliot, narrando, después de su conversión, sobre los adoradores reyes de Oriente: “Qué helada travesía,/Justo la peor época del año/Para un viaje, y un viaje tan largo:/Los caminos hondos y el aire ríspido,/Lo más recio del invierno…/…Entonces llegamos al amanecer a un valle templado…/…Pero no había información, y seguimos/Y llegamos al anochecer, y justo a tiempo…/Todo esto fue hace mucho tiempo, recuerdo,/y yo lo volvería a hacer, pero que quede…” Y San Juan de la Cruz, Sor Juana, E.E.Cummings, Rosario Castellanos, Santa Teresa, Gloria Fuertes, María Elena Walsh, Domingo Moreno Jimenes, Avilés Blonda, Manuel Rueda, Carlos María Romero Sosa, que año tras año escribe en Buenos Aires un villancico para estas fechas, y César Vallejo que al cantar a la Nochebuena lo dice tan bellamente: “Al callar la orquesta, pasean veladas/ sombras femeninas bajo los ramajes,/por cuya hojarasca se filtran heladas/quimeras de luna, pálidos celajes…/…Balarán mis versos en tu predio entonces,/ canturreando en todos sus místicos bronces/que ha nacido el niño-jesús de tu amor”.
Que todos estemos bien y que el año que viene no falte nadie. Y si hubiese alguna silla vacía, recordemos y bendigamos también al que antes la ocupó. ¡Feliz Navidad!
- Obra Poética completa
César Vallejo, Alianza Editorial, 2009, 311 págs. Introducción de Américo Ferrari. La voz del gran poeta peruano con su acento original, ronco, áspero, individual y siempre presente.
- Antología En verso y prosa
Gabriela Mistral, Real Academia Española, 2010, 758 págs. Edición conmemorativa. En la celebración de los 100 años de que la “maestra de América” comenzase oficialmente su periplo por tierras de la Araucanía como maestra de primeras letras.
- Poemas de Navidad
Joseph Brodsky, Visor, 2001, 141 págs. Prólogo de Svetlana Maliavina. Los bien elaborados y hermosos poemas de Navidad de este Nobel ruso-neoyorquino, una de las grandes voces de la poesía del siglo XX.
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