La loquera demócrata
El descontento que favoreció la victoria republicana
Estados Unidos se encuentra en un excelente momento económico. Producto Interno en crecimiento, inflación bajo control, tipos de interés a la baja y empleo en continua expansión. Y sin embargo en la economía radica la causa fundamental que explica la victoria de Donald Trump.
Y es que a pesar de la buena gestión económica de Biden, su administración pagó la factura de los efectos inflacionarios de la post pandemia. El estadounidense promedio entiende que su situación personal y familiar era mucho mejor cuatro años atrás. Y ese factor, sobre cualquier otro, fue el determinante en la resonante victoria republicana.
Pero el deterioro de la calidad de vida y el encarecimiento de bienes y servicios esenciales como secuela de los paquetes de auxilio dispuestos por los gobiernos para mitigar los efectos del Covid, no fueron exclusivos a los Estados Unidos. Este fue incluso de los países que de forma más eficiente y rápida controló esos fenómenos.
Por tanto resulta evidente que en el cuerpo social estadounidense habitan otros elementos que inclinaron la balanza electoral hacia la derecha y explican la derrota de Harris.
Todo indica que los votantes de ese país se hastiaron de que los demócratas centren sus discursos y políticas en asuntos que no constituyen problemas para la cotidianidad de una mayoría, y que por el contrario preocupan, irritan y escandalizan al ciudadano común. Personas de clase media y trabajadora, independientes y alejados de las élites de las grandes urbes, que vinculan a los demócratas con cuestiones que repelen y abominan.
Como la agenda LGBTI, que no es la defensa del respeto a los derechos de las personas con independencia de sus preferencias sexuales, sino un proselitismo homosexual y sus derivados que cruza los extremos y que no repara en espacios ni edades. Con una teoría de género que reniega de la ciencia y la biología, al punto de impedir a la aspirante presidencial algo tan elemental como definir lo que es una mujer, que favorece que hombres compitan en deportes contra mujeres biológicas y someter a niños de unos pocos años a terapias hormonales irreversibles, en algunos casos sin consentimiento de sus padres. Y la exclusión de los padres de los procesos enseñanza-aprendizaje de sus hijos y facilitar a imberbes infantes el acceso a materiales y textos de alto contenido sexual.
La gente asocia a los demócratas con al absurdo griterío callejero de desmantelar las policías y a las legislaciones que despenalizan el hurto en tiendas y comercios e incitan a vandalismos que avergüenzan al común de la gente. Así como al desorden y el caos migratorio que harta y preocupa a una enorme mayoría de estadounidenses de cualquier filiación o inclinación política, y del cual Kamala fue incapaz de separarse.
Y la verdad es que si bien mucha gente repudia la retórica y las excentricidades de Trump. Ese rechazo fue menos determinante que la repulsa que provocan las posiciones alejadas del más elemental sentido común de esa progresía woke y su sentido de superioridad moral. Una loquera que mantiene secuestrado al Partido Demócrata y que para una mayoría de estadounidenses resulta absolutamente irrespirable.
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