Entre Luis y Juan Villoro

Los Villoro y su impacto en las letras hispanas

Casi como si dijese, entre Lucas y Juan Mejía. Conocí a Juan Villoro a causa de Luis Villoro.

La primera vez que asistí a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a fines de los noventa, observé unos libritos en el área de la Universidad Autónoma Metropolitana, en una colección llamada Verdehalago, que me recordaron aquellos crisolines españoles de mi época preadolescente, que no recuerdo por cuál razón tenían residencia en mi casa materna y que fueron, seguramente, unas de mis primeras lecturas “gallardas”, como acostumbra decir un amigo para diferenciar los primeros contactos con las letras y las imágenes, del caso de los comics, paquitos o muñequitos, que, casi todos, acostumbramos a señalar como nuestras lecturas iniciales.

Los crisolines eran ediciones, en formato pequeño, de la editora Aguilar, de los grandes clásicos españoles, fundamentalmente, reducidas las páginas originales y con estatura enana que las hacían muy atractivas. Nacieron en 1946, cuidadosamente editados y exquisitamente encuadernados en piel y cosidos a mano. Con el paso del tiempo dejaron de editarse, porque las tecnologías de información, en el concepto que maneja Yuval Noah Harari, iniciaron un proceso de desarrollo que fue dejando atrás el interés por la adquisición de estas maravillas editoriales, pero cada año Aguilar ponía a circular un solo volumen con las mismas pautas formales y de contenido que se establecieron en los primeros años de la colección, a modo de recuerdo y homenaje a ese gran, y a la vez pequeño proyecto.

Por esos tiempos conocí yo también la colección Ardilla, que tenía casi las mismas dimensiones y características de las ediciones de la colección Crisol, pero con objetivos morales, espirituales y de divertimento infantil. Esos crisolines míos fueron desapareciendo, tal vez por las mudanzas y los acarreos posteriores, o por manos amigas que los fueron desviando a hurtadillas hacia otros destinos. En decenios recientes fue cuando vine a saber que los crisolines eran piezas codiciadas por los bibliófilos y un amigo escritor de Colombia me comentó que en la casa de sus padres, ya ancianos, se encontraba la colección completa, compuesta por unas cien piezas, cosa que comprobé en un viaje a Cartagena de Indias. A principios de siglo, la desaparecida editora barcelonesa por suscripción Círculo de Lectores lanzó una reedición de los crisolines y yo, socio de la entidad por treinta y cuatro años, hasta su cierre, me apresuré a inscribirme para recibir esos bellos estuches cada dos meses. Fue así como volví a ver esas ediciones con textos de Ortega y Gasset, Azorín, Juan Ramón Jiménez, Casona, Unamuno, Baroja, Benavente, Calderón, Darío, Quevedo, Larra y otros tantos. Así recuperé parte de mi historia preadolescente y mis crisolines amados.

Por eso, llamaron mi atención en Guadalajara aquellos libros tan parecidos a las ediciones de Crisol, todos en tapa roja, y adquirí los que pude, sin reparar en los autores. Así me encontré, por primera vez, con Luis Villoro, un filósofo acreditado y un personaje de novela, porque a su programa de pensamiento agregó el de la acción, y siendo, a más de investigador, diplomático en UNESCO y fundador de universidades, como la Metropolitana que vendía sus libros, a causa de su inalterable defensa de los pueblos originarios se adhirió al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y no fue hasta que el Subcomandante Marcos hizo saber en un comunicado que Villoro era parte de su equipo y hacía labores de “centinela en uno de los puestos de guardia de la periferia de México”, que sus compañeros de la universidad y su propia familia vino a enterarse de en lo que estaba ocupándose entonces.

Eso lo supe mucho después, luego de haber leído tres de esos libritos que llevaban la firma de este hijo de padre catalán y madre mexicana, nacido en Barcelona. Dos de ellos me inspiraron a conocer otros autores que trataran el tema: “Una filosofía del silencio”, que a su vez se acompañaba de otro ensayo sobre “La filosofía de la India”, y “La significación del silencio”. Un tercero traía como título “La mezquita azul. Una experiencia de lo otro”. Así conocí a Luis Villoro, del que leería luego sus libros ideológicos sobre el poder, la ética política, la pluralidad de culturas y, entre otros, el más reciente, La razón disruptiva, una antología de sus textos.

Poco más de diez años después, de vuelta en la feria de Guadalajara, alcancé a ver a un escritor que firmaba sus libros y me apresuré a conocerlo. Era Juan Villoro. Me anoté en la fila luego de comprar su libro de cuentos Los culpables que me dedicó muy amablemente: “Para José Rafael, esta casa de las historias donde la mascota es una iguana, con gran afecto”.  Recordé que había leído sus artículos en la revista “Letras Libres” de Enrique Krauze y que por esos textos, no por sus libros aún, admiraba su escritura y la forma en que la desarrollaba. Pasaron los días y las noches. Sobre todo, las noches, porque soy lector nocturno. Y después del formidable libro de cuentos debía conocer lo que ya había publicado. Y vendrían más noches de asombro y goce. Fue una lectura paso a paso, que fue creciendo en la medida en que pude ir obteniendo sus libros. No llegaban entonces por aquí, de modo que aprovechaba un viaje a México para pasarme por la librería Gandhi y algunos por Amazon. A algún lugar hay que acudir cuando uno quiere seguirle la pista a un autor.

Poco a poco, pues, fui llenándome de la literatura de Juan Villoro. Soñaba, y aún sueño, con escribir como él. Nunca ha dejado de fascinarme. Es novelista, cuentista, escritor de teatro, de relatos infantiles y juveniles, ensayista, cronista, periodista literario, escritor de guiones de cine, y todavía le alcanza su enorme talento para escribir canciones para Café Tacuba. En una palabra, casi inabarcable. Como remata sus cuentos, como envuelve las historias de sus novelas, como construye su pensamiento y sus reflexiones, como prende la música en su radio de acción literaria. Si hablamos de Galeano y Benedetti, y otros tantos, no debe dejarse incluir en esa lista de escritores sobre futbol a Villoro. Dios es redondo es una de esas joyitas en la encopetada siembra de firmas ilustres que constituye la literatura pura sobre la cancha, el gol, los penaltis, los hinchas y demás dogmas.

No he llegado a su teatro, ni a su letra para la gente menuda. Pero lo que he leído me basta para saber que figura entre mis maestros y yo en la fila de sus fans. Para hablar de lo más reciente suyo, me leí La figura del mundo (me gusta más el subtítulo “El orden secreto de las cosas”), la memoria de la relación con su padre y de una vida con él, sin él, ausente, presente, los afectos, los desafectos. La dulce emoción y el hechizo franco con que el hijo revela al padre, sin llegar al lamento ni al cisma. Y lo más reciente que he leído su formidable ensayo sobre “la lectura y la sociedad digital” que ha titulado No soy un robot.

Al revés de la historia bíblica, llegué al hijo por el padre, aunque la culpa fue de la iguana. Un padre con un hermano de fama en la jurisprudencia mexicana que tiene igualmente un aval bibliográfico de estampa y valor, y una hija, Carmen, que es también poeta, ensayista y autora de libros infantiles. Con una familia así no hay quien pueda. Juan Villoro es uno de los ejes fuertes de la carreta hispanohablante de las letras, de esas que no sucumben ante el vuelo y que se prodigan como efectos personales continuos desde el examen extraordinario de su gran promesa. Supe que ha estado por aquí hace un par de semanas. A Juan Villoro le faltan lectores en Santo Domingo. A ver si esta visita promueve su letra invulnerable, como la de don Luis, su saber objetivo y sus perspectivas intelectuales.

Juan Villoro ofreció una conferencia en la UCMM, invitado por la Cátedra de Estudios Caribeños René del Risco Bermúdez y la Fundación que dirige la hija de nuestro gran poeta y narrador, Minerva del Risco.

LIBROS
  • Efectos personales

    Juan Villoro, Anagrama, 2008, 508 págs. Esta edición incluye sus famosos ensayos en “Efectos personales” y la primera edición de sus reflexiones literarias bajo el título “De eso se trata”.

  • La figura del mundo

    Juan Villoro, Random House, 2023, 267 págs. Su padre en el centro de su vida. La historia personal de un filósofo que se volvió soldado zapatista y escribió una obra considerada como fundamental.

  • No soy un robot

    Juan Villoro, Anagrama, 2024, 311 págs. El gran ensayista examina las derivas políticas, literarias y culturales de la revolución digital en marcha, con la excepcional visión que siempre oferta y que en este libro llega a su clímax.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.