Nueva forma de narrar la noche del 30 de mayo

La nueva obra de Eduardo García Michel utiliza la ficción para ofrecer una mirada novedosa sobre el complot del 30 de mayo de 1961 que culminó con el asesinato del dictador

Eduardo García Michel redescrubre el complot del 30 de mayo de 1961 en su nueva obra. (Fuente externa)

La Era de Trujillo es una cantera inagotable. Fecunda trama de desafíos históricos que parece que nunca deja de asombrarnos. Treinta años de poder omnímodo, de oscuridad y silencio, de turbios razonamientos para sostener el áspero y ruin entramado de la dictadura, provocan la sensible necesidad de reconstruir episodios, individuales y colectivos, con los cuales hemos ido conociendo a través de las décadas posteriores el magnicidio del 30 de mayo de 1961, la torcida realidad de aquellos tiempos de inapelable zozobra y de historias sin fin que, todavía, deben contarse como si fuese la primera vez.

Los nuestros tienen más de seis décadas decantando crónicas y narrativas; tenues, algunas; voraces, otras, sobre los intersticios múltiples de todo el entramado de la ignominia, incluyendo las de paniaguados, correveidiles, sierpes y soplones, que contribuyeron al espanto y que han querido dejar muestras de sus ásperos servicios. Y los extraños, han tomado el caldo de la misma fuente y han producido sus propios empaques, desollando a la bestia junto a su enjambre de áulicos y válidos para describir aquel paisaje ensombrecido de ruindad. Los ejemplos abundan, pero quien puso el listón en alto fue el peruano Mario Vargas Llosa con “La fiesta del chivo”, desconsiderada por unos y otros en el opinadero nacional, aunque tenida como obra maestra en los círculos críticos de todo el mundo. Un español, Manuel Vásquez Montalbán, publicó en 1990 la novela “Galíndez”, que sigue siendo reeditada con novedosos estudios valorativos. El chileno Enrique Lafourcade, incluido entre los grandes escritores del llamado post boom de los sesenta y setenta, produjo una novela magistral, “La fiesta del rey Acab”, que con toda seguridad puede considerarse predecesora de la gran bibliografía narrativa sobre Trujillo y lo es porque es la primera novela que sobre una historia dominicana escribe y publica un extranjero. Ya lo he comentado por ahí: ¿por qué un chileno escribe una historia en torno a la Era de Trujillo? Ahora lo explico. Jesús de Galíndez publica el libro que desataría la ira del tirano y que decretaría su secuestro y muerte en la Editorial del Pacífico, de Chile, una empresa vinculada a la Democracia Cristiana, pues para esa época los principales partidos políticos chilenos tenían casas editoras. El Partido Socialista tenía también la suya, la editora Prensa Latinoamericana. Y Chile, como Cuba, México, Costa Rica y Venezuela, fue asiento de exiliados dominicanos. Fue en Chile que Andrés Requena dio a conocer “Los enemigos de la tierra”, en 1942, y Juan Bosch sus libros “Judas Iscariote, el calumniado”, “Cuento de Navidad, “La muchacha de la Guaira” y “Cuba, la isla fascinante”. Pericles Franco Ornes  publicó con el respaldo de la Federación de Estudiantes de Chile, su libro “La tragedia dominicana. Análisis de la Era de Trujillo”, con prólogo de Pablo Neruda. Y Galíndez entrega en Nueva York, donde era catedrático de la universidad de Columbia, su libro “La Era de Trujillo. Un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana” al gerente de la Editorial del Pacífico, Alfonso Naranjo Urrutia, con la finalidad de que se publicara en Chile, gobernada entonces por un político independiente que obtuvo el respaldo de una coalición formada por el Partido Socialista Popular, Partido Agrario Laborista y un extrañísimo Partido Femenino, Carlos Ibáñez del Campo, que gobernaría a Chile de 1952 a 1958, siendo sucedido luego por otro independiente, apoyado por liberales y conservadores, Jorge Alessandri, el democristiano Eduardo Frei Montalva y el socialista Salvador Allende.

Allí donde no llega la letra de los historiadores, la novela cumple su cometido, construyendo su propia narrativa del suceso, cualquiera que este fuese. Eso ha ocurrido, y ocurre, en toda la literatura universal, a un nivel de que historia y novela, realidad y ficción, se imbrican para generar un conocimiento diferente y animado que no sustituye nunca el rol de la historia, profesional o académica, sino que la complementa y enriquece. Eduardo García Michel ha entrado de pleno en esta corriente. Conocemos su bien documentada y muy original crónica sobre el 30 de mayo, “Trujillo ajusticiado”, publicada hace justamente 25 años (1999), y en tiempos recientes su novelada historia sobre Horacio Vásquez y Ramón Cáceres, “Avatares y gloria” (2022). Creo que estos dos antecedentes desembocan en “El complot que tumbó al Jefe”. El escritor que nace para colaborar con la historia desde el diafragma de su mismidad, esa que conoce desde pequeño en su propio hogar, con un padre que se desconocía que había sido prohijador de la conjura, conspirador que impulsaba el desenlace, mediador entre los dos protagonistas fundamentales cuyos temperamentos altivos había que ponerlos a servir únicamente al fin deseado, y el intelectual que coordina el plan político. Y que asume la otredad del escritor que narra desde la ficción, entroncado siempre en la trama que inspira la realidad, el choque entre dos adalides, entre dos heroicidades y entre dos formas distintas de hacer la política y conducir el gobierno. Sangre de familia intervenida por el metaverso, ese empalme de la realidad con la virtualidad de la ficción, desde la perspectiva de lo posible, desde la palmaria vitalidad de los desencuentros, desde la casi imposible lealtad de los sueños que languidecen ante versiones y sub versiones que se han ido asentando entre los primus inter pares por décadas.

Un tatarabuelo, Ramón Vásquez García, abre la clavija y transporta la carga. Y una Voz atisba desde su Arcadia la comprensión de los acontecimientos. En los recodos, la presencia viva de los conjurados, de los “verdaderos responsables”, los que ajustan cuentas, como el narrador justiciero y reflexivo que se decide a enfrentar a libros y escritores, intelectuales y a historiadores de cuyos juicios difiere, en apelaciones donde la sangre escribe veredictos. La narración se torna, a más de inspiradora de la libertad y de la institucionalidad, legado y ejemplo, en tarea de reivindicación histórica, caiga quien caiga.

La villa mocana sigue siendo fragua y devenir. Allí nace y se cuece la historia. Hay personajes, de esos que no salen en los libros de historia, que aquí se reúnen para exhibir sus roles desconocidos. Y de nuevo, Eduardo Antonio García Vázquez, en el terreno de la conspiración, en el rumbo de los hechos, asqueado, utilizado por el régimen que detestaba, trazando estrategias y fijando tiempos.

Hay enseres, engranajes, contrapuntos, oídos aguzados, una Voz que clama para poblar desiertos y personajes que crecen en la vegetación amplia del complot. Eduardo García Michel no escribe una obra más sobre un tema que, como ya he dicho, encandila a propios y extraños más de seis décadas después, con el interés y la pasión de los primeros tiempos. Este es un libro distinto, en argumento y finalidad. Es una forma diferente y audaz de explicar, si vale el término, toda la trama del 30 de mayo y sus resultados, descubriendo nuevos detalles y exponiendo nuevos laberintos de la letra histórica consabida. El plan alternativo de Moca es uno de esos anónimos momentos, apenas destacados por unos pocos. Una fecha: 2 de mayo de 1961. Se celebraba el centenario del Primer Grito Restaurador contra la anexión a España, acción comandada por José Contreras. Yo desfilé, a mis 10 años de edad, vestido de blanco. Lo recuerdo vivamente. Marchábamos hasta la plaza 2 de mayo, erigida en honor de los valientes defensores de la dominicanidad mancillada por el mismo general que la validó en la batalla, Pedro Santana. Trujillo pudo haber estado ese día presidiendo el acto solemne y aquel desfile de párvulos. Pudo haber sido aquel día. El hombre andaba chivo ya y presentía que su fiesta terminaba. Un locuaz gobernador civil le había pasado un informe delatando la conspiración. “Debe vigilar los pasos de Antonio de la Maza y mejor eliminarlo”. La parca rondaba y entapona los oídos del ajusticiado en lista de espera. Octavio hurgaba en sus recuerdos, y la hora llegó, solícita y encolerizada. El autor describe: “Ninguna noche es igual a otra. Todas cargan sus propias complicidades y veleidades. Algunas son claras, otras oscuras. Unas encubren. Otras insinúan. Algunas son alentadoras. Otras aterran…Es una noche como cualquier otra, acompañada por el canto incesante de los grillos y por las luces de las luciérnagas”. En el patio de la casa solariega del narrador, surgen sombras. El peligro acecha. Hay figuras que se mueven en el silencio de la noche. La noche, al fin, sucede. Hay glorias y hay traiciones. Pero, el piloto del terror ha caído. Vendrá el mito y sacará sus cuentas. Llegarán las luchas en las calles y los gritos de libertad en madrugadas y auroras.

Descubrimiento de una nueva forma de narrar, con detalles novedosos, la historia del 30 de mayo, desde el santo y seña de la progenie de los Vázquez, la misma que entroncaba con la de Mon, la misma de los de la Maza Vázquez, de los Cáceres Michel, de los Vázquez García. Y toda la trama histórica, ficcionada en ambientes de enjundia, con citas debidamente entrecomilladas, y acentos de diatribas sin ocultamientos, y diálogos bien hilvanados, y una narración destellante, donde florecen, como las amapolas, los cultivos intrincados del amor.

Este libro es una osadía, tan arrojada e intrépida como su trama. Conmoverse con su lectura, asombrarse con sus diatribas, sorprenderse con sus primicias, es casi una obligación de lector que respete y valore nuestra historia y la narrativa que ella concede a los géneros literarios.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.