El secuestro de Trujillo
Si fue exitosa la primera fase de la trama, ¿qué pudo haber fallado para que la segunda ni siquiera despegara?
Después que los hombres de la avenida llevaron el cadáver de Trujillo a la casa del general Juan Tomás Díaz, a fin de que continuara la segunda fase de la conspiración, se decidió buscar asistencia médica para los que resultaron heridos en el breve combate sostenido con el chofer del dictador.
Pedro Livio Cedeño era el herido de mayor gravedad y necesitaba de intervención quirúrgica urgente, razón por la que fue internado en la clínica Internacional. Imbert Barrera y García Guerrero fueron atendidos en casa del doctor Manuel Durán Barrera, mientras que Salvador Estrella Sadhalá fue donde su amigo Rafael Batlle Viñas, quien además de curarlo le facilitó ropa para que desechara las que tenía puesta que estaban manchadas de sangre.
Pasada la medianoche, Salvador regresó adonde el doctor Durán Barrera y, junto a sus demás compañeros, decidieron esperar por el resultado de las gestiones ante el general Pupo Román. En vista de que las horas pasaban y no se percibían señales concretas en el sentido de que las cosas marchaban como se habían planificado, a los ajusticiadores de Trujillo les invadió un sentimiento de incertidumbre, impotencia y frustración que les hizo comprender que la suerte estaba echada y no precisamente a su favor.
Paralelamente, en diferentes puntos de la ciudad los organismos de seguridad del régimen desplegaron un intenso operativo de allanamientos y detenciones, cosa que, para la generalidad de los ciudadanos, significaba que algo grande y extraño había sucedido. Más aún: con sorprendente celeridad los miembros de las fuerzas armadas y la policía nacional fueron acuartelados con carácter de emergencia. Sin embargo, a pesar de ese aparataje nadie sospechaba que Trujillo había sido objeto de un atentado y, lo más importante, ¡que estaba desaparecido!
Fue en medio de esa atmósfera de desconcierto y falta de información que Salvador Estrella le dijo a su amigo Imbert: “Bueno Antonio, lo más fácil está hecho”. Sorprendido, por tan extraño comentario, Imbert le respondió: “Coño, ¡cómo que lo más fácil está hecho, si de casualidad no nos matan a todos!”. A lo que, acto seguido, Salvador añadió: “Sí, porque hasta [este momento] dependíamos de nuestros pantalones, pero ahora dependemos de los pantalones de otros.” (Ver Salvador Estrella S. Del complot a la gloria, de Luis Salvador Estrella M., 1998).
¿Cuáles contingencias ocasionaron semejantes desajustes, echando a perder el golpe de estado? Si fue exitosa la primera fase de la trama, ¿qué pudo haber fallado para que la segunda ni siquiera despegara? ¿Acaso el magnicidio no fue la solución adecuada? Tiempo atrás, durante las reuniones en las que planificaban el atentado, hubo algunos de los conjurados que propusieron dos posibles soluciones para erradicar la tiranía de manera definitiva: la simple eliminación física de Trujillo o un secuestro que permitiera negociar políticamente el final del gobierno dictatorial.
Desde el principio, el grupo de Moca descartó la opción del secuestro; mientras que solo para algunos miembros del grupo político, tal idea no era del todo descabellada. Así lo expone el historiador militar José Miguel Soto Jiménez en su reciente libro Los que mataron el miedo. El 30 de mayo revisitado, en el que examina la teoría del secuestro de Trujillo. No obstante, una atenta lectura de este texto permite concluir en que el grupo político armó “de forma insegura e incompleta las intrincadas piezas de la máquina de un golpe de estado”. jdbalcacer@gmail.com
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