La democracia acojonada
El dilema de América Latina, entre la democracia y el autoritarismo
La democracia anda dando barquinazos. Aletargada. Diezmada. Perdida en su propio laberinto. Azotada en su Gólgota de azares. Dunda.
La derecha y la izquierda, los extremos de ambas, y otros subgéneros, la ensalzan y vapulean, la utilizan y desechan, le dan ciudadanía y luego la exilian.
El ciclo democrático ha combatido en batallas casi sin fin en diversos escenarios del mundo desde las décadas de los cincuenta y sesenta. Comenzó a reanimarse a fines de los setenta, con alguna estabilidad prometedora, luego de ser sacudidos sus cimientos con golpes de estado, militarismos, decapitación de los procesos en auge, temores promovidos por la guerra fría, entre otros factores que influyeron para que se reiniciase el camino luego de vencer los obstáculos que acribillaban las esperanzas.
La democracia reverdecería entre esos finales setentistas y los ochenta, y parecía que iba en avanzada cuando comenzaron a aflorar nuevas coordenadas. Geopolítica se convirtió en un término de asistencia intelectual al que todos acudíamos presurosos cuando pretendíamos explicar determinados episodios. Globalización fue el otro vocablo. Terminó imponiéndose contra todo riesgo y contra todo criterio. Las protestas que la satanizaban como la macdonalización universal se fueron extinguiendo, cuando los niveles más encumbrados de la gobernanza, sin importar forma ni estilo, fueron acomodándose a la nueva realidad, descubriendo lo que los inventores originales tal vez nunca sospecharon: la globalización favorecería a todos cuantos manejasen los poderes hegemónicos y los sistemas políticos de mayor fortaleza del mundo.
Cayeron los telones de acero, los hilos de las vestimentas ideológicas al uso, y comenzó la marcha de los regresos, las automutilaciones del pensar, las mudanzas trepidantes a los espacios políticos que se adversaron por décadas, los acarreos en medio del desierto de aquellas tropas vencidas y, en fin, la traición de los clérigos y las acechanzas del demonio en cada treta, en cada cambio, en cada ruin desprecio por lo que quedó atrás. No era propiamente un triunfo de la democracia, como se quiso hacer ver, era la derrota de las ideas que alguna vez fueron consideradas fundamentales para el cambio social y la reforma estructural de los pueblos.
En libertad, en caminos de progreso, en estancamientos superados, parecía que la democracia debía ocupar un espacio blindado, donde la prosapia del pensamiento liberador encontraba atuendo y bebedizo. A pesar de las impertinencias hegemónicas, las intervenciones procaces de las altas cortes de la política mundial y los desafueros gobernantes de insistentes continuismos, la democracia seguía siendo enarbolada como opción. De modo insólito, pero así sucedió, la levantaban los que llevaban la bandera gobernante en sus manos, en medio de desafueros y escamoteos, y los que habían renegado de ella en la práctica desde las ideologías.
Surgieron entonces las divisiones panzer: democracia participativa, democracia progresista, democracia cristiana, democracia liberal, democracia popular y su largo etcétera. Había “democracia” para escoger y para todos los gustos en el colmadón de los caprichos políticos. La democracia se tornó acomodamiento y relajo. Y siguió, empero, su camino.
En estos tiempos de polycrisis y permacrisis, en que pareciéramos que estamos volviendo a nuevas formas de guerra fría global que, probablemente, nunca pudo predecirse, la democracia corre riesgos múltiples y podría terminar agotada por la complejidad de los acontecimientos que se van sucediendo y que cada vez más la acorralan, a más del desinterés que genera en una población mundial tan influenciada por determinadas realidades y tan fácilmente condicionada por las veleidades de la turbamulta -que lo es- que dirige destinos y acopla intereses para el “éxito” de sus planes gubernativos.
No es tema aéreo, ni literatura apocalíptica. No es virtualidad, ni desasosiego digital. Es realidad en cifras. Existen riesgos geopolíticos y disparidades regionales y nacionales que no vaticinan nada auspicioso. El crecimiento económico global va en picada y la economía mundial tiene cada día que mostrar buena cara, resistiendo. La humanidad no sabe ya cómo enfrentar el declive económico y la advertencia es clara: hay que prepararse para una crisis global. El crecimiento está en su punto más bajo en décadas, según lo que ha declarado en días recientes Kristalina Georgieva, la jefa del Fondo Monetario Internacional. En América Latina la desaceleración económica va viento en popa a toda vela, con proyecciones por debajo de las del 2023. Las cuatro D están sobre la mesa donde se escriben los avisos: desaceleración, desinflación, deuda y desglobalización. Nada bonito. Es la realidad mundial.
Ante esta realidad intransferible, la democracia tiende a recesar y el autoritarismo toma de nuevo su camino. Cada vez más países sufren los embates autoritarios y están desprotegidos de esas acechanzas. De 173 países, 85 están sufriendo hoy en el mundo una severa disminución de su desempeño democrático. Es una baja que lleva seis años y avanzando. Esto quiere decir que la democracia a nivel global sigue en caída libre, sin exagerar. The Economist ha informado que hoy día sólo el 8% de la población mundial vive en democracias plenas. Y Freedom House afirma que tenemos 18 años seguidos en que las libertades civiles y los derechos humanos están en absoluto declive. Antonio Guterres, el secretario general de la ONU ha advertido que “el mundo está entrando en la etapa del caos”. Es lo que se denomina, entre los tratadistas políticos de hoy, el escenario VICA: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad.
Las autocracias cerradas están superando las democracias liberales, según V-Dem (Varieties of Democracy), una entidad que es considerada un hito en el estudio de las ciencias sociales. En nuestra región, los datos son preocupantes. El 60% de los gobiernos de Latinoamérica ya no pueden ser catalogados como democráticos. Solamente Uruguay y Costa Rica son democracias plenas. Siete países están clasificados como democracias incompletas: Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Panamá, Paraguay y República Dominicana. Y otros siete más se consideran democracias híbridas: Perú, Ecuador, México, Honduras, El Salvador, Bolivia y Guatemala. Y quedan cuatro en la gatera que son declaradamente autoritarios: Cuba, Nicaragua, Venezuela y Haití, este último aceptado ya globalmente como un Estado fallido. Uruguay lidera el ranking en América Latina por su vida democrática (el nada desdeñable número 14 a nivel mundial), y Nicaragua ocupa el último lugar en la región (el 143 en todo el globo), por encima, que es mucho decir, de Cuba (que está en el 135) y Venezuela (que queda en el 142).
Democracias plenas, democracias incompletas y democracias híbridas: las nuevas divisiones panzer de aquellas clasificaciones que lideraron los años sesenta hasta prácticamente entrado este siglo. La democracia está en deterioro, estancada, erosionada, en estado regresivo. Esta situación ha conllevado a que sólo un 48% de los latinoamericanos apoya la supervivencia de la democracia, con un dato preocupante: los jóvenes son los que muestran mayor preferencia por el autoritarismo, con solo un 43% de ellos que respalda la democracia. Perú, Ecuador, Venezuela, Panamá y Colombia, son los países de la región donde su población exhibe los mayores niveles de insatisfacción. Un alto porcentaje de personas preferiría otro sistema que no sea el democrático si se resuelven sus problemas. Cifra que ha aumentado de 44% a 54% en tan sólo dos décadas. El autoritarismo acecha.
La democracia se nos tambalea. Anda descuidada y temerosa. Resiste a duras pruebas. Su fragilidad ha llegado a niveles casi insostenibles y ahora podemos evaluar con certeza por qué hay tantas naciones donde sus habitantes aceptan los regímenes autoritarios, abobados, sin presentar resistencia, adormilados, inconsecuentes, resignados, sin esperanzas viables. La democracia está estancada en la mayoría de los países de la región a la que pertenecemos. En otros, hace rato que ya no existe. Todos los estudios de expertos internacionales anuncian que la democracia seguirá desmoronándose, que su deterioro continuará, sino se toman medidas audaces, inteligentes, decisivas, para mejorar sustancialmente la realidad de los más pobres, las garantías y la seguridad de los más débiles. República Dominicana figura entre las democracias incompletas en este clasificatorio de órganos internacionales. Relanzarla, darle otro rostro, dignificarla, consolidarla, es una necesidad impostergable. Necesitamos que sea una democracia plena. Casi seis décadas son suficientes para que no se nos muera descachalandrada, desorientada, acojonada.
- Contra la democracia
Jason Brennan, Deusto, 2018, 496 págs. La democracia sólo puede valorarse por sus resultados y estos no siempre son buenos. Demoledora crítica contra las democracias plenas que pretende hacernos pensar más allá de las convenciones y lo políticamente correcto.
- Nosotros o el Caos
Esteban Hernández, Deusto, 2015, 250 págs. Un ensayo penetrante en el que se suceden vertiginosamente lo viejo y lo nuevo, los cimientos emergentes del mapa político y las ideas que rigen las prácticas económicas. Un análisis de la nueva derecha que ya ha llegado.
- Lobby
Julián Maradeo e Ignacio Damiani, Ediciones B, 2019, 446 págs. ¿Qué diferencia hay entre un gobierno dirigido por políticos y otros por ejecutivos? ¿Cómo hacen para que un interés particular se convierta en el de todos? ¿Cómo se construye el verdadero poder detrás del poder? El caso de Argentina tal vez pueda ayudarnos con las respuestas.
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