Las adivinanzas de Manuel Rueda

La historia de Manuel Rueda y las adivinanzas dominicanas

Sancho Panza está vivo, no por los esfuerzos de su autor por entregarle una vida quimérica de héroe popular, sino porque como él, como personaje, supo imponer su propia modalidad, arrebatar su verdadera esencia desde las vertientes inacabables de la lengua y el refranero. La grandeza de Cervantes consiste en haberlo dejado vivir por su cuenta dentro del libro inmortalManuel Rueda

Manuel Rueda es uno de los intelectuales más sorprendentes de nuestra historia. Y sorprende sencillamente porque estuvo apto para escarbar en todas las materias del arte y del pensamiento, con una calidad que se sobreponía a los de cualquier otro individuo de su clase.

No lo traté directamente. Diríamos que muy poco. Una vez que me envió una carta elogiando mi rol en aquel suplemento “Biblioteca” de Última Hora, que fue asombro y dicha porque demostraba que leía cada sábado lo que escribía este modesto escritor de provincia, y lo valoraba. Llegando aquella misiva tan formal de un intelectual exigente y severo en sus apreciaciones sobre la literatura dominicana, director él mismo de un suplemento como “Isla Abierta” de obligada lectura semanal y de muy seleccionado contenido, no es de dudar que me sentí regocijado. Le envié una nota de gracias, y ya. La única vez que conversé con Rueda fue cuando ganó una de las primeras ediciones del Premio Nacional Feria del Libro al libro del año, que ideara y fundara con el acompañamiento del inolvidable amigo Enriquillo Sánchez en la búsqueda de patrocinador. Rueda es el único poeta que ha ganado ese lauro con su libro “Las metamorfosis de Makandal”, uno de los poemarios de mayor relieve de las letras contemporáneas. Nadie jamás ha ganado con un libro de poemas este galardón. El día de la premiación, abril de 1999, Rueda llegó temprano al auditorio Juan Francisco García del Conservatorio Nacional de Música, acompañado de su inseparable amiga Aura Marina del Rosario y de un grupo de sus amigos entre quienes destacaban los escritores José Alcántara Almánzar y José Enrique García. A este último dedicó Rueda su libro premiado. Ya yo estaba allí. De modo que lo recibí, conversamos largo rato y él estuvo muy animado y agradecido por el galardón, el último que recibiría en vida pues fallecería ocho meses después, a los 78 años de edad.

Sorprende Rueda porque toda su obra tiene la hechura del genio. Fue poeta, ensayista, cuentista, novelista, autor musical y pianista, escritor de textos infantiles y folklorista. Probablemente, junto a Marcio Veloz Maggiolo, conforma la dupla intelectual más diversa y sólida que ha dado nuestra literatura. Desde “Las noches”, su poemario chileno, hasta “Luz no usada”, publicado póstumamente, el poeta montecristeño construyó una poesía de incesantes efluvios humanos, espirituales, sensibles; poeta de vuelos rasantes y de osadías indecorosas, y a su vez, poeta que aprisionaba la queja y el dolor, que tronaba en su cordura y en sus devaneos, que domaba el poema hasta urgirlo a que brotaran sus más fieros instintos y sus más preciados aleteos de sombra y ventarrón, de ruinas y de historias. De 1949 a 2005, o sea desde su primer poemario hasta el último, corren cincuenta y seis años de creación y vigencia. Podríamos decir que su carrera concluyó, desde la excelencia, con “Las metamorfosis de Makandal”, en 1998, cuarenta y nueve años después de su primer libro, pero la aparición en sus papeles de “Luz no usada”, un poemario corto, extendió su obra literaria por mayor tiempo.

Todas pues las facetas del arte y las letras que asumió constituyeron un ejercicio de plenitud que convierten a Rueda en uno de los escritores más sobresalientes de la literatura dominicana. Y entre esas facetas, la del folklor fue una a las que más pasión dedicó. El poeta pluralista fue igualmente un folklorista de los que podían mostrar capacidad investigativa. Rueda usaba la retajila para sus versos, introducía los elementos del folklor que bien conocía en su poesía y los exhibía narrativamente en sus relatos, novelas y ensayos. Las adivinanzas, un género en el olvido, aunque tal vez sobreviva en determinadas zonas de la ruralía, las recogió y fortaleció su andadura con acopios de nuevas piezas.

La historia del proyecto que concibió y dirigió, con el respaldo de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, en los albores de esa academia, es, de por sí, una muestra de pasión cultural que merece ser conocida. Empleó una técnica profesional, preparó los bártulos tecnológicos que la época ofrecía, formó equipo y se fue tras los caminos de las adivinanzas forjadas, acomodadas, creadas o copiadas, con variaciones múltiples, por nuestra gente del campo. Cañafístol, en Baní; La Otra Banda, en Higüey; Manabao, en Jarabacoa; Miches, en El Seybo; Cambita, en San Cristóbal; Yamasá y Bayaguana, en Monte Plata; y su ciudad natal, Montecristi, fueron asientos de sus posadas para descubrir y recopilar el arte de las adivinanzas dominicanas y establecer las relaciones de lugar con el manejo de este género en la península ibérica.

Entonces, conocimos por su estudio, las adivinanzas-trabalenguas, las adivinanzas-cuentos, las adivinanzas que toman préstamos de otros géneros y las que utilizan como señuelos los problemas aritméticos. Rueda nos permitió reconocer y advertir que “a veces el artista, todo intuición, creará una verdad certera, deslumbrante; pero la verdad única está en el pueblo mismo, en lo que hace y ofrece”. Por eso, se fue en búsqueda de la sabiduría popular. De forma directa. Enfrentando las suspicacias del campesino nuestro, siempre receloso de los habitantes urbanos, sobre todo si van a ellos desde la capital. Hay que ganar su confianza, y cuando finalmente la toman y aceptan al visitante, entonces se abren totalmente, relatan sus penurias, sus alegrías, sus dilemas familiares, sus picardías, sus secretos, las encrucijadas que marcan sus derroteros humanos, y lo hacen con amplitud, con apertura, sin ocultamientos vanos.

Esa fue la labor de Manuel Rueda. Encontrar a los “echadores” de adivinanzas, conocer la sabiduría ancestral de estos candidatos a arzobispos y mostrar de primera mano “el primer sistema pedagógico que ha existido en el mundo”. El resultado de aquella investigación fue el libro de adivinanzas dominicanas que consta de 1,571 piezas, que en su momento Rueda consideró que era la más amplia publicada en Hispanoamérica. Veinte comunidades del país le sirvieron de abrevadero, abarcando Norte, Sur y Este del país. De la totalidad de estas adivinanzas, 1,238 fueron integradas por primera vez, como anota el autor, “al conocimiento y divulgación de nuestro folklore”. Las demás se comparten con los pioneros: Manuel José Andrade y Edna Garrido de Boggs, dos autoridades en el folklore nacional que dejaron autorizadas obras sobre esta expresión del repentismo popular. Homenaje a los que enseñaron estas adivinanzas a Rueda y a su equipo. Sus nombres están anotados, con procedencia y cédula, para hacer más diamantina la investigación aludida.

La Sociedad Dominicana de Bibliófilos acaba de reeditar este volumen, originalmente publicado por la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña hace 53 años. Es un acierto luminoso que provee de una herramienta inigualable a los estudiosos de nuestro folklor y a todo lector interesado en la materia. Solo leer la introducción de Manuel Rueda a esta recopilación, es un modo de reconocer la calidad que señalábamos al principio sobre este notabilísimo intelectual al que las letras dominicanas, el arte musical y teatral, y el folklore nacional deben tanto.

LIBROS
  • Imágenes del dominicano

    Manuel Rueda, Banco Central, 1998, 137 págs. Formidable radiografía del ser dominicano. Los perfiles de su carácter y de sus espacios de vida. El dominicano visto a través del folklore literario, con el agregado de la presencia del dictador en la narrativa criolla.

  • Folklore Infantil de Santo Domingo

    Edna Garrido de Boggs, SDB, 2004, 662 págs. Publicado originalmente en 1955 por Ediciones Cultura Hispánica. La escritora azuana vivió por largos años en EE. UU. Falleció en 2010 a los 96 años, en Virginia.

  • Las mejores adivinanzas

    Belén Bermejo Meléndez, Libsa, Madrid, 1999, 315 págs. Pormenorizado estudio sobre las características de las adivinanzas, su sentido lúdico y, a la vez, su importancia en nuestro idioma. Un total de 1,207 piezas.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.