Escrito hace treinta años

La poesía en tiempos de violencia y desesperanza

A propósito del calor

El verano casi concluye. Es malo el verano. Rememoro a la doña Antonia de “La mordaza”, de Alfonso Sastre.

El verano parece que no se acaba nunca. Uno se ahoga. Añora diciembre. Eso que aquí llamamos invierno. Se está bien en la lumbre. Pero, en verano…es malo el verano. En esta época es cuando suceden los crímenes. En este calor asfixiante es cuando los hombres sacan sus navajas y corre la sangre. El calor ciega. El calor cierra las válvulas de la sensatez. Y el hombre huye, acorralado. Y mata.

Esta es una época de dolor, de desolación, de pasión y desvarío. Quizá por eso, escuchamos a diario que los hombres riñen en medio del sopor, que los cuerpos yacen calcinados en las carreteras, que los niños son violados y que hay extravíos, arbitrariedades y remordimientos.

Es el calor y la calentura de la sangre. Es la época. Es este tiempo de maldad y acechanzas. Es el calor prostituyendo conciencias. Lanzando estocadas de luto y muerte en casas tristes, pobres, modestas, donde el hambre cuece pensamientos lúgubres. Es el calor inflamando el verbo, traicionando el carácter, apretujando pasiones, ennegreciendo el alma. Es el calor oprimiendo el botón de la discordia, tramando el abuso, organizando conjuras de odio y ruindad. Es el calor desparramando la sangre macondiana que sale del cuarto del crimen y camina a paso lento primero, y luego a caminata abierta por prados y zaguanes, por talleres y oficinas, sanatorios, templos, ranchos y palacios. Es el calor insinuando los matices del dolor, siguiendo una trayectoria de angustia y temor, para, finalmente, regresar de nuevo a su puerto de origen, agotada pero victoriosa. La sangre.

Este tiempo es tiempo de delirio. Este calor culpable.  Este sopor que se confabula con los silencios, que vaga entre instintos tenebrosos, que oculta intereses turbios, que nos hace delirar y creer y afirmar que es el clima el causante de tanto espanto y temor.

Este calor de verano que nos ahoga y muerde. Es hora de que se espante.

Su dolor tenía raíces de amor

Gabriela Mistral tenía su temperamento. Se afirma que era dulce como la miel para quienes la amaban, y agria, como la peor de las naranjas de vinagre, para quienes, en cualquier ocasión y por cualquier motivo, la lastimaban con malquerencias, rumores y dentelladas arteras.

Ciro Alegría, que fue su amigo, decía que el mundo de las letras tiene sus menudencias, sus oportunismos, sus miserias y sus ironías. Gabriela combatía esas precariedades del alma intelectual. Cuando le entregaron el Nobel cientos pasaron por su casa para festejar con ella el premio. Sólo a muy contados amigos recibió, a los demás les hizo saber que no tenía motivos para aceptar sus congratulaciones.

En una ocasión le dijo a un reconocido escritor colombiano, que escribía bien pero que no le tenía mucha fe. “Está usted siempre riendo. Y no se puede reír siempre. Además, es usted un hombre a la intemperie”.  Ciro Alegría que la trató en la intimidad decía que “vista a fondo, era ella una gran mujer, un ser humano de primera clase, tanto o más rico e interesante que su propia obra literaria”. Respetaba la intimidad hogareña, era generosa hasta la prodigalidad, pero le disgustaba profundamente cualquier forma de hipocresía social.

Aunque muchas conjeturas se tejieron a raíz de su muerte se cree que dos suicidios minaron su existencia. Gabriela fue mujer apasionada y tierna. Sus brillantes ojos verdes siempre fueron expresión de buen ánimo. Pero, de pronto, estalló en ella el dolor como una tormenta imprevista. “Su dolor tenía raíces de amor. Para Gabriela Mistral, el amor significó, de modo casi exclusivo, tormento”. El suicidio de su novio Romelio Ureta, y luego de un sobrino que educaba y amaba hondamente, la afectaron tanto que, en lo adelante, sus bellos ojos cambiaron su expresión de alegría modesta por la de dolor intenso. Un dolor que la acompañaría hasta la muerte Es conocida además, la intensa relación afectiva que vivió con Doris Dana, compañera hasta sus últimos días y con quien parece haber encontrado la felicidad. Dana fue la albacea de sus bienes literarios y materiales.

Pero, Gabriela -lo dijo Ciro- no pertenece a esa clase de artistas que mueren al día siguiente de su muerte, o cinco, o diez, o sesenta y seis años después. Ella interesará siempre como fenómeno estético y humano de alta jerarquía.

La balada azul del futuro

¿Qué ha sido de la poesía en medio de la irrefrenable violencia de estas horas ácidas?

Respondo: ambula ella por estas fechas amargas y grises, gastada y quejumbrosa tal vez; tal vez también frenética, buscando temas para su diálogo certero.

Este dolor de la esperanza trunca, esta parcela de odio que nos comprime el pecho, esta mutiladora cosecha de ingravidez que nos corrompe el ánimo, este calor que nos ahoga y mata, parece ponernos a batir en retirada para poder contener el tiro en la lengua que está detrás de la palabra. La poesía tiene hoy el temor de Vallejo: “¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra!”.

Las de hoy son noches de viento y espanto, mezclas adúlteras de soberbia y congoja, caminos grises que conducen hacia las jaranas indolentes de hombres huecos. Hay ojos con lágrimas en hogares desechos, clamores en silencio, secretos dormidos; hay parrandistas de hiel y de impaciencia en las trastiendas aladas de los tremendales.

La poesía es la cólera del tiempo, su registro y su grito. Con Vallejo estamos viendo ahora, como en aquella España turbia de celadas guerreras, la imagen de la muerte “con su cognac, su pómulo moral, sus pasos de acordeón, su palabrota”.  Macedonio Fernández me recuerda que hay que acosar la muerte para que no se lleve nuestro hoy (“Se voltea la mirada de amor/ y queda sólo el mirar del vivir”). La suave patria que cantó López Velarde es siempre “impecable y diamantina”. Salvémosla del delirio y la osadía brutal, del fingimiento y el duelo, del desvarío impulsado por la congoja y la codicia, del desdén que no conoce los valores absolutos de la libertad y el derecho.

Este tiempo en pena es una siembra de despojos. Levantemos un puñado de tierra fresca para recitar la letanía del sembrador frente a los rayos del alba y recémosla en voz baja. Antepongamos a su desesperanza agónica el canto vivo de Neruda que invita a descubrir las “anchas tierras, el amor, las campanas lentas, los combates reservados a la aurora, las casas, los caminos, las olas que construyen una estatua barrida por los sueños”. Y luego, inventemos la verdad para sobrevivir, escribamos la elegía de esta noche intolerable, reescribamos la oda de esta larga tristeza y busquemos, al fin, en la raíz de esta voz la balada azul del futuro, construida por las manos amables del poeta que no hace morir la poesía en la grave derrota de la violencia irrefrenable y del sumidero absurdo de la guerra en estas horas ácidas.

Esta edición, adquirida por el autor de estas Raciones el 1 de marzo del 2000, en Isla Negra, casa del poeta, fue editada y anotada por el gran poeta español Rafael Alberti.

LIBROS
  • Niña errante Cartas a Doris Dana

    Gabriela Mistral, Lumen, 2010, 486 págs. La pasión por Thomas Mann las unió a ambas. Un vínculo poderoso, sentimental e intelectual, entre Doris Dana y Gabriela Mistral. Amor, protección, compañía, aprendizaje, rebelión, arte, poesía, viajes, política. Este libro ilumina aspectos hasta hace poco vedados de la vida de Gabriela.

  • Museo de la novela de la eterna

    Macedonio Fernández, Ediciones UNESCO, 1993, 591 Págs. El gran escritor argentino que influyó en la obra de Borges, Cortázar y Ricardo Piglia. Esta novela experimental, publicada quince años después de su muerte, se une a sus cuentos, poemas y ensayos, convertidos en una breve pero extraordinaria bibliografía que lo hacen un autor de culto.

  • Antología Poética

    vPablo Neruda, Edición de Rafael Alberti, Planeta, 1996, 509 págs. “A partir de la guerra de España, la imagen poética de Pablo se fue agrandando…La poesía del continente americano limita al norte con Walt Whitman, y al sur con Pablo Neruda. En el centro, entre estos dos límites, Rubén Darío y César Vallejo”.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.