Aquellos finales del boom

Las vidas entrelazadas de los maestros del boom

No nos hagamos ilusiones: a los escritores no nos hacen caso. Nuestra misión, por desgracia, es póstuma.Gabriel García Márquez en carta a Carlos Fuentes

“Pasé Año Nuevo en Londres, con Mario. Había pasado Navidad en París, con Julio”. Eso contaba Gabriel García Márquez en carta a Carlos Fuentes de enero de 1970. Eran los años de gloria. El Gabo acababa de ganar el Prix du Meilleur Livre Étranger por “Cien años de soledad”, en su traducción al francés. El colombiano escribía en esa misma misiva que tenía varios libros pendientes de lecturas de la autoría de los cuatro, en especial “Cumpleaños”, de Fuentes y “Último Round” de Cortázar, y en broma comentaba que “el bárbaro de Mario me tiene de las narices con su par de mamotretos…Es una vaina: nos estamos dos años sin escribir y luego nos publicamos todos los libros al mismo tiempo”. Se refería a la novela de Vargas Llosa “Conversación en la Catedral” que, originalmente, se publicaría en dos tomos.

Ya, para entonces, Patricia Llosa había sustituido como esposa  de Mario a Julia Urquidi. Cortázar se separó de Aurora Bernárdez para formalizar su relación con la lituana Ugné Karvelis y años más tarde con Carol Dunlop, con quien escribió un libro conjunto “Los autonautas de la cosmopista”. Carol murió tres años después de la unión de ambos. Dicen que Cortázar la amó tanto que le siguió en la muerte poco más  de un año después (“Ella me da una inmensa dicha y las ganas de seguir viviendo que se me habían perdido en los últimos tiempos”.) Fuentes estuvo casado con la actriz Rita Macedo (a quien el Gabo llamaba la Macedonia) y con la periodista Silvia Lemus. Mercedes Barcha reinó sola en el imperio de García Márquez.

Aunque se manifestarían abiertamente en los setenta, desde la misma década de los sesenta comenzarían a aflorar los problemas con la Revolución Cubana. Cortázar había tenido confrontaciones en la isla (“las muchas fatigas cubanas”, decía) que lo llevó a no volver a Cuba durante cinco años. Luego, mantendría, como el Gabo, su fidelidad a ese proceso, contrario a Fuentes, que comenzó temprano a manifestar su disidencia, y a Vargas Llosa, que se distanció por completo a raíz del caso Padilla. Incluso, García Márquez -y ahora se sabe-  escribía a Fuentes en marzo de 1967: “Si los amigos cubanos se nos van a convertir en nuestros policías, se van a llevar, al menos por mi parte, una buena mandada a la mierda. Todo el problema se reduce a que allá se tienen miedo unos a otros y están dedicados al maratón del radicalismo, que no puede conducir sino al sectarismo”. Para entonces, se esperaba la salida de “Cien años de soledad” en mes y medio, con una tirada inicial de 10 mil ejemplares.

Tres años antes, en 1964, Carlos Fuentes celebraba con Vargas Llosa el hecho de que hubiese leído, una tras otra, “El siglo de las luces” (Carpentier), “Rayuela” (Cortázar), “El coronel no tiene quien le escriba” (García Márquez) y “La ciudad y los perros” (Vargas Llosa).  “Creo que no hubo el año pasado otra comunidad cultural que produjera cuatro novelas de ese rango”, afirmaba Fuentes con suprema razón. Anotemos que “El coronel no tiene quien le escriba” había sido publicada en 1958 en Bogotá y en 1961 en Medellín, sin causar ningún revuelo y casi sin que lector alguno pareciese enterarse. Empero, en ese 1963 que menciona Fuentes, la novela del Gabo tuvo tanto éxito que se tradujo rápidamente al francés. Fue entonces cuando Vargas Llosa leyó por primera vez a García Márquez, lo que quiere decir que lo leyó primero en francés.

Se incubaban las rivalidades que en los setenta estallarían con fuerza. Cortázar era el mayor enemigo de Carpentier. Aunque le reconocía su calidad de “maestro”, su “fenomenal estilo” y “la belleza” de varios de sus libros, anotaba en carta a Fuentes que “Alejo es un maravilloso caso de anacronismo literario, y su Siglo, mal que te pese, es un resplandeciente Víctor Hugo streamlined” (un Víctor Hugo simplificado). “El hombre que escribió ‘Rayuela’ no puede aceptar ‘El siglo de las luces’, que es absolutamente  su polo opuesto en materia de actitud estética e incluso ética”, decía Julio. Y contaba además que los “jóvenes” escritores en Cuba “me dijeron mano a mano” que Carpentier no era el gran escritor que habían fabricado desde París, que lo encontraban “pomposo, desbordado, arrollador y bastante hueco”. Los jóvenes que citaba Cortázar eran Calvert Casey, Lisandro Otero y Antón Arrufat.

Los cuatro del boom tenían un respeto venerable por Octavio Paz, les fascinaba Rulfo, a Onetti lo consideraban “extraño”, y Cortázar en específico estimaba que el mejor de todos ellos era Vargas Llosa. De hecho, fue Cortázar quien consagró a Mario con la crítica que le hiciera a “La casa verde”, novela que compitió en el premio Rómulo Gallegos, ganando la competencia,  con “Paradiso” de Lezama Lima.  No recibieron con el entusiasmo “colosal” que había dicho Carlos Barral a la novela de Donoso “El obsceno pájaro de la noche”, y a Mario Benedetti, para entonces un empleado de Casa de las Américas, en La Habana, lo consideraban un  “tipo excluyente”. Fuentes, de su parte, que fue el encargado de enviar el manuscrito de “Cien años de soledad” a la editorial Sudamericana, comenzaba a forjar contratiempos con Asturias a quien llegó a llamar en una ocasión “viejo chocho”. Era un grupo productivo, pero difícil. El Cóndor Andino o El Inca, El Águila Azteca, El Coronel de Macondo, como los motejó Cortázar a cada uno.

Fuentes confrontaba problemas en México, donde algunas figuras le injuriaban con frecuencia, lo que le obligó a irse de su país por un tiempo.  La CIA lo vigilaba por su conducta antiimperialista y le negaron la entrada a Puerto Rico en una ocasión. Le permitieron viajar a Nueva York, escoltado “de noche y día por un sujeto de trench coat (gabardina) y sombrero de fieltro”. Fuentes, mucho antes que Vargas Llosa, se interesó en formar un partido político en México. Fue otro de sus proyectos frustrados.

No fue hasta 1966 que, aunque ambos se habían leído mutuamente, se escribieron por carta de enero de ese año por primera vez García Márquez y Vargas Llosa. Fuentes escribía entonces “Cambio de piel” y el Gabo le enviaba algunos capítulos de “Cien años de soledad” a Luis Harss, que luego escribiría el libro emblemático de esa generación “Los nuestros”. Se afirma que otros que leyeron la novela previamente fueron el cubano Severo Sarduy y el famoso crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal. La novela había creado expectativas inusuales entre los socios del boom y las editoriales que se disputaban la primicia de su edición. De hecho, Sudamericana le organizó una presentación memorable.

Con los inicios de los setenta, comenzaba también la disolución del grupo de los cuatro. ¿Cuándo pues se termina la gran historia del boom? Vargas Llosa acusa al cubano Ambrosio Fornet de haber puesto la primera piedra, cuando publicó en la revista “Casa” un artículo donde, según el escritor peruano, se refiere a Carlos Fuentes de manera inaceptable. Para José Donoso, cronista del boom, el grupo termina como unidad la Nochevieja de 1970 en una fiesta ofrecida en casa de Luis Goytisolo en Barcelona, en la que los Vargas Llosa  bailaron un vals peruano, los García Márquez un merengue tropical (probablemente fue una cumbia o un vallenato), y donde el famoso editor Jorge Herralde, el mexicano Sergio Pitol y Carmen Balcells, la agente literaria de los cuatro, observaban la pachanga.  El caso Padilla fue el germen de la discordia. Dos que comenzaron a descreer en el socialismo y dos que, a pesar de sus dudas, permanecieron en la cantera cubana. Empero, el boom tiene un final literario y un final humano. Se había iniciado con “La región más transparente” de Carlos Fuentes y “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa. Va a concluir cuando se publican “Terra nostra” de Fuentes y “El otoño del patriarca” de García Márquez, en el mismo año, 1975. Ese es su final literario. Y el final humano del boom es, sin dudas, el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez en el vestíbulo de un cine mexicano, en 1976. Para entonces, Mario ya se había alejado totalmente del grupo. Nunca simpatizó con la escritura de cartas. Fuentes seguía escribiendo y forjando proyectos, esta vez solo mencionando a los tres que quedaban. Cortázar moriría en París en 1984. García Márquez, enfermo ya de la memoria, recibió en marzo de 2012 la última carta del primero que inició esta parranda epistolar cincuenta y siete años antes: “Muy querido Gabriel, felicidades por tus 85. Pensar que nos conocimos hace medio siglo. Nuestras vidas son inseparables. Te agradezco tus grandes libros. Tu cuate, Carlos Fuentes”. El Gabo moriría dos años después. El sobreviviente único del grupo ha regresado al redil de Patricia a sus 87 años, luego de innumerables parrandas literarias y personales.

(Recomendamos la lectura de “Las cartas del Boom”, Alfaguara, 2023).

LIBROS
  • Aquellos tiempos con Gabo

    Plinio Apuleyo Mendoza, Plaza & Janés, 2000, 219 págs. Uno de los grandes amigos del Gabo, distanciados entre sí para siempre a raíz del caso Padilla. Colega de muchos avatares que se cuentan en este libro que oferta a un García Márquez desconocido.

  • García Márquez, una vida

    Gerald Martin, Debate, 2009, 762 págs. El Times Literary Supplement definió a esta obra del académico británico como “una crónica magistral y sensible, equilibrada y juiciosa, pero también un emocionante tributo”. Nada más que agregar.

  • Cien años de soledad

    Gabriel García Márquez, Real Academia Española, 2007, 606 págs. La novela cumbre del boom y de toda la literatura hispanoamericana. Edición conmemorativa del cincuentenario de su publicación, de los 80 años del autor y de los 140 años de la ascensión de Remedios, la bella, al cielo.

Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.