Cartografía de la literatura
El rol de las antologías en la literatura regional
Hay que ir más allá de lo que nos ofrece la literatura dominicana, no tan activa hoy como en mejores épocas, ni mucho menos luciendo plenamente integrada al espacio literario latinoamericano, salvo excepcionalidades muy dignas.
Hay que ir más allá de España, de donde proviene casi todo lo que consumimos lectorialmente, y acercarnos más a la literatura que se produce en una Latinoamérica que tanto persiste en la unidad geográfica que se mueve sobre rieles económicos y políticos, pero muy poco, y en algunos casos nada, en lo cultural y literario.
Las antologías han llenado vacíos y silencios. Es cierto que en muchos casos son productos de investigaciones deficientes, de juicios interesados, de reuniones de nombres y títulos limitados y, en no pocas, de ausencias imperdonables. Pero, han cumplido y cumplen su labor de, por lo menos, orientar por dónde se mueve la literatura de un país, sus poetas, narradores, ensayistas. Es un acercamiento nunca desdeñable, si aún con algunos errores se percibe la buena intención.
Hoy lo que se impone es cartografiar la literatura de la región, para conocer lo que se escribe en nuestra lengua, para actualizar conocimientos que van requiriendo una revisión profunda (títulos, temas, tratamiento, autores) y, sobre todo, dar una mirada atenta al paisaje de la literatura escrita en español, pero que tiene en cada caso matices, esquemas, inquietudes y estilos diferentes. Desde luego, resultará siempre imposible abarcar a todos los autores y a toda la literatura de las naciones latinoamericanas, pero al mismo tiempo resulta ingrato que sepamos tan poco de lo que hacen los escritores en los países de nuestro sistema geográfico, incluyendo los de la vecindad. Es un caso insólito, por ejemplo, la dificultad de estar al día desde aquí sobre puertorriqueños y cubanos, nuestros pares antillanos, porque no llegan los libros de sus autores, ni sus editoras tienen alcance más allá de sus propias fronteras. Lo que se conoce de esta literatura es la que se oferta desde editoriales españolas, sobre todo en el caso de Cuba, porque es increíble que los poetas y narradores boricuas no encuentren asiento en el gran mundo editorial hispano. Luis Rafael Sánchez, en su momento, pero ni siquiera con una permanencia justa. “La guaracha del macho Camacho” fue un episodio singular que tuvo un alcance limitado. Este maestro debió ser considerado hace rato para premios internacionales relevantes, pero su proyección se frenó. Hoy tiene 86 años. Mayra Montero se ha beneficiado de la protección de Tusquets, y Rosario Ferré fue bendecida con respaldos del Fondo de Cultura Económica, de la célebre editora de Joaquín Mortiz en su mejor época y de Círculo de Lectores, estas dos últimas ya desaparecidas dejando catálogos envidiables. Edgardo Rodríguez Juliá es un escritor relevante ¿y sus libros? “La renuncia del héroe Baltasar”, por mencionar solo uno, la editó el FCE (2006) y “Caribeños” fue prologada por Julio Ortega (2002) pero con editorial boricua. Mayra Santos Febres parece ser la que mayor dimensión va teniendo actualmente desde esa isla donde ofician tantos buenos escritores. Pero, salvo alguno que salte el charco, no conocemos bien el movimiento literario actualizado de Puerto Rico. Lo mismo ocurre con Cuba, donde ha mermado mucho el movimiento editorial de antaño y desde donde, hace años, llegaban los libros de sus magníficos escritores. Cuba es hoy, para el mundo latinoamericano, Leonardo Padura, Abilio Estévez y Wendy Guerra, pero nada llega de los que están dentro la isla. Sólo quedan los ecos de las glorias literarias pasadas, que pesan mucho. ¿Qué escriben los jóvenes poetas y narradores cubanos de hoy? ¿Y los de Puerto Rico?
Los dominicanos nos hemos quejado por largas décadas sobre esta realidad, pero no estamos solos en la pena. El desconocimiento y falta de proyección resultan comunes a casi todas nuestras geografías latinoamericanas. Centroamérica no cuenta, aunque Sergio Ramírez saque la cara y el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa muestre sus firmes agallas de narrador admirable, dueño de una bibliografía contundente y amplia. ¿Sabemos algo de Venezuela, después de José Balza? ¿O de Perú después de Vargas Llosa? ¿O de Chile después de Roberto Bolaño? ¿O de Bolivia, antes o después de Edmundo Paz Soldán y Pedro Shimose? Son pocos los lectores que podemos enterarnos, y eso porque andamos rebuscando allí y acá, que muchas veces ni Amazon da cuenta de nada. La totalidad de lectores sabe poco de lo que sucede en la literatura de Ecuador, Paraguay, Bolivia, Perú, Uruguay, Panamá o cualquier otro país latinoamericano. Colombia y México son los más favorecidos editorialmente y hoy pueden exhibir un cuadro de autores que dan la batalla y ofertan cualidades excepcionales. Colombia con Piedad Bonnett, Gamboa, Roncagliolo, Juan Gabriel Vásquez, Abad Faciolince, Darío Jaramillo Agudelo. México, como Colombia, es una cantera. A los nombres consabidos se unen David Toscana, Enrique Serna, Brenda Navarro, Germán Santamaría, María Amparo Escandón. Argentina, otrora potente, muestra, entre otros, a César Aira, Germán Maggiori, Marcelo Birmajer, a la ya madura Claudia Piñeiro y a una Leila Guerriero que nunca deja de asombrar. Chile muestra a Patricio Jara, Nona Fernández, y en Perú me quedo con Daniel Alarcón. Nada más sabemos. Este es un “mapeo” rápido, pero no llega más lejos de ahí.
El crítico neoyorquino Seymour Menton construyó un atlas de la literatura latinoamericana preguntándose de entrada si Latinoamérica era veintiuna naciones individuales o una sola. Su paseo analítico es espléndido, pero Menton sólo parece haber conocido la obra de Juan Bosch en la literatura dominicana, pues en otros libros suyos sucede lo mismo. Incluso, llega a mencionar junto a Bosch a José Luis González, que aunque nacido aquí su nombre y trayectoria está vitalmente unido a Puerto Rico. No pertenece a nuestra historia literaria. Cuando se iniciaba el siglo actual, el bien asentado crítico peruano Julio Ortega también elaboró su cartografía latinoamericana y en ochenta autores que evaluó de toda la región, dejó fuera a República Dominicana. Es reincidente. Lo hizo en libros suyos anteriores.
Como Menton y Ortega, las nuevas cartografías literarias del continente al que se dice pertenecer el Caribe donde nos alojamos siguen presentando deficiencias de investigación y conocimiento de la literatura dominicana. Uno reciente, curado por la argentino-española Clara Obligado, presenta a Camila Henríquez Ureña, la “hermana feminista”, como lo único que puede distinguirse entre nosotros (su obra se escribió fundamentalmente en Cuba y aquí sólo vino a morir). Una española, profesora en la universidad de Granada, Ana Gallego Cuiñas, se encarga del brevísimo enfoque de la ilustre intelectual. Como se trata de una publicación destinada a crear vínculos, nuestro poeta León Félix Batista aparece en este volumen (en la parte dedicada a Cuba) reseñando al poeta Lorenzo García Vega. Y eso está bien. Lo malo es que la mirada hacia nosotros se quede en una escritora del pasado. Bueno, Ana Gallego lo advierte: un atlas de literatura latinoamericana es siempre una arquitectura inestable.
Felizmente, hay otros autores que comienzan a incluir a integrantes de las últimas generaciones, diría que la estiba de escritores dominicanos que está obteniendo proyección internacional. El poeta y novelista Darío Jaramillo Agudelo ha integrado en una antología de la crónica -género que emerge con fuerza- a Frank Báez (“Bob Dylan en el Auditorium Theater”), y la conocida revista mexicana Letras Libres, que dirige Enrique Krauze, incluyó en abril pasado a dos autores nuestros en un mapa de la literatura latinoamericana del siglo XXI que cubre cien libros y quince países. Ahí está, de nuevo, Frank Báez (“Lo que trajo el mar”, 2017) y Rita Indiana (“La mucama de Omicunlé”, 2015). Son dos narradores que salvan a nuestra literatura de ser ignorada o nunca leída en el ámbito hispano. Agréguele los nombres de Rey Andújar y Junot Díaz, y tenemos completa una panorámica que aunque la soñamos veinte y tantos años atrás, se ha dado con los escritores que nunca imaginamos. Otros se quedaron en la gatera o llegaron tarde al festival. (Conste: a veces da brega conseguir en nuestras librerías a Rey, Frank y Rita. El colmo.)
El drama del desconocimiento de la literatura latinoamericana nos abarca y consume. A todos los de la región, tan desunida en lo cultural y literario. ¿Cómo vamos a lograr identidad regional alguna de esta manera? Es a esta nueva generación a la que le corresponde impedir que este embrollo siga su curso. Un Atlas -o Mapa- literario dominicano, con firmas extranjeras, insertado en una editorial de prestigio, parece necesario producir cuanto antes. Existe ya un precedente. Pregunten por Néstor Rodríguez, Eva Guerrero y Fernanda Bustamante. Estos, lo lograron.
- Guía del Nuevo Siglo
Julio Ortega, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998, 438 págs. Guía de lectura con 80 textos de igual número de autores de habla hispana, aunque también en inglés y portugués. RD: ausente.
- Antología de crónica latinoamericana actual
Editor: Darío Jaramillo Agudelo, Alfaguara, 2012, 650 págs. Para el editor lo que mejor se escribe hoy en Latinoamérica es la crónica periodística. Los ejemplos que lo demuestran figuran en esta antología.
- Atlas de tierras legendarias
Judyth A. McLeod, Círculo de Lectores, 2012, 319 págs. Reinos fantásticos. Islas fantasmas. Continentes perdidos. Mundos míticos. Una visión distinta de la tierra, desde sus maravillas y fantasías.
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