El último domingo de mayo
Somos diferentes y celebramos en esa fecha el Día de las Madres
Decidimos ser diferentes —ignoro el porqué—y escogimos el último domingo de mayo para el Día de las Madres. En más de ochenta países, entre ellos los Estados Unidos y la mayoría de los latinoamericanos, la celebración cae en este mes pero en el segundo domingo. Caveat, el júbilo es compartido porque las razones son universales y trascienden la cuestión de fechas. Madre, sustantivo o adjetivo potente, siempre señalando con certeza el origen; siempre punto de partida para derivaciones inconmensurables: madre tierra.
Para quienes nos comunicamos en este idioma, la Real Academia Española (RAE) nos regaló en el pasado diciembre un nuevo término mediante la actualización número 23.6 de su diccionario: mamitis. Presente navideño que azuzó una controversia con raíces más complejas que la definición simple: “excesivo apego a la madre”. Fue una de 3.152 novedades, punto y seguido de una tradición que ha dejado abandonado en el camino el sello etnocéntrico que caracterizaba a la RAE. En parte gracias a su exdirector Darío Villanueva, la benemérita academia reconoce que la lengua del inca Garcilaso de la Vega se potencia en este lado del mundo, que a nosotros debe su auge. Solo en un país, México, hay más del doble de hispanohablantes que en toda España.
Como lengua en constante evolución, la española cambia, se adapta a los tiempos e incorpora giros y medios de expresión que la sociedad crea para interpretar la realidad a su alrededor. De aplaudir que la RAE se preocupe por esos cambios y enriquezca así ese vínculo esencial para un colectivo en crecimiento. Debe hacerlo, sin embargo, desde una posición de respeto, sin arraigar prejuicios que como moneda de curso circulan libremente. Porque el lenguaje también es político. Inocente, poco.
Mamitis, ¿y por qué no papitis? Y así, aligerar la carga pesada que arrastra lo femenino en un mundo hendido hasta las entrañas por el machismo y el micromachismo, también este último incorporado al diccionario en diciembre? Asomaron sospechas de que se trataba de una cuestión de género, con el recordatorio de que muy pocas mujeres ocupan poltrona en la institución fundada por el navarro Juan Manuel Fernández Pacheco en 1713 y que no tuvo su primera académica hasta 1978. Pero el director actual de la RAE, Santiago Muñoz Machado, saltó de inmediato al ruedo para aclarar con la linterna de las palabras: “Hemos incorporado mamitis y no papitis, pero no es que consideremos que una cosa existe y otra no: mamitis está documentada y papitis no”. ¿Doblaje maestro de Salomón? Otra novedad viene en las formas complejas, tal “quiero y no puedo”, como pretensión de parecer mejor de lo que se es. Freud fue más salomónico y repartió su conflicto edípico entre los dos progenitores en igual medida.
Insatisfecho con la decisión de la RAE y la explicación de Muñoz Machado, tomo partido con quienes cuestionan lo del excesivo apego a la madre. Peca de exceso matizar de tal manera una tendencia natural que no repara en género. El primer impulso cuando nacemos es de mera supervivencia y buscamos prontamente el calostro para compensar la necesidad inmediata. Seguimos apegados al pecho generoso tiempo después de que el estómago haya desarrollado la capacidad para digerir algo más que la leche materna. Ese vínculo de dependencia obedece a una urgencia, ciertamente, traspasable a quien provee el alimento lácteo. Excepción, no regla, en desuso por los nuevos criterios sobre el desarrollo afectivo del infante y la capacidad industrial de reproducir la leche materna.
Descontado el tema de la alimentación primaria, la aproximación a la madre es instintiva en todas las especies. Identificamos en esa cercanía seguridad y protección. De ahí la acepción que la RAE da a regazo: lugar o cosa que acoge algo y le da amparo o consuelo. Ningún otro más acogedor que el materno, y solemos retornar a él cuando se impone la inseguridad, incluso en nuestra etapa de adulto.
Por las redes sociales rodó una definición alternativa con ponzoña sobrada: “Mamitis: expresión viejuna, rica y pasada de moda que denota incomprensión y prejuicios respecto a las necesidades básicas de apego y protección en los bebés”. Apoyada en el seudónimo de “madremente”, alguien fue más lejos con un comentario mordiente cuyas líneas finales arrancan carcajadas por el desenfado. “Los señores de la RAE han incluido la palabra ‘mamitis’ en el diccionario con la definición ‘excesivo apego a la madre’. Y yo solo puedo pensar en esos señores a los que tanto les faltó un abrazo cuando eran bebés. No existe tal cosa como excesivo apego a la madre y me parecéis todos unos imbéciles, señores de la RAE. Chicas, abrazad a vuestros bebés y que la RAE nos coma el coño.”
La mamitis no se sufre ni se padece, nos refocilamos en ella como aprendí en mi niñez al abrigo de mi madre. Cuando muy niño, los desplazamientos por carreteras con curvas me producían unas bascas irrefrenables. En una oportunidad, viajaba con mi progenitora en el asiento delantero del carro que servía como transporte colectivo entre la entonces Ciudad Trujillo y mi pueblo natal. De ordinario sabía cuándo las arcadas desembocarían en emesis, y con tiempo advertía al conductor para que frenara sin demora. Por la ventanilla o inclinado al borde de la vía dejaba que mi estómago se desentendiera de cuanto llevaba dentro, casi siempre muy poco porque ya sabía de mis debilidades. Esa vez no tuve tiempo: me vomité encima y de paso atropellé el impecable vestido de lino, planchado escrupulosamente, de mamá. Solícito, el chófer detuvo la marcha; muy cerca, a un costado de una ruta de muy poco tránsito en esos años pretéritos, había una choza desde donde salió una anciana a ver qué pasaba. Conmigo de mano, mamá le pidió agua y, como mejor pudo, me limpió y luego, ella.
No hubo un solo reproche ni sobrevinieron sopapos. Por el contrario, del fondo de su bolso salió un pequeño frasco con berrón (bay rum), cuyos efluvios al frotármelo me tranquilizaron hasta el punto de que muy pronto dormía arrimado a mamá, ambos con rastros húmedos en la ropa a causa de mi incontinencia. Como primogénito, más de una vez, con puros lloriqueos, logré que mamá me incorporara en sus viajes a la capital donde vivían sus tres hermanos. De antemano sabía que si me mareaba en el largo viaje, no por la distancia sino por la lentitud de los vehículos y la pobreza de la infraestructura vial en esos tiempos, mamá estaría cerca y cuidaría de mí. ¿Mamitis? El apego a la madre excluye el exceso. Aunque ya no esté conmigo ni suene el teléfono con su voz para anunciarme que preparó mi plato favorito, continúa imbatible la devoción a esos recuerdos de cuitas apagadas con mimos.
Mis años son ya muchos y me han convencido de que las vueltas del calendario son ineficaces contra la mamitis. Aunque desafecto a las fechas, conmemoraciones y festividades espuelas para el consumo, estaré unido a los millones de dominicanos que, como excepción en el mundo, dedicamos el último domingo de mayo a las madres. Desde ya siento la mamitis colectiva.
Descontado el tema de la alimentación primaria, la aproximación a la madre es instintiva en todas las especies. Identificamos en esa cercanía seguridad y protección. De ahí la acepción que la RAE da a regazo: lugar o cosa que acoge algo y le da amparo o consuelo. Ningún otro más acogedor que el materno, y solemos retornar a él cuando se impone la inseguridad, incluso en nuestra etapa de adulto.
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