Mural Cultural de Abril
Los hechos de abril de 1965 marcaron a la sociedad dominicana
Abril del 65, con su tropel de eventos inesperados, desató energías dormidas de múltiples sectores de la sociedad dominicana que concurrieron con sus respectivos recursos a participar en el combate por un país mejor. La intervención norteamericana del miércoles 28 –que descubrí en experiencia surrealista al abrir al amanecer la puerta trasera de mi casa en la Martin Puche 5 y encontrar en el patio al personal de la 82 división aerotransportada cableando para conectar el campamento que instalaron en la colindante Reid & Pellerano-, le dio un giro patriótico a las cosas.
Ya no se trataba de una guerra civil entre constitucionalistas y contrarios al retorno de Bosch y la Constitución del 63 o de rebeldes y leales –como le llamaron maniqueos el gobierno de Johnson y la prensa norteamericana a los bandos en pugna. Ahora se disparaban otros resortes, se tensaban unas fibras sensibles de lo que llaman “orgullo o dignidad nacional”. Motorizando la resistencia a dejarse humillar por una aplastante fuerza militar extranjera. “Airborne, airborne”, coreaban en formación maquinal los muchachos de la división 82 al realizar sus ejercicios matinales a las puertas de mi hogar, para afianzar el espíritu de grupo.
En la batalla del 65 cada cual puso lo suyo. Los militares constitucionalistas y los civiles que abrazaron las armas en los comandos realizaron su tarea. Los trabajadores de la cultura tomaron el pincel y la brocha gorda para cuajar en cartelones, en telas, cruza calles y murales, las consignas que sintetizaban el sentido movilizador de la épica, las imágenes que plasmaban los motivos de la lucha.
Silvano Lora, José Cestero, Ramírez Conde, Ada Balcácer, Asdrúbal Domínguez, Dionisio Pichardo, Leopoldo Pérez (Lepe), Norberto Santana, Hernández Ortega, Ramón Oviedo, Elsa Núñez, entre otros, asumieron la labor de realización y difusión de un arte militante ajustado a los requerimientos del momento. Disparaban con certera efectividad morteros de arte.
Así, sobre el edificio de la Shell frente al Baluarte, ambientando un mitin realizado en el Parque Independencia el 12 de julio, conmemorativo del 41 aniversario de la salida de los marines tras la ocupación norteamericana de 1916 a 1924, una tela colgante proclamaba: “12 de Julio Otra Vez Fuera Yanquis”.
Una caricatura mural desplegada en el Edificio Marranzini de El Conde, bajo el epígrafe La Imparcialidad Yanqui, mostraba a un gigantesco Tío Sam entre un soldado del CEFA y un civil armado simbolizando el pueblo. Mientras éste era golpeado en el rostro por el puño portentoso de un Sam “compasivo y arbitral”, de sus labios brotaba un apelativo “No peleen”.
Otros carteles realzaban el valor de la Constitución del 63, conceptuada como “Base de Nuestros Hogares”, garantía del ejercicio de las libertades públicas y del disfrute de derechos sociales y económicos (trabajo, sindicalización, educación, reforma agraria). Marco normativo para el respeto mutuo entre soldados y civiles, la unidad nacional, la justicia y la paz. “Ni chantajes Ni morteros ¡Constitución!”, rezaba una pieza, mientras otra consignaba que la Carta Magna era “fruto de dura lucha”.
Unos carteles, de corte antiimperialista, mostraban al icónico Tío Sam junto a la inscripción: “Con tropas pisotean los pueblos y tratados internacionales”. “La marcha hacia la libertad los yanquis no la detendrán”. “OEA no encubra la muerte”. “Ni un paso atrás”. Consignando uno un optimista “Triunfaremos”, expresión acompañada por la imagen de un combatiente con el fusil desafiante en alto. De la más militante factura de realismo socialista.
Los fotógrafos, activos y arriesgados como pocos, registraron con el lente valiente los momentos más dramáticos de la guerra. Tanto los que debían quedar atrapados para la historia como las escenas de la rutina de la Zona, porque en medio del tráfago de la pólvora y la angustia, la vida cotidiana continuaba. Por eso las exposiciones de foto reportaje del militante Milvio Pérez que se exhibían multifacéticas en las vitrinas de la afamada Casa López de Haro, frente al Edificio Copello sede del gobierno de Caamaño.
Los poetas, de su lado, se lanzaron al ruedo de la lucha y levantaron sus cantos encendidos para galvanizar el espíritu de la gente. Multiplicándose en veladas entusiastas de lectura en las que descollaron Miguel Alfonseca, Juan José Ayuso, René del Risco, Jacques Viau, Avilés Blonda, Ramón Francisco, Abelardo Vicioso, Rafael Astacio, Pedro Mir, Grey Coiscou, Pedro Caro, Antonio Lockward, Silvano Lora, Salvador Pérez Martínez, Fernando Casado.
Otras brigadas culturales arrimaron sus hombros. Aníbal de Peña compuso el Himno Constitucionalista grabado con el cuarteto vocal Los Solmeños (Horacio y Rafael Pichardo, Nandy Rivas y Tito Saldaña). Pianistas como Enriquillo Sánchez y Danny León Pichardo, cantantes tales Olga Azar, Elenita Santos, Violeta Stephen, Armando Recio, Cuco Valoy (autor del montuno alusivo a la gesta Las páginas gloriosas), el cuerpo de baile de Tony Echavarría, animaron a la gente. Sesiones de cine fórum completaron la oferta cultural.
Las salas de los teatros Independencia, Santomé, Leonor, Olimpia y Capitolio, la Galería Auffant, el Instituto Salomé Ureña, el Club de la Juventud, el Parque Eugenio María de Hostos, la Fortaleza Ozama y el Parque Rubén Darío, fueron escenarios de esta febril agenda cultural. Al igual las bocacalles principales que acogieron en sus paredes insurrectas cartelones alegóricos, fraguados por los artistas plásticos en talleres como el que funcionara en la Santomé próximo al Bar América, en local operado por José Cestero. Frecuentado por Silvano, Asdrúbal y el veterano dirigente del Partido Socialista Popular Félix Servio Ducoudray, en rol comisario de los trabajos elaborados en víspera de mítines.
Radio Santo Domingo, bajo la acertada conducción del dramaturgo y actor Franklin Domínguez, puso en movimiento unos Episodios Gloriosos de la Lucha Constitucionalista, escritos por éste y dramatizados magistralmente por Iván García, Fernando Casado, Miguel Alfonseca, René del Risco, Salvador Pérez Martínez y el propio Domínguez, a manera de piezas de radio teatro destinadas a orientar políticamente y a brindar entretenimiento a la población.
Para dar coherencia articuladora a esta dimensión de la guerra, se formó el Frente Cultural capitaneado por Silvano Lora, que fijó su posición en un manifiesto publicado el 4 de julio bajo el título Declaración de los Artistas, en el cual intelectuales y artistas plasmaron su adhesión comprometida al movimiento constitucionalista. “Hemos cumplido con nuestro deber. Seguiremos cumpliendo con nuestro deber. Porque el arte, cuando no es fiel expresión de las agonías y de las esperanzas del pueblo que a través de su propia existencia lo sugiere, abandona por completo su raíz esencialmente humana y humanista.”
En adición a nombres ya mencionados, suscribían el documento Armando Almánzar, Arnulfo Soto, Efraím Castillo, Víctor Villegas, Delta Soto, Humberto Soto Ricart, Narciso González, Antonio Avelino, Alberto Perdomo, Carlos Acevedo Gautier, junto a otros.
El 16 de agosto, en ocasión de la efeméride de la Restauración que se celebró en grande en la Zona Constitucionalista, el Frente Cultural organizó una exposición pictórica alusiva a la situación de guerra e intervención extranjera, en la Galería El Arte Moderno de Rafael Auffant, sita en El Conde 111. En la cual participaron artistas de la talla de Gilberto Hernández Ortega, con su obra Mujer de luto, José Cestero, Evasión de angustia, Silvano Lora, Ascensión del poeta (homenaje a Jacques Viau, una sensible baja de los ataques americanos del 15 y 16 de junio), Ada Balcácer, Paz sorprendida.
Ramón Oviedo –un militante de la cultura que se desempeñó como caricaturista en la prensa y dibujante publicitario- aportó su trabajo 15 de junio de 1965. En tanto Leopoldo Pérez (Lepe), atacó pincel en ristre a través de su tela Antropófagos del siglo 20.
El veterano maestro Jaime Colson estuvo presente con la pieza Combatiente y Paul Giudicelli –nacido como Pedro Mir en el entorno de un ingenio, Porvenir, de padres corsos vinculados al colonato cañero y quien habría de fallecer ese año a la temprana edad de 45- figuró con Cabeza de soldado. En la Bienal de 1963, Giudicelli Palmieri obtuvo el primer premio de pintura con su cuadro Meditación sobre la Armadura de un Soldado, una temática en boga dado el protagonismo hegemónico de los militares en la vida política, tanto en el país como en el resto de América Latina.
Gisela Risk participó con Noche de Mortero, en clara referencia a los mortificantes y mortíferos bombardeos a la Zona Constitucionalista con esas granadas expansivas, practicados desde las alturas de la ciudad por la artillería de ocupación, acantonada en sus farallones. Aquiles Azar, desplegando su destreza en el dibujo a plumilla que caracterizó su magnífico trabajo artístico, estuvo representado con una Cabeza y Asdrúbal Domínguez, más motivado ideológicamente, plasmó su protesta en Aplastados por el Imperio. El maestro Guillo Pérez colgó un óleo sin título. Dionisio Pichardo se apuntó con Hacia la luz, y Marcial Schotborgh con Sabana de esperanza.
Mucho queda por rescatar del aporte cultural de abril del 65, tanto en la literatura –la narrativa se alimentó posteriormente de esta experiencia-, como en el periodismo y las artes plásticas. El Museo de Arte Moderno montó exposición en el 2001: Dimensiones heroicas. El Arte de los 60 en la República Dominicana. La Biblioteca Nacional publicó en el 2009 La Otra Guerra de Abril. La Batalla Cultural de los Constitucionalistas, obra meritoria fruto del trabajo de investigación y compilación realizado por Pedro Pablo Fernández.
“Presente, pues, hemos dicho los artistas en esta lucha de los hombres de la República Dominicana por la libertad, por la justicia social, por la democracia”, proclamaban compromisarios en el fragor de la guerra del 65 los militantes de la cultura. Certificando con su quehacer la voluntad de resistir. Aunque sólo fuera con el arma punzante de la punta de un lápiz o los pelos dóciles de un pincel.
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