Gratitud Ateneísta
El Ateneo atesora una de las bibliotecas y hemerotecas más valiosas con que cuenta la nación
El 2 de junio del 2021 recibí la Medalla al Mérito Cultural del Premio Peña y Reynoso al Magisterio Nacional que otorga el prestigioso Ateneo Amantes de la Luz de Santiago de los Caballeros, fundado en 1874 por el civilista y eminente educador Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Cuyas estanterías atesoran una de las bibliotecas y hemerotecas más valiosas con que cuenta la nación, contentivas de ediciones príncipes de autores señeros, y colecciones de diarios y revistas que registran la historia del siglo XIX e inicios del XX. Con 147 años de labor ininterrumpida, la entidad ha sido escuela de civismo y monitor de las letras y las artes en el corazón progresista del Cibao.
El texto que sigue se redactó para la ocasión.
Tuve la dicha de acudir a muy temprana edad a Los Angelitos, una escuelita familiar a la que se llevaba una sillita de guano, ubicada en la Julio Verne en Ciudad Trujillo, a escasos pasos del Palacio Nacional. Allí hice el kindergarten, pero lo más importante fue ese nombre portentoso que me abriría cauces inimaginables para recorrer 20 mil leguas de viaje submarino junto al capitán Nemo, volar en globo por África, rodar por el mundo en 80 días o explorar el centro de la tierra.
Verne -erudito en geografía, ciencia y tecnología- me ayudó a conectarme con Twain, Dickens, Scott, Carroll, Andersen, los Grimm, Collodi, Salgari, Kipling, Stevenson, Poe, London, Hugo y tantos otros que vendrían después y me abrirían la mente a nuevos mundos.
Mi formación formal arrancó en el Colegio Nuestra Señora de la Candelaria, de monjas, recién estrenado en la calle Peña y Reynoso, en el corazón de San Carlos, una villa antigua de poblamiento canario, en donde obtuve el honroso título “Ya se leer”. Realmente el inicio de la aventura maravillosa de la lectura se lo debo a mi madre, verdadera maestra e inductora.
Coincidencias felices de la vida, hoy recibo este honroso reconocimiento que me hace compromisario con una veneranda institución fundada por los desvelos pedagógicos y cívicos de ese insigne munícipe y educador paradigmático, santiagués de raíz, que fuera Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, a quien tanto debe la república ilustrada.
Tras 2 años con las monjitas en experiencia mixta, con obritas teatrales en el Paramount y procesiones de Semana Santa y carrozas de fiestas patrias, el Colegio Dominicano de La Salle me esperaba en la Bolívar con sus edificaciones modernas, facilidades deportivas, excelente educación, disciplina y diversidad magisterial. El gran colegio de varones de la capital, incluyendo los obligados desfiles en el Malecón ante el llamado “Benefactor de la Patria”.
El coro colegial, bajo la conducción de Luis Frías Sandoval, me abrió sus ánforas cantoras y la Catedral Primada su misa dominical de las 10. Compañeros de mucha calidad que hoy permanecen, a más de 60 años, en hermandad.
La otra estancia más breve pero valiosa fue el Colegio Don Bosco de los salesianos -una orden que ha sembrado pródigos frutos, auspiciada por monseñor Ricardo Pittini-, donde me sorprendió el ajusticiamiento de Trujillo, ahora en el 60 aniversario. Mi participación en las luchas libertarias de la transición, peleándole calle y plazas a la decadente dictadura, provocó que se nos extrañara de ese plantel, junto a otros compañeros. Todo por sumarnos a la huelga convocada bajo la consigna “Navidad con Libertad” que presionó la salida de los Trujillo y el derrumbe del régimen despótico. Jornada en la cual Santiago jugó roles protagónicos.
El Liceo Presidente Trujillo, mutado a Juan Pablo Duarte e identificado como La Normal, nos acogió en medio de esos días convulsos gracias a la generosidad de su director Gilbert Mangual. Ambiente volcánico sumamente ideologizado con brillantes profesores de ambos sexos, quienes pasaron en 1965 a engrosar el claustro de la UASD bajo el alero del Movimiento Renovador. El punto crítico era la disciplina, rota casi a diario por los “cabeza caliente” que trababan combate con la policía. Piedras contra lacrimógenas.
Asmático y alérgico la opción era escapar a El Conde, a la peña de Arte y Liberación en el Café Sublime, un grupo cultural animado por Silvano Lora, con artistas plásticos como Iván Tovar, Ramírez Conde, Toribio, Norberto Santana, y escritores noveles como Miguel Alfonseca, Efraím Castillo, Jeannette Miller, Jacques Viaux, Juan José Ayuso, Antonio Lockward, Héctor Dotel, Grace Coiscou, Iván García, Leonte Brea. Y la asesoría veterana de Jaime Colson y Aida Cartagena.
Fueron años febriles de lectura hasta el amanecer: a Darío, Nervo, Gutiérrez Nájera, se sumarían los autores del Siglo de Oro español. También los rusos, los franceses, Whitman, Neruda, Guillén, Lorca, Machado, Alberti, León Felipe, Mir, del Cabral, Bosch, Marrero. Rodó, Ingenieros, Haya de la Torre. Rousseau, Locke, Voltaire, Moro, Maquiavelo. Los socialistas, las encíclicas, los mexicanos con su revolución nacionalista. La narrativa latinoamericana (Gallegos, Asturias, Icaza, Azuela, Rulfo, Rivera, Quiroga) y la realista rusa (Tolstoi, Dostoievski, Chejov). El estudio sistemático de la Filosofía orientado por Jimenes Grullón. Sartre, Camus, Fanon.
De 6 a 12 de la noche trabajaba como auxiliar referencista en la Biblioteca Municipal de la Padre Billini, en el recinto que alojó la Escuela Normal de Varones que fundara el Maestro Eugenio María de Hostos a finales del siglo XIX, todavía hábitat amable de su estatua sedente y veneranda tumba.
En la búsqueda de un tranquilo 4to de bachillerato en Filosofía y Letras -tras probar fallidamente en el Colegio Evangélico Central, carente de espacio físico-, me inscribí en el recién creado liceo experimental mixto Manuel Rodríguez Objío, que operaría en tanda vespertina en el local del Instituto de Señoritas Salomé Ureña. Egresando en 1964.
Otra coincidencia feliz que me brindó la vida. El poeta, historiador, traductor, general y canciller restaurador Manuel Rodríguez Objío -nacido en El Conde con José Reyes en Santo Domingo y bautizado en la Catedral- es mi conexión con Santiago, porque allí prodigó amores y formó dos familias. Autor de las obras Relaciones, Gregorio Luperón o Historia de la Restauración, y Poesías, escribió el Himno de Capotillo, editó La Voz del Cibao. Fusilado en 1871, al sumarse a los esfuerzos bélicos de Luperón por impedir el plan de anexión a Estados Unidos, promovido por Báez y Ulises Grant.
Padre de mi abuela paterna Dolores Rodríguez Reyes, maestra normal pionera graduada por Socorro Sánchez, fundadora y directora del Colegio El Amparo, en San Carlos. Colaboradora, junto a su esposo diputado Luis T. del Castillo, de la obra del Señor Hostos, su vecino sancarleño.
Matriz ella misma de una familia que contó con su primogénito Luis Conrado del Castillo Rodríguez, jurista, educador, escritor, autor de un texto escolar de Educación Cívica, fundador del Partido Nacionalista durante la Ocupación Americana del 1916-24. Orador electrizante, como lo describe admirado Joaquín Balaguer en Los Próceres Escritores, impresionado por su actuación en la Semana Patriótica que se celebró en 1920 en las principales ciudades del país, incluyendo Santiago.
De la mano de Juan Isidro Jimenes Grullón, líder de Alianza Social Demócrata, en los inicios de los 60 conocí a mi familia santiaguera, los Grullón Rodríguez-Objío, algo que agradezco. También a los León Asensio, a Pedro Fadul y al Dr. Gustavo Vincent. Las exquisiteces del Pez Dorado y el Tomasco, preferidos de Juan Isidro. Las atenciones del Hotel Mercedes, la tienda El Gallo y la Farmacia Normal.
A mi regreso de Chile en 1971, con la UCMM como dínamo del desarrollo regional, frecuenté su hermoso campus y encontré a los académicos Adriano Miguel Tejada, Víctor Brens, Gustavo Vega Imbert, Valentina Peguero, Danilo de los Santos, Carlos Dobal, Frank Moya, Enmanuel Castillo, Rafael Emilio Yunén, Ana Margarita Haché, José Luis Alemán, Miguel Sang Ben, Dinorah Polanco, Luis Bircán, Flavio Espinal. También a Héctor Incháustegui, Luis Crouch, Víctor Espaillat, Jimmy Pastoriza y mi estimado Agripino.
Esta universidad, desde su Recinto Santo Tomás de Aquino en la capital bajo la conducción académica de Radhamés Mejía y con el dínamo concertador de los monseñores Núñez Collado y Arnáiz, se convirtió en el centro articulador de las reformas institucionales que han vertebrado el desarrollo dominicano de las últimas tres décadas. En cuyas tareas he colaborado. Formadora de mis dos hijos.
El Centro León -una maravillosa apuesta de la familia León Asensio a la recuperación de la memoria cultural y a la divulgación artística- me ha tenido entre sus activos en los congresos de Música, Identidad y Cultura en el Caribe, y en otros programas como los homenajes a Moisés Zouain y Rafael Colón, dos íconos musicales santiagueros.
Cumplí recién en marzo 50 años de mi incorporación profesional a la academia. UASD, UNAPEC, UNPHU, PUCMM, el Instituto Militar de Estudios Superiores (IMES), la EFEC de la JCE, universidades y centros de estudios internacionales de Estados Unidos, México, Puerto Rico y España, la Academia de Ciencias, la de Historia, registran mi labor. Al igual que los diarios El Caribe, Ultima Hora, Listín Diario, Hoy, La Noticia, El Sol, El Siglo, Diario Libre y las revistas Ahora y Rumbo.
Mi paso como director de Sociología y de la Dirección de Investigaciones Científicas de la UASD, y del Museo del Hombre Dominicano, asesor de la Secretaría de Educación, el Banco Central y el Ministerio de Economía, consultor del MINREX, la JCE, el PNUD, la Fundación Ebert, USAID, la Comisión de Reforma del Estado, de empresas industriales y financieras, así como de gremios empresariales, certifican mi hoja de servicios. Medio siglo de investigaciones socioeconómicas, políticas, institucionales y culturales, así como decenas de obras y cientos de artículos y ponencias, testimonian mi compromiso con la educación y la cultura.
Y creo, con los valores que han guiado los servicios prestados por esta meritoria institución fundada en 1874 por Manuel de Jesús de Peña y Reynoso.
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