La diplomacia de la OEA y la ONU posibilita la reapertura de la frontera
Reabrir el dialogo con las autoridades haitianas ayudaría a nuestra imagen de buen vecino y nos situaría en mejor posición para cuidar los intereses nacionales cuando la fuerza multinacional comience a operar del otro lado.
Una confluencia de factores diplomáticos presenta una brecha al gobierno dominicano para reabrir la frontera y restablecer las relaciones diplomáticas y comerciales con Haití, en un punto muerto por la construcción de un canal que aprovechará aguas transfronterizas del lado haitiano. Un volta face fácilmente justificable y que dejaría bien parado a un Luis Abinader fortalecido luego de las primarias de su partido.
Dos decisiones, una de la Organización de Estados Americanos (OEA) y otra del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), ofrecen una oportunidad para retornar el conflicto al terreno de la diplomacia y, simultáneamente, evitar daños mayores al comercio entre los dos países, la desconexión con la comunidad internacional y la eventualidad de un incierto arbitraje internacional.
En una decisión influenciada por la República Dominicana y luego de largas rondas de consultas y conversaciones tras bastidores, el máximo organismo de la ONU dio luz verde al envío de una fuerza multinacional a Haití con la misión de restablecer allí la gobernanza y el orden público. Asesinatos a mansalva, violaciones, secuestros y extorsiones han dejado una estela de horrores, con bandas armadas como protagonistas en un Estado fallido.
La resolución es un ejemplo de la complejidad de la diplomacia. Contó con la abstención de China y Rusia y aprueba una llamada Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad que no pertenece a la ONU, pese a que responde a una petición, reiterada, del primer ministro haitiano Ariel Henry al secretario general António Guterres y a la Asamblea General de la organización internacional.
En un comunicado público y luego de una visita del canciller dominicano Roberto Álvarez a Washington, la OEA ofreció mediar en el diferendo a propósito de la utilización del río Masacre para regar las tierras de la llanura de Maribaroux. Carece ya de sentido exigir la paralización de las obras del lado haitiano como paso previo a la reanudación de discusiones amigables: nuestro país tiene la llave de paso de las aguas transfronterizas con las infraestructuras en curso a cargo del Instituto Dominicano de Recursos Hidráulicos.
Una representación técnica de nivel apadrinada por la OEA podría en un tiempo relativamente corto rendir un informe con recomendaciones de cumplimiento obligado para ambos países. La indefinición del alcance del canal haitiano, sus limitaciones estructurales y falencias técnicas abren una vía favorable a la posición dominicana. Sin olvidar que el Tratado de Paz, Amistad y Arbitraje suscrito entre la República Dominicana y la República de Haití en 1929, estatuye el aprovechamiento igualitario de las aguas.
Reabrir el dialogo con las autoridades haitianas ayudaría a nuestra imagen de buen vecino y nos situaría en mejor posición para cuidar los intereses nacionales cuando la fuerza multinacional comience a operar del otro lado. El cierre de la frontera equivale a la imposición de fuertes sanciones económicas, inaceptables para la comunidad internacional de cara a la situación de miseria que vive Haití, con más del cincuenta por ciento de la población con graves deficiencias nutritivas.
La severidad de las acciones dominicanas, que incluyen un excesivo despliegue militar frente a un país sumido en el caos y sin fuerzas armadas, ha creado un sentimiento de unidad y solidaridad en el pueblo haitiano y, paralelamente, atizado la hostilidad contra todo lo dominicano. Acostumbrados a privaciones seculares, los haitianos han convertido el rechazo a la posición dominicana en una cuestión de honor. La frontera ya no será la misma, como dijo el presidente Abinader, pero también por razones que no ingresaron en su análisis, que responde a una visión en singular de las relaciones entre dos países unidos por la geografía y separados por la historia, malos entendidos y prejuicios comunes.
Haití es el segundo socio comercial del país y, aunque con un gobierno de facto en la administración de un Estado fallido, estudia medidas para subsanar su dependencia de las importaciones dominicanas. En efecto, su ministro de Comercio e Industria reunió la semana pasada a todas las cámaras de comercio “con el fin de discutir y encontrar conjuntamente nuevas estrategias para aliviar las necesidades inmediatas de la población haitiana durante este período de crisis que afecta el comercio entre la República de Haití y sus vecinos dominicanos”.
No solo se trató en esa reunión del 26 de septiembre de encontrar estrategias para aliviar las necesidades inmediatas de la población haitiana durante el cierre de la frontera y “absorber las consecuencias de esta crisis a muy corto plazo”, sino también de “reflexionar sobre un conjunto de medidas que podrían proporcionar soluciones sostenibles para poner al país en el camino real hacia la autosuficiencia alimentaria a largo plazo”. El jueves habrá otra reunión, esta vez con los importadores haitianos.
El tiempo no corre solo del lado oriental de la isla. Lo dijo Maquiavelo siglos ha: un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas. Sería un error desdeñar la ruta que la diplomacia nos acaba de abrir.
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