Jacinto Gimbernard
Don Jacinto Gimbernard era de otra época. Pero no por la edad sino por el carácter. Educadísimo, con esa distancia cálida que solo manejan bien los que se conducen con naturalidad en el respeto y lo mezclan en dosis adecuadas con el cariño.
De conversación enciclopédica, hablar con él era recorrer otros mundos, otros mapas, tantas aficiones diferentes... Tenía miles de historias interesantísimas que contar y las narraba como excusándose por ser el protagonista o el testigo. Su manera tímida de contarlas estaba sin embargo llena de guiños. Medía a la gente sin juzgarla pero... no se le escapaba una nota. Era un gran observador.
Culto como pocos. Amante de la música, del arte, la literatura, el humor... Magnífico intérprete. Era dominicano, pero podía haber sido francés, inglés, italiano... Pertenecía a ese mundo de la Cultura en el que la nacionalidad es un accidente.
¡Y escribía tan bien! Un estilo fluido, sencillo, ameno. Sus personajes eran descritos con muy pocos adjetivos y lograba describir la atmósfera con un par de frases.
Don Jacinto, recuerden sus entregas periodísticas, siempre se fijó en las personas diferentes, peculiares, en la gente que vivía en la calle, en aquellos con los que se cruzaba cuando todavía caminábamos por la ciudad. No era un pesimista de esos de “todo antes era mejor”; al contrario, siempre miraba hacia el futuro.
Esa educación (llámenle modales, si quieren), esa afable corrección en el trato que era un rasgo de su carácter, quizá hoy nos parece extraordinaria pero hubo un tiempo, me dijo una vez Don Jacinto, en el que eso era lo común.
(Quizá lo dijo para quitarse importancia...)
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