El Padre Alegría
De Navarra a los bateyes, la historia de Gregorio Alegría y su misión de vida
Gregorio Alegría manda mucho. Será esa voz grave y potente, sin prisa, con la que convence a cualquiera. (Su método es no dejar alternativa al “contrario” … No le falla). Contrasta esa fuerza con un caminar lento que puede confundir porque seguirle el paso no es sencillo. Tiene tantos planes a sus 83 años que provoca exámenes de conciencia y revisión de objetivos al interlocutor.
Alegría recibió un reconocimiento del Senado por una labor difícil de medir. Son 48 años con una misión. Llegó a la República Dominicana en 1976 y desde entonces ha vivido trabajando por la educación, la salud, la espiritualidad de comunidades vulnerables. Las que se llamaban pobres cuando él llegó con un compañero de fatigas tan incombustible como él: Martín Tirapu, también sacerdote Paúl.
Se cuentan el hospital, la residencia para ancianas, el traslado a la Nueva Barquita, su caminar por comunidades de San Francisco de Macorís y los bateyes del Este. Si alguien conoce la vida en los campos y en los barrios capitaleños, es él. Lo que es más difícil de medir es la fe (constancia) que hay que tener para dedicar la vida entera a los demás. Pelear desde la trinchera siempre, todos los días, todo el tiempo y no perder la capacidad de emprender, de emocionarse y seguir luchando.
Solo él puede saber qué y cuánto le ha costado eso.
Es especialista en solucionar conflictos, negociar con políticos, pedir fondos, organizar vecinos, caminar por barrios “vetados” a la Policía. Cuando se tercia, atruena con un boche. Y nunca olvida que su fe católica es la razón de tanto esfuerzo.
El Senado también reconoció al padre Rogelio Cruz, a la escritora Ilonka Nacidit Perdomo y a la profesora Lucía Castillo.
Gregorio Alegría estaba emocionado. Y en su chaqueta, el escudo de Navarra. En el lado izquierdo, en el corazón.
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