Guterres y el mundo
La necesidad de reformar la ONU para el bien común
Desigualdad, impunidad e incertidumbre. El mundo como lo ve el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, asusta. Pero es innegable que su descripción se ajusta a una realidad que puede paralizar… o mover a la acción.
Y eso se aplica también a la institución que él preside. La ONU ya no es la organización que impone autoridad y confianza. Es una gigantesca burocracia que mantiene el derecho a veto de cinco países. Si Rusia tiene esa potestad… ¿de qué sirven las resoluciones de la ONU sobre la invasión de Ucrania? Si China lo ejerce… ¿de qué aranceles hablamos en la OMC? Si la ONU pide intervenir en Haití y solo le hace caso Kenya… ¿qué solución es factible? O Gaza, Myanmar, Yemen, Sudán…
Guterres, en un muy buen discurso, cubrió todas las bases. Denunció el antisemitismo, la persecución a los cristianos y el creciente rechazo al islamismo. En el siglo 21, todavía los odios por religión no han terminado. Crecen. Pobreza, cambio climático, piratas en el canal de Suez, sequía en el de Panamá…
Y lo más importante, explicó a los jefes de Estado la necesidad de reformar la estructura y el funcionamiento de las Naciones Unidas. Guterres invocó el espíritu de los acuerdos de Bretton Woods para urgir a la 79 Asamblea a recuperar agilidad y eficacia en las misiones que se le presentan.
La IA también tuvo sus minutos. Demostrada, su capacidad para el progreso cientifico y su ambivalente efecto en el campo social. Su evolución va a una velocidad casi inalcanzable para el ser humano.
La ONU se ve a sí misma como el escenario único en el que todos los países pueden hablar. Y lo es. Guterres quiere que ahora, además… ¡escuchen!
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