El pasado oscuro del Estadio Nacional arropa a los Juegos Panamericanos
Se estima que entre 20.000 y 40.000 personas pasaron por el estadio cuando estuvo habilitado como centro de tortura
Sede principal de los Juegos Panamericanos, el Estadio Nacional es fuente de orgullo en Chile, pero para muchos nada borrará su pasado oscuro.
En el recinto de 64 hectáreas de la capital chilena ha ocurrido lo mejor y lo peor de la humanidad: aquí ha habido justas deportivas históricas, pero también sirvió como centro de tortura tras el golpe de estado de 1973 que dio inicio a una dictadura militar.
Para los chilenos de mayor edad, las imágenes de los detenidos hacinados en las gradas del estadio, en los primeros días tras el golpe, serán para siempre indisolubles de su memoria.
Cincuenta años después, el tristemente célebre recinto vibrará con los Juegos Panamericanos. Será el epicentro del evento deportivo más grande que se realiza en Chile desde la Copa Mundial de fútbol en 1962
Ha sido el escenario de hazañas deportivas, como el triunfo de Brasil sobre Checoslovaquia en la final de 1962 y cuando Chile conquistó su primera Copa América en 2015.
Pero sus instalaciones también fueron utilizadas temporalmente para torturar, ejecutar, hacer desaparecer o perseguir a opositores políticos durante los primeros meses de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Se estima que entre 20.000 y 40.000 personas pasaron por el estadio en los tres meses — septiembre y noviembre de 1973 — en los que estuvo habilitado como centro de tortura.
Cuando la selección nacional se consagró en la Copa América de 2015, al vencer a Argentina por penales en la final, el jugador Jean Beausejour resumió el significado de la victoria por el pasado del estadio: “En un lugar donde hubo tanta tristeza y muerte, hoy le dimos una alegría a este pueblo”, exclamó.
El estadio y todo el complejo a su alrededor han vivido una profunda y radical renovación en los últimos meses. Para estos Panamericanos, se ha construido seis nuevos recintos donde se disputarán más de 30 disciplinas deportivas, con una inversión de 507 millones de dólares.
Sin embargo, también se ha dejado intactos siete espacios de memoria como el Camerín de Mujeres y la Escotilla 8, la puerta donde los familiares se agolpaban buscando a los suyos. También están el túnel y caracol del velódromo dónde tuvieron lugar los interrogatorios y torturas, muchas de forma simultánea y en horario de oficina. Una parte de las graderías tiene inscrita la frase “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”.
Los prisioneros se encontraban en las gradas hasta que eran llamados a interrogatorio. En la noche eran recluidos en 28 camerinos y pasillos del estadio. Algunos volvían por su propio pie del velódromo. Los más castigados eran arrastrados por compañeros en camillas improvisadas con mantas. Otros nunca regresaron. En los alrededores del velódromo se produjeron muchas de las ejecuciones.
Ese velódromo fue rebautizado en abril de este año para tomar el nombre de Sergio Tormen, un conocido ciclista nacional detenido por los militares y hecho desaparecer el 20 de julio de 1974.
Todos estos lugares podrán ser visitados por los espectadores de los Panamericanos, un ejercicio de memoria destinado a recordar.
Un grupo de exdetenidos, congregados 50 años después en el estadio, coinciden en revivir el momento en que alguien era llamado al velódromo como uno de los momentos más difíciles.
“Era atroz. Por los parlantes daban el nombre, uno tenía que caminar y lo tomaban militares”, recordó Jaime Zorondo, de 78 años, un vendedor que llegó al estadio el 18 de septiembre de 1973, procedente de otro centro de detención. “De ahí no sabía hacia donde iba. Veía la cara de horror de los compañeros cuando eran nombrados. Y las mujeres iban con el puño en alto, hay que destacar la valentía de las mujeres en ese tiempo, que sufrieron bastante más que nosotros, las violaciones eran al orden del día”.
“Moría mucha gente, había mucha tortura”, relató a The Associated Press. “Además, el hacinamiento y el agolpamiento, el hambre que se pasaba era enorme, comíamos cáscara de naranjas o de huevos pisoteados, todo lo que encontramos” en el suelo del estadio.
“Horror cuando pasaba el encapuchado, había un delator que le pusieron una capucha negra e iba identificando y al que identificaba lo sacaban, era interrogado y no volvía. Había mucha gente que era llamada a ciertos lugares y no volvía”, mencionó Sergio Muñoz, un profesor de historia política de Chile que tenía 25 años cuando estuvo detenido.
No sólo chilenos vivieron el terror en el Estadio Nacional. El político brasileño José Serra, de 81 años, contó que ser interrogado en el estadio "fue el momento más difícil de mi vida”. El dos veces candidato a presidente de su país y exgobernador del estado de Sao Paulo fue uno de los 300 extranjeros que, según estimaciones, pasó por el Nacional.
Fue en octubre de 1973, tras ser arrestado en el aeropuerto de Santiago, cuando trataba de dejar el país junto a su familia. Había llegado a vivir a Chile en 1965, huyendo del golpe militar en Brasil.
Profesor en una universidad de Santiago, Serra salió del estadio con la condición de regresar al día siguiente. Decidió refugiarse en la embajada de Italia, permaneciendo ahí durante ocho meses.
“Pensé que iban a matarme mientras me iba, como un fugitivo”, dijo Serra en una entrevista con AP. “Estoy convencido de que volver a ese estadio para ser interrogado sería un suicidio”.
Los lugares permanentes de exhibición del estadio están albergados en las galerías más profundas del estadio, donde fueron escondidos apretados los detenidos durante una polémica visita de la FIFA en 1973 ante un inminente partido con la Unión Soviética por las eliminatorias al Mundial de Alemania 1974.
Tras lograr un empate en el partido de ida, los soviéticos, que debían viajar a Chile, solicitaron al organismo cambiar el estadio antes las denuncias de torturas.
La FIFA “inspeccionó” sólo el terreno de juego y no accedió a los túneles y vestuarios donde se agolpaban los detenidos en baldosas heladas, expuestos al frío, sin apenas mantas o ropa para calentarse, en zonas húmedas, a veces inundadas, donde los prisioneros eran sometidos también a las vejaciones del hambre o los alimentos en mal estado, con baños atestados de heces y desechos.
Eran los males menores.
Muchas de las mujeres embarazadas sufrieron abortos producto de torturas y abusos sexuales o era sometidas a simulaciones de fusilamientos.
Los prisioneros creen que los Panamericanos son una oportunidad de que los espectadores tengan un mayor conocimiento y conciencia de lo que ocurrió en ese estadio que en pocos días lucirá sus mejores galas.
“La historia se construye con estos testimonios para que nunca más en Chile suceda lo mismo”, dijo Zorondo.
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