El papelazo de Puerto Plata
Si alguna vez tuve el deseo de ajustarme la ñoña ‘política’ fue precisamente ese domingo en la tarde para ver si dos o tres aprendían un par de cosas
Lo estaba viendo en vivo y no lo creía. En medio de una pandemia, con medidas de distanciamiento social bien documentadas, con miles de personas contagiadas, casi 275 fallecidos para la fecha y un calor sofocante, ciudadanos de Puerto Plata y los alrededores se aglutinaron “voluntariamente” para seguir a un peregrino con una cruz a cuestas, desoyendo todas las medidas de salud pública y del sentido común.
No cuestiono la fe, yo tengo la mía; lo que cuestiono es el guion mal hecho que quisieron hacernos pasar como “ópera prima”.
Pasado el asombro inicial, comencé a analizar. Había cosas que claramente no cuadraban. En esa historia había muchos baches y a mí me gusta el café claro y las palomitas con poca sal. Mientras tanto, el peregrino finalizó su recorrido sin tropiezos muy bien escoltado y, con la bendición del cura, clavó su cruz en el mar para dejar establecida la promesa recibida de lo Alto.
Las horas pasaban, el cuento se politizaba y las redes ardían. Las informaciones, contradictorias, llegaban por retazos y de fuentes interesadas: que si la catedral fue tomada por asalto, que si la camioneta con música de uno era más culpable que el camión del 911, que si el ministro de Interior, que si el alcalde, que si el jefe de la dotación policial... que al final no quedaba claro quién era el protagonista y quién era el villano.
Las horas pasaban y a mi mente llegaban imágenes de la inauguración, días antes, de un mega centro de inteligencia que iba a funcionar como un “Gran Hermano”, monitoreando y centralizando toda la informacion relevante del coronavirus. Pero, “de la nada” y a los ojos del mundo se reúnen miles de personas en un polo turístico, donde hay catedral, fortaleza, aeropuerto y puerto para cruceros y nadie dio la voz de alerta. Una aglomeración, de cualquier tipo, en medio de circunstancias extraordinarias debe ser de interés para los organismos de inteligencia del país... ¿o no?
Lo que ocurrió después con la fumigación nocturna era la escena más esperada. Y precisamente por esperada, no sorprendió a nadie. Como mucho, levantó un par de cientos de cejas por la obviedad de la trama. ¿Pero... sorpresa? Ninguna.
Al otro día, en su rueda de prensa diaria, el ministro de salud pública destapó con justa razón su indignación ante la “vagabundería” y ahí nos enteramos que había pasado parte del fin de semana en el epicentro del conflicto, reunido con lo que uno presume representa el liderazgo de la provincia y nadie consideró de interés informarle sobre una invitación abierta a la ciudadanía y que un peregrino, que ya venía con una cola considerable, anunciaba su inminente entrada a la ciudad.
La gente que me conoce sabe que yo no duraría diez minutos dedicada a la política. No tengo la piel que se necesita para eso, tampoco el temperamento, mucho menos las ganas. Para colmo, disfruto de una lengua viperina, un sarcasmo insoportable y una cara que no sabe mentir. Por esas y otras muchas razones no juego póker y dejo la política para los profesionales.
Pero si alguna vez tuve el deseo de ajustarme la ñoña fue precisamente ese domingo en la tarde para ver si dos o tres aprendían un par de cosas, sobre todo, cómo darle un final memorable a una película muy mal concebida, con pésimos actores y un guion lleno de baches.
Una pena que haya gente que se preste a poner en riesgo la salud de miles de personas, aunque tengan razones de poder, más que de peso. Una pena que las medidas que debieron tomarse esa misma tarde se tomaran casi 24 horas después, potencializando el riesgo y la distribución del contagio. Una pena que se quiera jugar con la paciencia, la bondad y la inteligencia de todo un país.
Todavía falta cuarentena. Gracias a Dios todavía me quedan palomitas.
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