Ellas se llamaban...
Entre el primero de abril y el 13 de noviembre, 40 mujeres, entre ellas 6 menores, perdieron la vida a manos de hombres para los cuales la ruptura o el rechazo desafía su predominio
Esta historia es parte del especial “Ellas se llamaban...” de Diario Libre, realizado por Margarita Cordero.
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Crece la violencia machista sin que se vislumbren políticas de prevención
La sorpresiva cuarentena, con sus largas semanas de encierro y sus miedos, no ha servido de disuasivo a la violencia machista. Entre el primero de abril y el 13 de noviembre, 40 mujeres, entre ellas 6 menores, perdieron la vida a manos de hombres para los cuales la ruptura o el rechazo desafía su predominio.
Organismos nacionales e internacionales advirtieron que, contrario a todo posible optimismo, la pandemia profundizaría la indefensión de las mujeres, obligadas a permanecer junto a sus agresores en el mismo espacio físico. Pero tampoco aquellas que por decisión propia rompieron amarras abusivas estuvieron exentas del peligro. Las unas como las otras se encontraron, siguen encontrándose, a merced de hombres convencidos de su derecho absoluto sobre la vida y el cuerpo de sus parejas o exparejas.
En los primeros 46 días de las restricciones, el tiempo más duro de la cuarentena, es decir, entre mediados de marzo y principios de mayo, las mujeres depositaron 3,353 denuncias de violencia de género a través de la Línea Vida y de las 25 Unidades de Atención Integral a la Violencia de Género de la Procuraduría General de República (PGR). A estas denuncias se unen 1,081 solicitudes de órdenes de protección y 1,124 órdenes de arresto.
En ese mismo período las casas de acogida de mujeres en riesgo de violencia de género, gestionadas por el Ministerio de la Mujer, recibieron a 112 mujeres y sus 217 hijos e hijas menores de 13 años. De ellos, 140 fueron niños y 77 niñas. La línea de ayuda, vinculada al 911, atendió un promedio de 22 llamadas cada día realizadas por mujeres en busca de información o protección.
Entre el 1 de octubre y el 13 de noviembre, otras trece mujeres engrosaron las estadísticas de quienes, desprotegidas por el Estado y la sociedad, quedan expuestas a la violencia masculina.
Aunque el horror de cada muerte violenta es único, entre las recogidas en esta nota, siempre sospechosa de subregistro por cuanto se elabora a partir de publicaciones de prensa y solo incluye al feminicidio íntimo, el sadismo de algunas obliga a pensar en cómo para el imaginario masculino el cuerpo de la mujer no es solo mera posesión, sino también objeto sin valor alguno.
El caso de Sorimar Rosmery Valenzuela Rodríguez es un dramático ejemplo del encono masculino: su feminicida le destrozó la cabeza a golpes con un bate al que adicionó clavos para hacerlo aún más efectivo en su finalidad letal.
La violencia de género que ha cobrado ímpetu en los últimos meses, comienza a implicar a personas asociadas a la víctima, de las cuales el feminicida sospecha que han tenido alguna influencia en la decisión de romper con la relación abusiva. El feminicida de Leyda Vicente Sánchez mató también a los padres y un cuñado de ésta. En el caso de Silvia Pozo Fructuoso, el feminicida hirió a los padres y un hermano de su víctima.
El pasado 22 de septiembre, el presidente Luis Abinader anunció una serie de medidas previas a las que deberá adoptar el Consejo de Ministros reunido el 25 de noviembre para estudiar un plan de lucha contra la violencia de género. Dejó, sin embargo, muchas interrogantes abiertas que solo encontrarán respuesta con políticas públicas que incorporen decididamente la perspectiva de género al quehacer estatal y gubernamental.
Ella se llamaba Ángela Moreta
Tenía 32 años. Era profesora. La mató de dos balazos su pareja. Su cadáver fue encontrado debajo de un puente seis días después de que sus familiares la denunciaran desaparecida. En agosto de 2018, ella se había querellado en contra su feminicida por violencia de género. El tribunal le impuso tres meses de prisión preventiva. Tras aparecer el cadáver, el feminicida fue detenido por sospecha cuando intentaba fugarse a Haití. Ya bajo custodia policial, se hizo un disparo en el pecho, al que sobrevivió. Ocurrió en San Juan de la Maguana, el 6 de abril.
Ella se llamaba Yesica Cepeda Capella
Tenía 21 años. Deja dos hijos en la orfandad. La mató de una puñalada en el pecho su expareja, en presencia de los niños que procrearon juntos. Ocurrió en el sector El Pinito, Sabaneta, La Vega, el 11 de abril.
Ella se llamaba Yenifer García López
Tenía16 años. La mató a puñaladas la expareja de una amiga cuando intervino para proteger a esta. Su amiga, quien también fue varias veces apuñalada, se negaba a la reconciliación con el feminicida. Para justificar el crimen, el hombre alegó estar bajo los efecto del alcohol y haber sido inducido por “el diablo”. Ocurrió en la comunidad Los Caimitos, de El Mogote, Yamasá, el 24 de abril.
Ella se llamaba Sorimar Rosmery Valenzuela Rodríguez
Tenía 22 años. Deja una hijita en la orfandad. Murió a consecuencia de las fracturas craneales que le provocó dos días antes su pareja durante una brutal golpiza con un bate erizado de clavos. El feminicida, que se suicidó de un disparo con un arma casera, había estado preso por violencia de género. El deceso de la joven mujer ocurrió en Mao, Valverde, el 6 de mayo.
Ella se llamaba Altagracia
Su apellido y su edad no fueron publicados. Dejó tres hijos huérfanos. La mató de varios disparos de escopeta su expareja, que también mató a un hombre que la acompaña, e hirió a un hijo de la víctima de 12 años. Según testimonio de una hija de la víctima, el feminicida acosaba y maltrataba a su madre constantemente. Ocurrió en el sector Buenos Aires, Azua, el 20 de mayo.
Ella se llamaba Francia Reyes (Blanca)
Tenía 48 años. Era profesora en el sistema público. La mató de varios disparos su expareja, de la que llevaba diez años separada. Dejó huérfanos tres hijos procreados con su feminicida. Durante todos esos años, nunca dejó de acosarla. Había intentado matarla en una ocasión anterior. Tras cometer el crimen, el feminicida se atrincheró en un apartamento y disparó contra la policía, que finalmente lo detuvo. Ocurrió en Puerto Plata el 6 de junio.
Ella se llamaba Fidelina Rosario Herrera (Sandra)
No se publicó su edad. La mató a martillazos en la cabeza su pareja, quien después quemó su cuerpo. La familia de la mujer había denunciado su desaparición un mes antes del hallazgo del cadáver calcinado. Durante ese tiempo, y hasta el 9 de julio, se dedicaron a buscarla de manera insistente. Al ser apresado, el feminicida dijo haber sido impulsado al crimen por los celos. Ocurrió en Verón, Bávaro, el 10 de junio.
Ella se llamaba Vanesa Elizabeth Paula (Yizauri)
Tenía 30 años. La violó y luego la mató de un golpe en la cabeza con una piedra, un hombre que era su vecino. La noche del crimen, la víctima y su feminicida departían con otros amigos en un centro de diversión. Él se ofreció a llevarla a su casa, circunstancia que aprovechó para matarla. Luego alegaría que lo hizo porque su víctima sabía que estaba involucrado en la muerte de un hombre. Ocurrió en el municipio de Guaymate, La Romana, el 29 de junio.
Ella se llamaba María
Los medios no ofrecieron su apellido, edad ni ocupación. La mató a cuchilladas frente a sus tres hijos su expareja, con quien rehusaba reconciliarse. El feminicida era un maltratador. Los niños alertaron a los vecinos del hecho. El feminicida se infirió varias puñaladas, a las que sobrevivió. Ocurrió en las proximidades de la Cueva de las Maravillas, en la carretera hacia San Pedro de Macorís, el 14 de julio.
Ella se llamaba Tibisay García
Tenía 32 años. Dejó huérfanos a cuatro hijos procreados en una relación anterior. La mató su pareja de varios disparos. Familiares dijeron a la prensa que personas cercanas a la víctima le aconsejaron en múltiples oportunidades terminar la relación, que ya duraba varios años, por el carácter violento de su pareja. El feminicida se suicidó. Ocurrió en Villa González, Santiago, el 31 de julio.
Ella se llamaba Miguelina Porfirio Sobe
Tenía 38 años. Su cadáver apareció en una laguna, amordazado y con bloques amarrados a la cintura y los pies, tres días después de que su familia la viera por última vez. Tenía heridas de arma blanca y golpes en la cabeza. La mató un hombre que, según confesó a la Policía, estaba enamorado de ella “desde cuando era pequeña” y que siempre fue ignorado. Ocurrió en el batey Santa Lucía, El Seibo, el 5 de agosto.
Ella se llamaba Carla Medina
Tenía 16 años. Estaba embarazada. La ahorcó su novio, quien quemó y enterró el cuerpo. Él mantenía relaciones con otra mujer, residente en los Estados Unidos, de quien esperaba que le tramitara el visado. El feminicida consideró que el embarazo de Carla ponía en peligro sus planes. La joven habría luchado inútilmente por su vida, a juzgar por los arañazos que presentaba el criminal. Ocurrió en Barahona, el 16 de agosto; el cadáver apareció el 21 de agosto.
Ella se llamaba Inés Altagracia Núñez Hernández
Tenía 45 años. Murió a consecuencia de la golpiza que le propinó su pareja, cuando todavía se encontraba convaleciente de una operación por trauma abdominal causado por una paliza anterior. De acuerdo con la madre de la víctima, el feminicida la había atacado pocas horas después de ella haber abandonado la clínica donde fue intervenida, nuevamente reconducida y falleció. Se ignora si el feminicida fue apresado. Ocurrió en el sector Vista del Valle, San Francisco de Macorís, el 27 de agosto.
Ella se llamaba Brenda Novas Pérez (Chena)
No se publicó su edad. La mató a tiros su pareja, quien se suicidó. Los medios no ofrecieron detalles sobre las circunstancias del feminicidio. Ocurrió en Villa Fundación, Independencia, el 8 de septiembre.
Ella se llamaba Natalia Encarnación
Tenía 27 años. La mató de dos disparos un hombre con el que mantenía una relación sentimental. Con intención de justificar su crimen, el feminicida alegó haberle entregado un dinero a su víctima para iniciar un negocio, que ella dilapidó en otras cosas. Ocurrió en Las Matas de Farfán el 15 de septiembre.
Ella se llamaba Nathalia Basora
Tenía 26 años. Deja huérfano un hijo frente a cuyos ojos ocurrió la tragedia. Estudiaba periodismo en la Universidad O&M. Según su perfil profesional, trabajó como recepcionista en el Ministerio de Hacienda. La mató a puñaladas su expareja, de la que tenía un año separada, cuando fue a buscar al hijo, cuya custodia compartían. El niño, de cinco años, dijo a su abuelo materno: “Abuelito, mi mami decía me duele mucho ahí”, señalando el lugar donde el feminicida la hirió mortalmente. La familia del feminicida ocultó lo ocurrido a los padres de la víctima hasta el día siguiente. Ocurrió en Los Mina, Santo Domingo Este, el 1 de octubre.
Ella se llamaba Claritza Rodríguez
Tenía 36 años. La mató de un disparo en el cuello su pareja. Según allegados a la víctima, el feminicida la maltrataba constantemente. En una ocasión, le quemó todas sus pertenencias y amenazó con matarla. Prometió cambiar y ella lo creyó. Ya en la cárcel, otros presos le propinaron una golpiza al feminicida. Ocurrió en la sección Maribel, de San Pedro de Macorís, el 11 de octubre.
Ella se llamaba Perla Taveras
Tenía 17 años. Recién había terminado sus estudios secundarios y esperaba con ilusión el acto de graduación. Quería ser doctora. La mató a golpes con una piedra la pareja de su madre después de violarla. La joven vivió siempre con su abuela, quien encontró el cadáver, ya en estado de putrefacción, a orillas del río Isabela. De acuerdo con testigos, la noche de su desaparición Perla se encontraba con su madre, su padrastro y unas amigas en un colmado del sector. El feminicida, llevó a su mujer a su casa y regresó para decirle a Perla que su madre le pedía regresar. Ella obedeció. El confeso feminicida la llevó a unos matorrales, la violó y la mató porque ella lo amenazó con denunciar lo había hecho. Ocurrió en el barrio La Zurza, del Distrito Nacional, el 18 de octubre.
Ella se llamaba María del Carmen Peguero Jiménez
Tenía 17 años. Estudiaba el bachillerato. La mató a balazos un hombre de 63 años, con quien tuvo algún tipo de relación. Él había regresado de Estados Unidos dos días antes del feminicidio supuestamente para casare con ella que, según familiares y amigos, rechazaba sus pretensiones. Poco antes de morir habló con una tía a quien dijo, entre otras cosas, que el hombre estaba “loco”. La joven participaba en una fiesta familiar cuando el feminicida la llamó por teléfono pidiéndole verla. Cuando salió de la casa, le disparó. El feminicida se suicidó. Ocurrió en Rancho Viejo Sabaneta, La Vega, el 25 de octubre.
Ella se llamaba María del Rosario Frías
Tenía 44 años. La mató de quince puñaladas su pareja en la casa común. Las quemaduras que presentaba el cadáver permiten a las autoridades suponer que el feminicida le lanzó la sustancia corrosiva conocida como “ácido del diablo”, antes de apuñalarla. El feminicida se suicidó. Ocurrió Villa Cristal, Higüey, La Altagracia, el 27 de octubre.
Ella se llamaba Valeria Morrobel Lora
Tenía 63 años. La mató de varios disparos su expareja, que también hirió a un nieto de 14 años de su víctima. Tenían más de tres años separados, durante los cuales la mujer fue víctima de amenazas constantes. Tras cometer el hecho, el feminicida se atrincheró durante tres horas en su casa, rodeada por la Policía. Pidió la presencia de un familiar para entregarse pero, a la llegada de este, se suicidó. Ocurrió en Miches, El Seibo, el 4 de noviembre.
Ella se llamaba Leyda Vicente Sánchez
Tenía 25 años. Deja dos hijos en la orfandad. Su expareja la mató a balazos a ella, a sus padres y a un cuñado, e hirió a una hermana. Tras abandonar el lugar del cuádruple crimen, el feminicida-homicida, que se encuentra prófugo, llamó a una prima de su expareja para advertirla de que seguiría matando a miembros de la familia. Leyda había conseguido veinte días antes una orden de alejamiento que la negligencia de las autoridades convirtió, otra vez, en papel mojado. Ocurrió en el sector Brisas del Edén, en Santo Domingo Este, el 9 de noviembre.
Ella se llamaba Yolanny Rodríguez
Tenía 23 años. Trabajaba en una fábrica de cigarros. La mató de un disparo en la cabeza su pareja, a quien estaba unida desde la adolescencia. El feminicida, trabajador en la misma empresa que su víctima, la persiguió cuando ella huía tratando de salvar su vida, la golpeó con el arma y después le disparó. Días antes, la víctima confió a su madre su miedo porque su pareja había comprado un arma con el pretexto de protegerse de los ladrones. El feminicida se suicidó. Ocurrió en el parqueo del Parque Industrial Víctor Espaillat Mera, en la Corporación Zona Franca Santiago (CZFS), el 12 de noviembre.
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