República Dominicana y el dilema de sus relaciones con Estados Unidos y China
Alexis de Tocqueville cierra el segundo y último tomo de su gran obra La democracia en América con estas sugerentes palabras: “No ignoro que varios de mis contemporáneos han pensado que los pueblos nunca son dueños de sí mismos en este mundo y que obedecen necesariamente a no sé que fuerza insuperable e ininteligible que nace de acontecimientos anteriores, de la raza, del suelo o del clima (...) Estas son falsas y cobardes teorías que no pueden nunca producir más que hombres débiles y naciones pusilánimes. La Providencia no ha creado al género humano ni enteramente independiente ni del todo esclavo. Traza, es verdad, alrededor de cada hombre un círculo fatal del que no puede salir, pero dentro de esos vastos límites el hombre es poderoso y libre, y lo mismo sucede con los pueblos”.
Como ocurre con cada página de los dos tomos de este maravilloso libro, publicados en 1835 y 1840, respectivamente, tras su viaje a Estados Unidos junto con su compañero de aventura Gustave de Beaumont, en estos pasajes finales Tocqueville plantea una cuestión vital tanto para los individuos como para las sociedades, esto es, el dilema perenne de cuán libres somos y hasta dónde llega nuestra capacidad de decisión y acción. Como bien él señala, ni los individuos ni las sociedades son enteramente libres o enteramente esclavos, pero a la vez resalta –y es lo más importante- el margen de acción que tienen aún dentro dentro de ciertos límites o restricciones.
Por supuesto, esta intuición tocquevilliana no constituye en sí mima una respuesta sino más bien una pauta de pensamiento y acción para las infinitas situaciones en las que tanto los individuos como los pueblos se ven en la necesidad de tomar decisiones. Nos hace conscientes de que existen límites –históricos, estructurales, culturales, coyunturales-, pero a la vez hace énfasis en la importancia de encontrar el ámbito en el que se puede actuar con libertad e independencia.
Tocqueville nos alerta de los extremos: por un lado, creernos totalmente libres y pensar que podemos actuar al margen de las restricciones que condicionan nuestra capacidad de acción, y, por el otro, creernos totalmente esclavos o vasallos y pensar que no tenemos margen alguno para la acción propia e independiente. Sin duda, él invita a buscar el “punto medio” del que habló Aristóteles al cual se llega a partir de consideraciones complejas y pragmáticas, orientadas por principios y valores, en función de la situación o la coyuntura de que se trate. Este es un dilema que enfrentan los gobernantes en una multiplicidad de asuntos y situaciones, pero de manera particular en sus decisiones de política exterior.
Esta pauta de Tocqueville puede ser sumamente útil para abordar la cuestión de las relaciones de República Dominicana con Estados Unidos y con la República Popular China. Manejar estas delicadas relaciones, sin caer en el entreguismo de unos ni en el antiamericanismo empedernido de otros, es un desafío de política exterior que tiene la República Dominicana tanto en el presente como en el porvenir.
Por múltiples -y válidas- razones, la relación preferencial de República Dominicana debe ser con Estados Unidos. A pesar de la ocupación de 1916-1924 y la intervención militar de 1965, acontecimientos que pueden servir de justificación a muchos para tener una actitud hostil hacia Estados Unidos, lo cierto es que entre ese país y la República Dominicana se han desarrollado profundas y estrechas relaciones en una variedad de esferas que hacen de esta, por mucho, la relación más importante de nuestro país en el plano internacional.
Los datos fríos nos dan una idea, si bien no completa, del tipo de relación que se ha construido entre Estados Unidos y República Dominicana. Según cifras de la Dirección General de Aduanas, al cierre de 2019 la relación comercial bilateral EEUU-RD ascendió a 13,652 millones de dólares, monto al que no se acerca ni remotamente la relación comercial de República Dominicana con ningún otro país. Eso sí, tenemos un déficit comercial de 3,424 millones, pero esto hay que entenderlo en el marco de una relación dinámica que plantea retos y oportunidades. En todo caso, Estados Unidos recibe el 50.7% de nuestras exportaciones, mientras que el restante se distribuye entre los demás países con los que tenemos relaciones comerciales. A su vez, las importaciones de República Dominicana desde Estados Unidos representan el 41.4% del total, por lo que el resto, casi el 60%, proviene de los demás países, incluyendo de manera notable China.
Esta relación comercial entre Estados Unidos y República Dominicana se explica por el acceso preferencial unilateral que por décadas tuvimos al mercado norteamericano, especialmente en el marco de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe, que luego desembocó en un tratado de libre comercio, junto a los países centroamericanos, que le dio un carácter de reciprocidad a la relación comercial entre nuestros países. Esa reciprocidad ha requerido una liberalización comercial de nuestra parte que ha producido ese déficit comercial con Estados Unidos.
En materia de turismo la relación es igualmente privilegiada. Según cifras del Banco Central de la República Dominicana, en el 2019 nos visitaron 2,030,257 turistas desde Estados Unidos, lo que representó el 31.5% de la totalidad de turistas que vinieron al país ese año, una cifra notable si se toma en cuenta la amplia diversificación de las fuentes de turistas que tiene el país. En cuanto a las remesas, la comunidad dominicana residente en Estados Unidos envió al país ese año 5,431 millones de dólares, lo que representó el 76.6% del total de las remesas recibidas. Y en lo que respecta a la inversión extranjera directa, nuestro país recibió desde Estados Unidos 948 millones de dólares de un total de 3,013 millones, lo que representó el 31.5% del total de inversión recibida ese año.
Compartimos con Estados Unidos la pasión por el béisbol. Nos sentimos inmensamente orgullosos cuando vemos a uno de los nuestros -Pedro Martínez, Albert Pujols, David Ortiz, Juan Soto, para solo citar algunos- no solo hacer verdaderas hazañas en el terreno de juego sino conquistar el corazón de millones de estadounidenses y convertirse en ídolos en las ciudades que los han acogido. Pero no solo es entretenimiento, sino también beneficios económicos para la República Dominicana. En el 2019 los treinta equipos de Grandes Ligas firmaron 615 prospectos dominicanos para ligas menores para lo cual otorgaron bonos por casi 87 millones de dólares. Y las academias que han instalado los equipos de Grandes Ligas en el país aportan alrededor de 367 millones de dólares anuales a la economía dominicana.
Estos indicadores, más muchos otros tangibles e intangibles, son razones incontrovertibles para sustentar una relación prioritaria y preferencial con Estados Unidos. Por supuesto, esa relación va más allá de lo meramente comercial, sino que implica también una colaboración en múltiples ámbitos, entre ellos en materia de seguridad. Esto es, República Dominicana, como socio comercial y amigo de Estados Unidos, no puede ignorar las necesidades especiales de seguridad de ese país dada su presencia e influencia global, lo que requiere de nuestra parte –de ambas partes en realidad- políticas y medidas que fomenten la confianza y la colaboración mutuas.
Ahora bien, esta relación especial de República Dominicana con Estados Unidos, sustentada en realidades materiales que benefician a los dominicanos, puede llevar a la conclusión de que el Estado dominicano no debía establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China. Tal vez impactados por la política y la retórica de la anterior administración norteamericana con respecto a China, algunos sectores pensaron y siguen pensando que esa fue una decisión equivocada pues podría afectar nuestra relación con Estados Unidos.
Frente a esta posición, Tocqueville puede servirnos de ayuda. ¿Tenía la República Dominicana margen de acción para una decisión de este tipo aún reconociendo las particularidades de nuestra relación con Estados Unidos? La respuesta es que sí, que la decisión fue idónea y que se hizo en función del interés nacional sin que esto implique afectar nuestras relaciones preferenciales con Estados Unidos.
China es una realidad que no podemos soslayar. Con una población que se acerca a los 1,500 millones de habitantes, es ya la segunda economía más grande del mundo y en poco tiempo se convertirá en la primera, aunque le faltará mucho para alcanzar a Estados Unidos en otros indicadores económicos y sociales, así como en poderío militar e influencia cultural alrededor del mundo. No obstante, China es un serio competidor de Estados Unidos en múltiples ámbitos, ante lo cual este último país deberá poner el talento extraordinario de sus académicos, científicos, estadistas, empresarios y emprendedores para competir y seguir siendo líder mundial sobre bases reales y no, como ocurrió en los últimos años, en función de una retórica populista, de espaviento y sobresalto que no conduce a resultados tangibles. El presidente Joe Biden, con la madurez y la experiencia con las que ha llegado a la Casa Blanca, es la persona indicada para manejar con racionalidad y aplomo esa relación, lo que desde ya se ha reflejado en su posición de que Estados Unidos no necesita “tener un conflicto” con China sino más bien una “extrema competencia”.
En cuanto a la República Dominicana, es de interés nacional buscar la forma de mejorar los términos de intercambio comercial con China, para lo cual la relación diplomática puede ser de gran ayuda. En el 2019 nuestro país exportó a China 276 millones dólares, lo que apenas representó el 2.7% de nuestras exportaciones totales, mientras que ese mismo año importamos de ese país la cantidad de 3,082 millones de dólares, un 14.9% de nuestras importaciones totales. ¿Quién no considera un objetivo prioritario incrementar nuestras exportaciones a ese país o incrementar la inversión de capitales en las áreas en que se decida convenientes?
Por demás, República Dominicana era uno entre un grupo muy reducido de países con relaciones diplomáticas con Taiwán. En efecto, este país tiene en la actualidad relaciones diplomáticas con apenas quince Estados: uno africano (Esuatini), cuatro en Oceanía (Islas Marshall, Nauru, Palaos y Tuvalu), nueve en las Américas (Belice, Guatemala, Haití, Honduras, Paraguay, Nicaragua, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas) y la Santa Sede. En cambio, la República Popular China es reconocida por 179 Estados miembros de las Naciones Unidas y ocupa un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de dicha organización.
Por supuesto, el país debe llevar la nueva relación con China con un fino sentido de lo que conviene y es posible en cada circunstancia, lo que implica tomar en cuenta las realidades propias de nuestra relación preferencial con Estados Unidos, incluyendo sus necesidades especiales de seguridad, pero sin caer en una subordinación ciega y acrítica que más bien nos resta mérito y respeto frente a nuestros socios norteamericanos. De lo que se trata ahora es de seguir profundizando nuestra relación histórica con Estados Unidos, para lo cual la Administración Biden ofrece un ambiente mucho más propicio y prometedor, al tiempo que desarrollamos paulatinamente la relación con China en búsqueda de oportunidades para expandir nuestras exportaciones, recibir inversiones y establecer cooperación en las áreas que sean de nuestro interés y compatibles con nuestras metas y prioridades en materia de política exterior.
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