Unanimidad aparente

En los debates sobre temas económicos, donde cualquier asunto tiene defensores y detractores, hay pocas cosas que son apoyadas por todos. Una de ellas, con la que todos parecen estar de acuerdo, es la producción. Es difícil que alguien que diga que no debe incentivarse o que se debe producir menos.

De hecho, los reclamos de que se modifique el actual "modelo económico" tienen en común que proponen reducir la dependencia del consumo, invertir en infraestructura, incrementar la asistencia técnica, reorientar el crédito bancario y reformar la estructura tributaria, todo ello en favor de la producción.

Como objetivo general, apoyar la producción es loable. El país lo necesita para poder crear más puestos de trabajo, generar ingresos en moneda extranjera, disminuir el endeudamiento externo e incrementar la seguridad alimentaria. Sin producción, el consumo no puede sustentarse.

Las diferencias de opinión surgen, sin embargo, cuando del concepto general se pasa a discutir qué producir y cómo hacerlo, sobre todo si se quiere dejar que el mercado funcione libremente. El esquema de sustitución de importaciones basado en restricciones comerciales, que la RD acogió tiempo atrás, demostró a nivel mundial que crea industrias ineficientes, bienes de mala calidad y altos precios de venta. Cuando los productos que se incentivan no son competitivos, el costo del incentivo lo pagan los consumidores, sea vía inflación o impuestos.

Volver a ese esquema sería ilógico, lo que nos deja con los productos nacionales que realmente pueden competir con las importaciones. Pero eso significa que el tema de la producción, sobre el que hay opiniones convergentes, es inseparable del tema de la competitividad, respecto del cual sí hay muchas divergencias. Para debatirlo hay que analizar costos, relaciones entre sectores, escalas de operaciones, índices de eficiencia y otros asuntos controversiales.