La tercera revolución industrial
La primera revolución industrial empezó en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, con la mecanización de la industria textil. Tareas que anteriormente eran realizadas laboriosamente a mano en cientos de cabañas de tejedores se reunieron en una sola fábrica textil y surgió la factoría. La segunda revolución industrial ocurrió a principios del siglo XX, cuando Henry Ford dominó el arte de la línea de ensamblaje y marcó el comienzo de la era de la producción masiva. Las primeras dos revoluciones industriales hicieron a la gente más rica y más urbana. Ahora una tercera revolución está en camino. La manufactura se torna digital. Como se comenta en un informe especial esta semana, esto podría cambiar no solo los negocios sino otras muchas cosas también.
Varias tecnologías extraordinarias están convergiendo: software inteligente, materiales noveles, robots más hábiles, nuevos procesos (notablemente la impresión tridimensional) y toda una gama de servicios sustentados en la web. La factoría del pasado se basaba en producir miles de millones de productos idénticos: Ford dijo que los compradores de automóviles podían tener cualquier color que desearan siempre que fuese negro. Pero el costo de producir cantidades más pequeñas de una variedad más amplia, con los productos fabricados de acuerdo a las especificaciones de cada cliente, está disminuyendo. La factoría del futuro se concentrará en la personalización masiva, y se parecerá más a las cabañas de los tejedores que a la línea de ensamblaje de Ford.
Hacia una tercera dimensión
En la vieja forma de hacer las cosas se tomaban muchas piezas y se ensamblaban con tornillos o soldadura. Ahora se puede diseñar un producto en una computadora e "imprimirlo" en una impresora 3D, que crea un objeto sólido colocando capas sucesivas del material. El diseño digital puede ser ajustado con unos cuantos clics del ratón. La impresora 3D opera sola, y puede hacer muchos objetos que son demasiado complejos para que lo haga una factoría tradicional. Con el tiempo, estas increíbles máquinas podrán hacer prácticamente cualquier cosa, en cualquier lugar, desde su garaje a una aldea en África.
Las aplicaciones de la impresión 3D son especialmente sorprendentes. Ya se están imprimiendo en formas personalizadas audífonos y piezas de alta tecnología para aviones militares. La geografía de las cadenas de suministro cambiará. Un ingeniero que trabaja en el medio del desierto que necesita una determinada herramienta no tendrá que esperar que la manden a la ciudad más próxima. Solo tendrá que descargar el diseño e imprimirlo. Los días cuando los proyectos se detengan por falta de una pieza, o cuando los clientes se quejen de que no pueden encontrar las piezas de repuesto para objetos que han comprado, parecerán extraños.
Otros cambios son casi igual de portentosos. Los nuevos materiales son más ligeros, fuertes y más duraderos que los viejos. La fibra de carbón está sustituyendo al acero y al aluminio en productos que van desde aviones hasta bicicletas. Las nuevas tecnologías les permiten a los ingenieros darle forma a objetos en pequeña escala. La nanotecnología le está dando a los productos características mejoradas, como vendajes que ayudan a curar las heridas, motores que funcionan más eficazmente y vajillas que se limpian con mayor facilidad. Virus genéticamente creados se están desarrollando para hacer artículos tales como baterías. Y con la facilidad que ofrece el Internet cada vez más diseñadores colaboran en nuevos productos y las barreras se están eliminando.
Ford necesitó un gran capital para construir su colosal factoría River Rouge; su equivalente moderno puede empezar con muy poco, además de una computadora y el deseo de inventar.
Al igual que todas las revoluciones, esta será disruptiva. La tecnología digital ya ha sacudido las industrias de medios y las ventas al detalle, al igual que las factorías textiles acabaron con los telares y el Modelo T dejó a los herreros sin trabajo. Muchas personas verán las factorías del futuro y se estremecerán. No estarán repletas de sucias máquinas manejadas por hombres en overoles sucios. Muchas estarán absolutamente limpias y casi desiertas. Algunos fabricantes de vehículos ya producen el doble de vehículos por empleado de lo que fabricaban hace apenas una década. La mayoría de los trabajos no se harán en la fábrica sino en las oficinas en un lugar cercano, que estará llena de diseñadores, ingenieros especialistas de IT, expertos en logística, personal de mercadeo y otros profesionales. Los trabajos de manufactura del futuro requerirán más destrezas. Muchas tareas aburridas y repetitivas se harán obsoletas: ya no necesitará remachadores cuando los productos no necesiten remaches.
La revolución afectará no solo cómo se hacen las cosas, sino dónde. Las fábricas se trasladaban a países con salarios bajos para disminuir los costos laborales. Pero los costos laborales se hacen cada vez menos importantes: un iPad de primera generación de $499 requirió solo $33 de trabajo de manufactura, del cual el ensamblaje final en China representó solo $8. La producción en el extranjero cada vez más está regresando a los países ricos no porque los salarios en la China estén subiendo, sino porque las compañías ahora desean estar más cerca de sus clientes de manera que puedan responder con mayor rapidez a los cambios en la demanda. Y algunos productos son tan sofisticados que ayuda tener a la gente que los diseña en el mismo lugar que la gente que los fabrica. El Boston Consulting Group considera que en áreas tales como transporte, computadoras, productos metalúrgicos y maquinaria, 10-30% de los bienes que los Estados Unidos importa ahora de China podrían hacerse en casa para el 2020, mejorando la producción estadounidense en $20 a 55 mil millones al año.
El sobresalto de lo nuevo
Los consumidores tendrán poca dificultad para adaptarse a la nueva era de productos mejores, entregados con rapidez. Sin embargo para los gobiernos podría ser más difícil. Su instinto es proteger a las industrias y a las empresas que ya existen, no a los advenedizos que podrían destruirles. Ellos benefician a las viejas factorías con subsidios e intimidan a los ejecutivos que desean trasladar la producción al extranjero. Gastan miles de millones en dar apoyo a las nuevas tecnologías que ellos, con su sabiduría, consideran que triunfarán. Y se aferran a la romántica idea de que la manufactura es superior a los servicios, y ni hablar de las finanzas.
Nada de esto tiene sentido. Las líneas entre manufactura y servicios se están diluyendo. Rolls-Royce ya no vende motores para jets; vende las horas que cada motor está impulsando un avión en el aire. Tradicionalmente los gobiernos han sido muy malos en escoger a los ganadores, y es probable que se tornen aún peores, en la medida que legiones de emprendedores y pensadores intercambian diseños en línea, los convierten en productos en sus hogares y los mercadean mundialmente desde un garaje. Mientras la revolución avanza, los gobiernos deberían concretarse a lo básico: mejores escuelas para una mano de obra cualificada, reglas claras e igualdad de condiciones para las empresas de todo tipo. Dejarle el resto a los emprendedores.
Las aplicaciones de la impresión 3D
son especialmente sorprendentes.
Ya se están imprimiendo en formas
personalizadas audífonos y piezas de
alta tecnología para aviones militares.
© 2012 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved. De The Economist, traducido por Diario Libre y publicado bajo licencia. El artículo original en inglés puede ser encontrado en www.economist.com