La amenaza del cambio climático se cierne sobre la economía

Más de RD$16,000 millones para prevenir su efecto están represados en un fondo, mientras la erosión afecta playas y el mar sala sembradíos

TEXTO: Suhelis Tejero Puntes IMÁGENES: Marvin del Cid

“Antes de que cambiara el clima, aquí se producía mucho”. Juan Antonio Cruz, uno de los productores de arroz de la zona de Nagua, lo dice con la nostalgia de quien ha presenciado cómo ha cambiado el sector agrícola con las décadas. Si no encendieran las bombas de agua, hoy todo sería peor. La sequía los tiene en riesgo no solo de perder las cosechas, sino también de que el mar gane espacio tierra adentro y deje inutilizados por meses los suelos que hoy son fértiles para la siembra. Aunque parezca irónico, en Nagua la falta de agua desnuda el peligro de la elevación de los océanos. Cuando los ríos Boba y Bacuí dejan de fluir con fuerza debido a la temporada seca, el agua del mar gana terreno, en ocasiones, unos dos kilómetros adentro. Con ese peligro del océano que penetra y sala los suelos ya no podrán dejar de convivir.

De acuerdo a la organización independiente Climate Central, la subida de las temperaturas —que en el escenario más pesimista puede alcanzar los cuatro grados centígrados— elevaría el nivel del mar hasta unos 8.9 metros. Con ello, unos 60 kilómetros de esa línea costera que se extiende desde Sánchez (provincia de Samaná) hasta La Entrada (provincia María Trinidad Sánchez) quedarían sumergidos. La compuerta contra marea del río Nagua es la prueba de lo cercana que es la amenaza del aumento del nivel del mar para esa región del país.

“Si no estuvieran las compuertas, esa agua llegaría hasta las siembras de arroz. Eso viviría inundado con agua salada”, indica Cruz.

Samaná, por su parte, se convertiría en un territorio aislado del resto del país, tras quedar convertida en una isla. Ese riesgo no es particular de esa zona: Punta Cana y su área de interés turístico, al igual que La Romana, San Pedro de Macorís y buena parte de Montecristi, quedarían inundados. Y no se trata de un escenario improbable o que vaya a ocurrir en un futuro tan lejano que no lo podamos ver: la nueva proyección de Climate Central presentada en noviembre dice que, sin recortes en las emisiones de gases, una subida del nivel del mar de esa magnitud puede ocurrir en poco más de 30 años.

“Debemos estar preocupados”, dijo Ernesto Reyna, quien hasta hace poco era el vicepresidente ejecutivo del Consejo Nacional para el Cambio Climático y Mecanismo de Desarrollo Limpio de República Dominicana.

El Bajo Yuna, Samaná, el este del país y las zonas costeras en general son las áreas que motorizan la economía dominicana. La primera es la segunda región productora más importante del país de arroz y otros productos agrícolas, mientras que Punta Cana, Samaná y el eje La Romana-San Pedro generan la mayor parte del ingreso turístico que recibe el país.

Miles de millones de pesos para la prevención y la atención de provincias afectadas por el cambio climático están desde hace dos años represados en un fondo sin ser usados, mientras el mar sala los sembradíos y erosiona las playas de varias provincias, afectando los dos pilares de la economía dominicana: la agricultura y el turismo.

República Dominicana ha pasado años entre los países con mayor riesgo climático del mundo, según la oenegé medioambiental Germanwatch y, aunque este año salió del top de los 10 más afectados por los embates del clima, sigue siendo susceptible al desastre. Los informes que ha presentado el gobierno dominicano indican que cerca del 40 % del territorio nacional —unas trece provincias— presentan niveles de vulnerabilidad climática de alta a muy alta. Las provincias más susceptibles al cambio climático son Pedernales, Bahoruco, Barahona, Elías Piña, El Seibo, Santo Domingo, La Altagracia, San Pedro de Macorís, Monte Plata, Peravia, Monte Cristi y Valverde.

A continuación se compara el Bajo Yuna en la actualidad y como pudiera quedar si la temperatura sube 4 grados en los próximos 80 años:

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) detalló en el estudio “La economía del cambio climático en América Latina y el Caribe: paradojas y desafíos del desarrollo sostenible” que los riesgos clave que enfrenta la región por el cambio climático son, en el caso de la agricultura, la disminución de la producción y de la calidad de los alimentos y el aumento de sus precios debido a inundaciones y temperaturas extremas. Mientras tanto, la elevación del nivel del mar impactará especialmente al sector turístico, con la pérdida de infraestructuras y fenómenos climáticos más intensos en las zonas costeras, que es donde se despliega la línea de hoteles en el país.

“No hay duda de que ese sector puede verse muy afectado en varios países de América Latina y el Caribe debido a la erosión y el retroceso de las playas y a los fenómenos extremos”, indica el informe de la Cepal, en el que asegura que para la región caribeña el mayor nivel del mar aumentará las inundaciones de las zonas costeras bajas, lo que representaría pérdidas de inversiones turísticas y de la agricultura, especialmente del arroz.

Los rendimientos en baja

Sin que el nivel del mar se haya elevado de manera demasiado perceptible, la sequía y los huracanes más intensos —que, aunque no han tocado a República Dominicana directamente en los últimos años, han afectado con inundaciones— ya los datos que maneja el Ministerio de Agricultura revelan una tendencia a la baja en los rendimientos de los cultivos en el país. La productividad del más sensible de los rubros agrícolas al impacto climático, el arroz, ha bajado en los últimos cuatro años. En el año 2018 el rendimiento era de 4.52 quintales por tarea, tras haber registrado niveles de hasta 4.70 quintales hace apenas un par de años, de acuerdo con los datos del despacho agrícola. Cada vez se necesitan más extensiones de siembras, pero la producción rinde menos,

A Juan Antonio Cruz, el productor arrocero de Nagua, ya le ha pasado factura el cambio climático. “Ha bajado el rendimiento en 30 % y, a veces, hasta 50 %”, asegura. Relata que el arroz tiene dos cosechas al año: una entre abril y mayo, que es el arroz de primavera, y otra segunda etapa que coincide con los meses de temporada ciclónica y, como cada vez las inundaciones son más intensas, los productores registran pérdidas. “Eso está dejando a productores en el suelo. Antes de que cambiara el clima se producía mucho. Eso empezó desde el 2010 para acá, cuando empezó a cambiar todo por el calentamiento global”, asegura.

Vista aérea de la zona arrocera de Nagua donde se puede ver el río Boba. Por (Marvin del Cid)
Vista panorámica de las tareas productivas del Bajo Yuna. Por (Marvin del Cid)

La importancia del sector agrícola trasciende al tema de la seguridad alimentaria. La actividad primaria empleaba a 414,853 trabajadores al segundo trimestre, cerca de un 10 % de la fuerza laboral dominicana y generaba, según datos del Banco Central, alrededor de 5 % del Producto Interno Bruto (PIB).

El director de Gestión de Riesgo y Cambio Climático del Ministerio de Agricultura, Juan Mancebo, señala que uno de los mecanismos que está evaluando el gobierno para revertir, o al menos paliar, los efectos del cambio climático sobre los rendimientos del sector es posibilitar más cultivos al año. “Lo que se ha hecho es propiciar ciclos de cultivos más cortos, de manera que el rendimiento pueda mantenerse”, resalta Mancebo.

Asegura que se investigan nuevas variedades agrícolas que sean resistentes al calentamiento global, y que desde hace una década esos estudios se adelantan junto al Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales. “Se han hecho inventarios agrícolas y ganaderos y se ha adelantado la adaptación de los cultivos como café, banano, cacao, arroz, habichuelas y plátanos”, explica.

Pero Cruz dice que las variedades de arroz más resistentes al alza de las temperaturas que intentó el Ministerio de Agricultura en la zona del Bayo Yuna tienen poco rendimiento porque se parten mucho en el molino. La respuesta de algunos de los productores agrícolas de Nagua ha sido sustituir la siembra de arroz por las de plátanos, batatas y papas que toleran mejor el calor.

Los problemas que trae el cambio climático a la agricultura no son solo de elevación del nivel del mar, pues el aumento de las temperaturas también implicará una sobre explotación de las cuencas hidrológicas y la proliferación de plagas que afecten los cultivos, recuerda Ernesto Reyna.

El turismo erosionado

Arenas blancas, mar azul, sol casi todo el año y una hilera de palmeras y resorts a lo largo de las playas dibujan la postal perfecta del Este para el turista. El eje Bávaro-Punta Cana recibe 60 % de los visitantes extranjeros que llegan a la República Dominicana, por lo que su importancia económica nacional es evidente. Pero el cambio climático también pone en riesgo al paraíso caribeño tal como lo conocemos.

“De todos los posibles impactos del cambio de clima que afectan el turismo, ninguno es considerado más importante que la erosión de las playas arenosas por cuanto éstas constituyen la principal imagen del turismo tropical”. Eso lo señalaba hace una década ya el informe “Análisis de riesgos de desastres y vulnerabilidades en la República Dominicana” realizado por la Asamblea de Cooperación por la Paz, Oxfam y Plan, con la colaboración de la Comisión Europea.

El efecto ya no es una posibilidad, es real. La línea costera del Este registra problemas de erosión e intrusión salina que cada vez son más evidentes, y no se han aplicado medidas. “El sector turismo no ha implantado acciones o medidas para la adaptación al cambio climático como parte de una estrategia o política definida por el mismo sector, lo cual generaría una oportunidad para reforzar y consolidar su imagen como un destino turístico sostenible”, según explica la Tercera Comunicación Nacional de República Dominicana para la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, un documento trianual que prepara el gobierno dominicano junto al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Pero no solo son los empresarios de esta actividad los que han dejado de lado la tarea. El gobierno dominicano, que en su Plan Nacional de Adaptación para el Cambio Climático 2015-2030 se fijó como objetivo aplicar protecciones a la infraestructura turística y, en algunos casos, hasta removerla si la misma impedía la dinámica de la playa, no ha tomado medidas.

La erosión de las playas y la intrusión salina son problemas que se mantienen en el Este del país y, aunque el Ministerio de Turismo anunció que unos 777 millones de pesos serían destinados a la regeneración de playas, no se conocen resultados del proyecto.

El turismo es la segunda actividad económica que más genera divisas al país y hasta agosto habían ingresado cerca de 6,000 millones de dólares por ese sector, de acuerdo a los datos que maneja el Ministerio de Turismo.

Los recursos olvidados en un fondo

Luego de los huracanes Irma y María, que pasaron cerca del país en el año 2017, el gobierno planteó la necesidad de crear un fondo para prevenir y atender las zonas afectadas por los fenómenos climáticos. Por ello, en el Presupuesto Nacional del año siguiente el Ejecutivo incluyó la obligación de depositar en el Fondo Especial de Solidaridad para la Prevención y Reconstrucción en las provincias impactadas por los efectos del cambio climático un porcentaje del monto importado de Gas Licuado de Petróleo (GLP), una contribución que es recaudada por la Dirección General de Impuestos Internos.

Diario Libre solicitó a través del Sistema de Acceso a la Información Pública datos sobre el uso de los recursos depositados en el fondo, y la respuesta del Ministerio de Hacienda fue que “en vista de que desde su creación en diciembre 2017 no hemos sufrido ningún desastre, no se ha visto la necesidad de utilizar dichos recursos, por lo que el fondo está intacto”.

En la misma comunicación el despacho de las finanzas públicas revela que el fondo tiene depositado un total de 16,394.9 millones de pesos, un monto que supera el presupuesto promedio que en 2019 recibieron 14 de los 20 ministerios que conforman el Ejecutivo.

Mientras tanto, los productores de Nagua viven con el recuerdo de los tiempos buenos cuando la sequía apenas aparecía y el caudal de los ríos eran tan fuerte que protegía a esa población de la entrada del mar. “Ahora mismo aquí no se puede ni exportar porque la producción bajó mucho”, lamenta.

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