Trump intenta evitar la guerra cultural estadounidense sobre la sexualidad

Donald Trump, candidato republicano a la presidencia. (Foto de EFE)

Desde los abortos hasta los derechos de los homosexuales, el candidato es poco convencional en cuanto a los “valores” republicanos.

Donald Trump, el presunto candidato republicano a la presidencia, respondió algunas preguntas extravagantes en una reunión municipal celebrada en Nuevo Hampshire el jueves. Una mujer se opuso al uso del hiyab por parte de los agentes de seguridad de los aeropuertos — la ponía nerviosa — y se preguntó si no se podrían sustituir estas personas por militares veteranos. El Sr. Trump prometió analizar la situación. De esta manera, transmitió el principio básico de su campaña: no hay tema, por más controvertido o trivial que parezca, sobre el que se reserve su opinión. Eso precisamente es lo que hace tan interesantes sus manifestaciones y emociona tanto a su público.

Los líderes republicanos se emocionan menos, especialmente cuando el Sr. Trump da rienda suelta a sus ideas poco convencionales sobre los “valores” que antiguamente atraían a multitudes de votantes cristianos a las urnas. La semana pasada la Corte Suprema de EEUU intervino para anular ciertas leyes de Texas que restringen el acceso al aborto. Este tipo de intromisión judicial siempre ha atraído intensamente la oratoria de los candidatos republicanos. Pero el Sr. Trump no dijo nada. Aún estaba muy ocupado hablando — semanas después de la masacre ocurrida en la discoteca gay de la Florida — sobre qué gran amigo sería de los homosexuales y las lesbianas.

El Sr. Trump parece ser uno de esos políticos cosmopolitas de Nueva York a quienes les va mal en sus campañas cuando salen de su propio estado. Por ejemplo, el ex alcalde Rudolph Giuliani fue el principal candidato republicano en las elecciones de 2008 hasta que los votantes de todo el país conocieron sus puntos de vista más tolerantes, propios de los habitantes de las grandes ciudades. Pero el Sr. Trump astutamente comprende que el electorado en general se ha distanciado de las obsesiones de su partido.

El aborto es un puntal institucional para ambos partidos. Para los republicanos, Roe vs. Wade — el caso de 1973 que legalizó el aborto — fue durante mucho tiempo un poderoso símbolo de extralimitación judicial. Invocarlo era conectarse con activistas molestos por el papel de la Corte Suprema en otros casos, desde la seguridad laboral hasta los derechos civiles. Esto fomentó una ilusión óptica. A ciertos candidatos les fue imposible diferenciar el aparato partidista del público en general. Creyeron que los republicanos podrían prosperar complaciendo a sus seguidores y diciéndoles lo que querían oír. Ted Cruz, el rival del Sr. Trump en las elecciones primarias, estaba especialmente engañado en cuanto a lo anterior.

Por supuesto, el Sr. Trump tenía que honrar las pasiones de su partido de alguna forma. Con ese propósito contrató miembros del personal que se oponen al aborto y elaboró una lista de posibles jueces de la Corte Suprema que les resultan aceptables. En marzo, Chris Matthews, el presentador de MSNBC, logró que el Sr. Trump aceptara (después de insistir durante cuatro minutos) que, si los republicanos realmente tenían la intención de criminalizar el hecho de recurrir al aborto, entonces claramente ese crimen debería tener consecuencias para las mujeres que lo cometieran. Esto fue un error de principiante. El Sr. Trump pecó de excesiva sinceridad y de curiosidad intelectual, dos cosas que un político nunca debe mostrar. Tuvo que renunciar a sus comentarios y pagó por ellos con una dura pérdida en las elecciones primarias de Wisconsin. Sin embargo, el episodio le hizo ver como alguien quien no se adhiere a la línea del partido. Podría beneficiarse a largo plazo del hecho de no haber analizado bien el tema del aborto.

El Sr. Trump sí ha reflexionado sobre los derechos de los homosexuales, lo cual es inusual para un republicano. Le caen bien. En el año 2000 exhortó a que se añadiera la orientación sexual a las leyes estadounidenses contra la discriminación. Considera la liberación sexual como la expresión más pura de la libertad occidental. En esto se asemeja a Geert Wilders del Partido por la Libertad en los Países Bajos. La condición que ostenta la homosexualidad de la mayor amenaza al islamismo parece una razón para apoyarla.

Esto se pudo observar cuando Omar Mateen, un afgano-estadounidense, asesinó a 49 personas el mes pasado en el club nocturno en Florida. El Sr. Trump consideró que era una oportunidad para reivindicar sus llamados a restringir la inmigración musulmana, una narrativa que se complicó cuando se supo que los sentimientos del Sr. Mateen sobre su propia sexualidad pudieron haber tenido tanto que ver con la masacre como sus lecturas del Corán o sus opiniones sobre el Estado Islámico.

“Pregúntense”, dijo el Sr. Trump en una conferencia en junio, “quién es realmente el amigo de las mujeres y de la comunidad LGBT: ¿Donald Trump con sus acciones, o Hillary Clinton con sus palabras? Les diré quién es el mejor amigo, y creo que algún día eso quedará demostrado de forma categórica”.

¿Cree el Sr. Trump en lo que dice? La respuesta más segura es: lo cree tanto como cualquier político. Está atenuando la retórica tradicional de la guerra cultural estadounidense no porque no le convence, sino porque no le interesa. El movimiento Trump se trata de la sociología, no de la ideología. Se trata de tranquilizar a los que han resultado perdedores en la globalización de que los políticos no los han olvidado; no se trata de elaborar elegantes silogismos. En los países occidentales la globalización produce más perdedores que ganadores, según cree el Sr. Trump, por lo que la democracia finalmente lo reivindicará. Cualquier tema que ponga de manifiesto la brecha entre la élite y los plebeyos ayuda a su causa. Cualquier asunto que la distraiga debe evitarse.

En esto, como en otras cosas, no hay nada que distraiga más que el sexo.

Por Christopher Caldwell, (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved.