Tres ideas radicales para transformar la economía del mundo postcrisis

Dólares estadounidenses. (Archivo.)

Las políticas desde la crisis financiera han sido tímidas en comparación con los ejemplos históricos.

Un hecho extremadamente notable acerca de la crisis financiera mundial y de su secuela es cuán lejos de ser notable ha sido la respuesta política. Eso representa un cambio de la previa historia económica. Durante el siglo pasado, las crisis políticas y económicas más profundas han producido reformas transformacionales. Esta vez es diferente.

El Nuevo Trato de Franklin D. Roosevelt (FDR) fue el epítome de una crisis transformada en una oportunidad. A los pocos meses de tomar posesión de su cargo en 1933, el Sr. Roosevelt había retirado el dólar de la equivalencia en oro para reforzar la economía; había cerrado y reabierto el sistema bancario después de dotarlo de un seguro de depósitos; había lanzado significativos programas de obras públicas; había regulado radicalmente a Wall Street; y había introducido un salario mínimo. El seguro social, la liberalización del comercio y la reforma de la política de vivienda pronto siguieron a estas medidas.

El Nuevo Trato fue excepcional en su hiperactividad, pero otras crisis también han presenciado grandes esfuerzos para reformar nuestros sistemas económicos. A finales del siglo XIX, la endémica inestabilidad financiera y la creciente concentración de riqueza y de poder de mercado en EEUU condujeron a la creación de un impuesto sobre la renta permanente, de un banco central y de una regulación antimonopolio por parte de un Roosevelt anterior (Theodore). Después de la Segunda Guerra Mundial, un consenso entre todos los países occidentales creó las economías mixtas socialdemócratas que muchos ahora parecen anhelar.

En comparación con todo esto, las políticas de la década pasada han sido pusilánimes. La crisis financiera de 2008 fue el choque económico más violento que ha afectado a la mayor parte del mundo rico en generaciones. Sin embargo, no ha surgido prácticamente ningún esfuerzo en materia de políticas que coincida con la magnitud del reto.

Es cierto que los gobiernos han restringido los mercados financieros. También es cierto que el estímulo fiscal coordinado de 2009 frenó la desaceleración. Pero el sistema financiero ha experimentado mucho menos cambio que durante la década de 1930, y el estímulo fue retirado con demasiada rapidez. Es probable que, con el tiempo, la unión bancaria europea realice cambios radicales, aunque una feroz resistencia hace que sea demasiado pronto para predecirlos.

Superficialmente, la política monetaria parece haber servido su propósito. Pero incluso las acciones “sin precedentes” por parte de los bancos centrales se han concentrado principalmente en el uso de herramientas comprobadas — compras de valores en el mercado abierto, recortes de las tasas de interés — a una mayor escala que antes. Pero no ha habido revolución alguna.

En general, nuestra generación de líderes no ha podido mostrar la audacia exhibida en previos enfrentamientos con la historia. Si un político con el valor de FDR hubiera aparecido en 2008, o incluso hoy en día, ¿qué pudiera hacer él o ella? A continuación se encuentran tres propuestas que un reformador comprometido debiera contemplar. Al igual que el Nuevo Trato, son radicales pero realistas.

Un Roosevelt actual pudiera, como el original, considerar una reforma monetaria. Ahora como entonces, el problema es cómo evitar demasiada liquidez durante la expansión y demasiado poca durante la contracción. Pero esto puede ser imposible mientras la creación de dinero — y la destrucción del mismo — permanezca en manos de bancos privados con fines de lucro. Sólo una pequeña fracción de la oferta de dinero consiste de dinero físico acuñado por los bancos centrales. La mayor parte se compone de depósitos bancarios, de reclamaciones sobre instituciones financieras privadas creadas cuando esas instituciones emiten préstamos.

Así es que, durante épocas de exuberancia, la oferta de dinero se expande demasiado rápido, causando una asignación inadecuada de recursos y unas expectativas imposibles con relación a los ingresos futuros. Cuando el estado de ánimo cambia, los bancos crean muy poco dinero para mantener la actividad con tendencia al alza, el crédito emitido durante la expansión se devalúa y se establece la deflación de la deuda. La creación de dinero “sin precedentes” por parte de los bancos centrales sólo ha compensado esto parcialmente.

Si la gestión privada de la oferta de dinero es una receta segura para generar inestabilidad, la alternativa radical es nacionalizar la oferta de dinero. Esto es factible hoy en día: los bancos centrales pueden ofrecer cuentas a todos los miembros del público (o poner las reservas del banco central a disposición de todos). Los bancos pudieran limitarse a asignar los ahorros existentes a inversiones, en lugar de crear nuevos créditos.

Otro imperativo es el de la seguridad económica. Los radicales anteriores crearon redes de seguridad donde no existían. Actualmente tenemos abundantes estados de bienestar, pero ellos todavía dejan a grandes grupos en condiciones precarias. A veces los atrapan allí, ya que los generosos beneficios para los de bajos ingresos se les retiran con el aumento de los ingresos, creando prohibitivas tasas impositivas marginales efectivas para los modestamente pagados. La solución radical es un ingreso básico universal, la propuesta de pagar un beneficio incondicional a todos los ciudadanos, financiado por aumentos en los impuestos. La idea se redescubre cada dos generaciones; puede que haya llegado el momento de ponerla en práctica.

Por último, revisar las políticas antimonopolio de EEUU de finales del siglo anterior, cuando los líderes canalizaban la resistencia popular ante el dominio de las grandes compañías petroleras, industriales y ferroviarias. Hoy en día, los gigantes del Internet gozan de un dominio similar.

Un político valiente buscaría poner fin a la capacidad de las plataformas del Internet para distorsionar nuestros mercados y nuestra política. Los servicios de Internet con funciones económicas similares a los servicios públicos debieran ser regulados como tales para que se comporten en pro del interés público.

Numerosas personas sensatas dudarán en acoger estas ideas. Pero ¿y si la alternativa no es el “statu quo”, sino el autoritarismo nativista que ahora está en aumento? La lección más profunda de la era de Roosevelt es que los centristas liberales debieran ejercer su propio radicalismo para que no se les imponga un antiliberalismo radical.

Por Martin Sandbu (c) 2017 The Financial Times Ltd. All rights reserved.

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