Tregua en la guerra comercial entre EEUU y China es sólo parcial
Las relaciones están en peores condiciones que cuando Donald Trump asumió el cargo
Para un autodeclarado negociador experto como el presidente estadounidense, Donald Trump, hacer alarde de una tregua comercial con Beijing puede haber sido el objetivo principal de su larga y dañina guerra comercial. Para todos los demás, equivale a poco más que una esperanza — y muy débil — de que las cosas no empeorarán.
El acuerdo, firmado en Washington el miércoles, se ha anunciado como la “fase uno” de un acuerdo más grande. Sin embargo, por sí solo, deja la relación comercial entre EEUU y China en peores condiciones que cuando el Sr. Trump asumió el cargo. Deja los niveles arancelarios promedio en ambos lados en alrededor del 20 por ciento. Hace dos años, el arancel estadounidense promedio sobre las importaciones chinas era del 3 %; en el otro sentido era del 8 %.
El acuerdo trae el apreciado alivio de que las relaciones comerciales puedan dejar de empeorar. Pero eso no debe engañar a nadie para que piense que son buenas. Aunque el acuerdo le impone a Beijing los compromisos de mejorar la aplicación de la propiedad intelectual y aliviar la presión para la transferencia de tecnología, deja en su lugar un daño importante. Como resultado de los aumentos de los aranceles y las represalias, la recesión manufacturera estadounidense está empeorando. El crecimiento de China se ha desacelerado. Otras economías dependientes del comercio han quedado atrapadas en el fuego cruzado.
Más allá del impacto económico directo están las distorsiones políticas creadas por el cabildeo de la industria estadounidense para obtener compensaciones y exenciones, así como por el enfoque del Sr. Trump en las compras dirigidas por el gobierno de productos agrícolas y maquinaria industrial estadounidenses.
El acuerdo tampoco elimina la incertidumbre que el Sr. Trump ha creado. Por supuesto, la tregua podría ser seguida por la “fase dos” de las conversaciones cuya intención sería enmendar más daños. Pero es igualmente probable que siente las bases para una renovada agresión cuando una parte alegue que la otra no ha cumplido con los términos acordados. La naturaleza altamente unilateral de la mayoría de las obligaciones deja poca confianza de que Beijing cambiará su comportamiento al nivel que la Casa Blanca parece esperar. Y si el Sr. Trump realmente quiere cortar las enmarañadas cadenas de suministro entre EEUU y China, podría contentarse con relajarse y dejar que los elevados aranceles hagan su trabajo.
Más allá de lo que suceda después en la relación entre EEUU y China, la gran pregunta es si la tregua envalentonará al Sr. Trump para aplicar su proteccionismo instintivo en otros lugares. En particular, parece disfrutar la idea de una guerra comercial con Europa. La amenaza de tomar represalias contra la decisión de Francia y algunos otros países de la UE de imponer impuestos sobre el volumen de negocios digitales que realizan algunos gigantes tecnológicos estadounidenses es apenas el último casus belli que el presidente estadounidense ha identificado.
En ese sentido, dos acontecimientos dan cierto motivo de esperanza. Uno es la noticia de que EEUU, la UE y Japón están haciendo causa común para endurecer las regulaciones de la Organización Mundial del Comercio contra los subsidios estatales. La disposición a trabajar mediante una organización que el Sr. Trump vilipendia normalmente y el reconocimiento de que las reglas comunes pueden servir al interés nacional de EEUU serían un cambio de actitud bien recibido.
El otro aspecto positivo es la visita del comisionado comercial de la UE, Phil Hogan, a Washington esta semana. El Sr. Hogan, quien ha expresado abiertamente sus críticas al Sr. Trump en el pasado, tiene la misión de “renovar” la relación transatlántica. La esperanza debe ser que el Sr. Hogan pueda establecer un diálogo que retrasará, o desarmará, cualquier intención que el Sr. Trump tenga de intensificar las tensiones comerciales con la UE. Jean-Claude Juncker, ex presidente de la comisión, logró hacerlo la última vez que el presidente estadounidense puso la mira al otro lado del Atlántico. Cuando la paz es difícil de alcanzar, los defensores del libre comercio deben aceptar las treguas donde puedan encontrarlas.
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