Los ricos tienen que ceder su lugar para que los pobres salgan adelante

Las mismas familias siguen posicionadas en el nivel más alto de la escala social. (Archivo.)

Romper la barrera que separa a los ricos de los pobres es una movida política muy controvertida pero tal vez sea necesaria frente a la falta de crecimiento.

Comencemos en Florencia en 1427. Los individuos que están en el extremo superior de la escala socioeconómica son miembros de los gremios más poderosos de la ciudad, mientras que los que están en el extremo opuesto se dedican a lavar y preparar lana virgen.

Cuando avanzamos casi 600 años a través del tiempo, vemos que aunque los empleos han cambiado, los protagonistas son los mismos. Las mismas familias siguen posicionadas en el nivel más alto de la escala social.

Los investigadores del Banco de Italia han utilizado a los apellidos (los cuales son generalmente específicos a cada región del país) para evaluar las fortunas de las familias florentinas desde el censo de 1427. Encontraron que los cinco apellidos de mayor ingresos en 2011 también eran élites hace seis siglos, cuando se dedicaban a ser abogados o eran miembros de los gremios de la lana, de la seda y la zapatería. Los investigadores también descubrieron que existían dinastías en algunas de las profesiones elitistas, como la banca y el derecho.

Esto no significa que no ha habido movilidad socioeconómica. Las clases bajas han tenido buenas oportunidades para alcanzar una posición más alta, pero parece que siempre ha existido una barrera que ha protegido a las clases altas, sosteniéndolas en la misma posición e impidiendo que se deslicen hacia abajo.

El caso de Florencia no es unívoco. Investigaciones (que frecuentemente utilizan los apellidos inusuales para rastrear a las familias a través de las generaciones) han encontrado historias similares en países tan diversos como Suecia y China. En el Reino Unido, el efecto parece extenderse durante seis generaciones antes de extinguirse.

¿Y qué? ¿Por qué debería importarnos si hay una barrera que protege a los ricos de volverse pobres, siempre y cuando los pobres se puedan volver ricos? Hasta hace poco, no nos había parecido importante. Pero tal vez ahora tengamos que abordar el tema.

Existe una diferencia entre la movilidad relativa y la movilidad absoluta. La movilidad relativa indica si una persona alcanza un nivel diferente que la de sus padres en la escala socioeconómica. Es un caso de suma cero: si unos suben, otros tienen que bajar.

La movilidad absoluta simplemente indica si a una persona le va mejor que a sus padres, sin tomar en cuenta a los demás. A través del siglo 20, hubo una mayor movilidad absoluta en un gran número de países, conforme se ampliaron las economías y aumentaron los ingresos familiares. La configuración de las economías desarrolladas también cambió: el incremento de puestos directivos y profesionales (junto con la expansión de la educación superior) creó más espacio en la cima de la escala social.

Marion Kimberley, una inglesa de 72 años fue una de las que aprovechó el cambio. Cuando era niña, su madre lloraba con angustia cuando llegaba el momento de pagar el alquiler. La Sra. Kimberley fue la primera en su familia en asistir a la universidad y recuerda la emoción de su padre cuando el salario de su primer empleo como académica resultó ser más alto que el suyo.

Pero las cosas están cambiando. El crecimiento global se ha desacelerado desde la crisis financiera. Hay evidencia que indica que la generación actual tal vez no sea más rica que la generación de sus padres. Si el “espacio en la cima” no está creciendo, la movilidad social se empieza a volver un juego de suma cero, en el que la movilidad social ascendente depende de la movilidad social descendente.

¿Qué factores afectan a la movilidad social descendente? Un estudio realizado el año pasado por el Centro para el Análisis de la Exclusión Social de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (LSE, por sus siglas en inglés) comparó las fortunas de niños británicos nacidos en 1970 que recibieron calificaciones altas o bajas en pruebas cognitivas cuando tenían cinco años. Los niños con bajas calificaciones provenientes de familias pudientes habían tenido más éxito en el mercado laboral como adultos de 42 años de edad que aquellos niños con bajas calificaciones provenientes de familias de bajos recursos de la misma edad. Además, los niños inteligentes de familias pudientes tuvieron más éxito que los niños inteligentes de bajos recursos. El estudio reveló que una poderosa combinación de factores estaba ayudando a los hijos de familias pudientes a salir adelante, desde capital social y escuelas privadas hasta acceso a la educación superior.

Para impulsar la movilidad relativa, tendríamos que restringir estos privilegios — o encontrar una manera de controlarlos — para que los más capaces puedan alcanzar los niveles más altos, independientemente de sus antecedentes personales.

Pero es difícil separar de manera equitativa el “talento puro” de un individuo de las ventajas que ha adquirido. Algunas universidades y empresas están intentando hacerlo. Rare, una compañía en el Reino Unido, tiene un producto que utiliza el análisis de datos para evaluar los logros de los candidatos en el contexto de sus antecedentes personales.

Además es peligroso desde el punto de vista político. Cuando la administración pública del Reino Unido anunció este mes que iba a tomar en cuenta las escuelas y los antecedentes de los candidatos, Lord Waldegrave, el rector de Eton College, declaró que renunciaría su puesto como jefe de disciplina del partido Conservador para protestar lo que él describe como una actitud discriminatoria en contra de aquellos con acceso a la educación superior.

Estas escaramuzas marcan el inicio de una batalla sobre la mejor manera de dividir un “pastel” que ha dejado de crecer. Si no encontramos una manera de impulsar la productividad y el crecimiento, entonces tendremos que aceptar la alternativa: si queremos que avancen más niños pobres, algunos niños ricos tendrán que bajar de nivel.

Por Sarah O’Connor (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved