El porqué del Consejo

Hay quienes piensan que al Consejo Económico y Social se le ha pedido demasiado.

Se le ha solicitado evaluar objetivamente una propuesta en la que muchos de sus integrantes salen perjudicados, y que con sentido patriótico sus miembros acepten sacrificarse para subsanar las consecuencias de actos de los que no se consideran responsables.

Aunque su papel es estrictamente consultivo y sus recomendaciones no son vinculantes para el gobierno, los trabajos del Consejo acaparan la atención de la población. En otros países toda esa atención sobre un órgano de ese tipo sería inusual y sorprendente.

En Inglaterra, por ejemplo, el debate se llevaría a cabo en la Cámara de los Comunes, en tanto que en los EE.UU. tendría lugar en el Senado y la Cámara de Representantes. En esas instituciones se presume están debidamente representados todos los sectores del país por delegación propia y voluntaria, a través de elecciones en las que pudieron expresar sus preferencias.

Pero indagando sobre lo que aquí motiva el rol del Consejo nos encontramos con lo que economistas especializados en acuerdos entre empresas y pactos colectivos denominan percepción de representatividad, que mide el grado de confianza que los representados asignen a sus voceros oficiales, digamos los obreros a los líderes sindicales o los accionistas a su consejo directivo. Si la percepción es baja, habrá mayor posibilidad de que se recurra a otras instancias, como paneles de arbitraje o cortes judiciales.

Los congresistas estadounidenses tienen su línea partidaria, pero cuando hay situaciones de perjuicio para sus representados tienden a votar a favor de éstos y dejar de lado esa línea. No son percibidos como seguidores incondicionales de un presidente ni de un partido, ni se declaran como tales. En esas condiciones no hay necesidad de que otros organismos suplan la representatividad que a ellos pueda faltar.