Accionistas alertas

Las ventajas que la economía deriva de que las empresas vendan parte de sus acciones en el mercado son, sin duda, reales y cuantificables. Tanto las propias compañías como las actividades económicas se benefician de una asignación más eficiente de los recursos de inversión, siendo comprobable que la propia magnitud de dichos recursos aumenta con la disponibilidad de alternativas de colocación. Es especialmente valiosa la apertura de vías que permiten participar en el capital de las empresas, creando una nueva categoría de posibilidades para los inversionistas.

Es preciso reconocer, sin embargo, que la creación de un mercado de acciones provoca una transformación en la forma en que la economía opera. Una vez establecidos y consolidados los mecanismos de transmisión de los recursos de inversión, la posesión de acciones deja de estar esencialmente vinculada con la operación de las empresas, pasando a ser para muchos inversionistas una más entre otras opciones de colocación de fondos. Su comportamiento en ese sentido no está determinado por las mismas consideraciones que influyen sobre los accionistas tradicionales, estos últimos relacionados con la gestión de las compañías. Esos nuevos accionistas tienden a ser guiados por horizontes de más corto plazo, y normalmente exhiben una mayor disposición a comprar o vender acciones como consecuencia de eventos que inciden transitoriamente sobre su rentabilidad.

De ahí que el desarrollo del mercado de acciones suela ir acompañado de reacciones más intensas y veloces de parte de los inversionistas, las cuales se reflejan en las características de las variaciones de precios de esos activos. Tanto las empresas como las autoridades en países con mercados emergentes deben estar conscientes de las implicaciones que esa transformación tiene sobre el flujo de los recursos y la efectividad de las diferentes clases de políticas. Desde ese ángulo, se ingresa a un mundo distinto, con lineamientos funcionales diferentes a los anteriores.