Meta de erradicación

La transformación del COVID-19 desde su actual condición pandémica a un estatus endémico, lo que se espera ocurrirá próximamente, desatará fuerzas económicas que ayudarán a que siga entre los seres humanos por tiempo indefinido, igual que ha sucedido con otros virus cuya existencia consideramos normal.

Desde el punto de vista sicológico, permitir que el virus asuma una característica endémica pudiera verse como una claudicación. Luce como si en lugar de combatirlo hasta vencerlo, nos resignáramos a convivir con él, manteniéndonos en lo adelante temerosos de que pueda resurgir en el momento más inesperado.

Erradicar una enfermedad transmisible no es, en principio, imposible de lograr. El ejemplo más notorio ha sido la viruela, declarada formalmente erradicada en 1980 por la Organización Mundial de la Salud. Si la viruela, causada por un virus, pudo ser eliminada, podría cuestionarse si lo mismo no pudiera hacerse con el COVID-19.

La decisión de erradicar la viruela fue auxiliada por la ausencia de un tratamiento efectivo. Sin medicamentos adecuados, el costo económico de la enfermedad, en términos de requisitos de vacunación y pérdidas de vida, aparte del impacto visual de los síntomas, creó condiciones favorables a la concertación de un acuerdo internacional con el propósito de poner fin definitivamente a la amenaza. Ayudaron también los relatos de las devastadoras consecuencias que durante siglos la humanidad padeció por ese motivo, especialmente porque algunos de los episodios documentados más dramáticos tuvieron lugar en territorio europeo.

La factibilidad de erradicar la viruela fue facilitada porque la globalización de nuestros días todavía estaba en el porvenir. Una meta similar, en cuanto al COVID-19, envolvería restricciones que tendrían un costo económico mucho más elevado, consideradas no justificables dados los efectos del virus. Resulta más eficiente dejarlo existir y protegernos contra la posibilidad de contagio.