Más allá del COVID-19: ¿cómo el virus alteró la atención médica de los no infectados?
Muchos dejaron de recibir asistencia en los dos primeros meses de la llegada del COVID-19. En este especial “Seis meses en emergencia” se abordan distintas aristas del impacto de un semestre con medidas inusuales
Esta historia es parte del especial “Seis meses en emergencia” de Diario Libre, realizado por Mariela Mejía, Yulissa Álvarez, Inés Aizpún, Karen Veras, Hogla Enecia, Niza Campos y Pablo García.
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Con una cita previa para una cirugía de cadera, Patricia Fortunato, de 83 años, se enteró de que su médico de cabecera había suspendido las consultas por el COVID-19. Su sobrina, Iris Fortunato, dice que, a la fecha, esta cita sigue pendiente.
Fortunato explica que su tía es asmática e hipertensa y tiene el corazón grande. Debido a la condición de su cadera, pasa mucho tiempo sentada en un sofá, lo que le ha provocado la formación de úlceras.
“Dejó de ir al médico porque en los días en que le tocaba ir a la cita comenzaron las restricciones por el tema de la pandemia”, relata. “Su salud se ha desmejorado bastante porque sus condiciones son para ser tratadas con especialistas”.
Como Patricia, muchas personas dejaron de recibir asistencia médica en los dos primeros meses en que se comenzaron a reportar oficialmente casos de coronavirus en el país, lo que derivó, entre otras cosas, en que algunos pacientes sufrieran descompensación y sus afecciones de salud empeoraran.
En algunos casos, no fue por el cierre de las consultas, sino porque los mismos pacientes decidieron permanecer en sus casas por el miedo al contagio. Eso le ha causado pesar a la doctora Johana Quesada, quien se dedica a la medicina familiar y comunitaria.
Luego de tres meses de estar cerrada la Unidad de Atención Integral que dirige Quesada, el centro ha vuelto a trabajar con siete médicos, todos los días de la semana.
“La mayoría de los pacientes que he visto se ha descompensado, algunos con presión alta, porque por el temor de contaminarse dejaron de venir al centro”, explica.
El personal que trabaja con Quesada ha tenido que aplicar un protocolo similar al que muchos médicos en el país están desarrollando para reactivar las atenciones que no tienen que ver con el COVID-19, un virus que ha infectado a más de 102,200 personas en el país y provocado la muerte de más de 1,940 individuos.
“Ahora tenemos más limitaciones para atender al paciente de cerca, hay que guardar el distanciamiento. Anteriormente, al ver el rostro de tu paciente, podrías saber si estaba descompensándose, ahora no le podemos ver el rostro (por requerirles el uso de mascarilla) por un tema de protección, y eso de una manera u otra afecta al médico”, dice.
La neumóloga Evangelina Soler, presidenta de la Sociedad Dominicana de Neumología y Cirugía del Tórax, también experimenta los cambios al 100 % en las consultas privadas. Ahora trabaja con pacientes con COVID- 19 y otras afecciones.
Soler, quien labora en la clínica Corazones Unidos, debe dedicar más tiempo a cada paciente y esperar 30 minutos entre uno y otro para higienizar el consultorio. Además, se asiste de otro médico en la consulta. Como pasa más tiempo en labores, sus hábitos alimenticios se han alterado.
La nueva rutina se traduce en más dinero. “El insumo en gastos de pacientes era de 100 y 125 pesos, y ese costo se ha disparado entre 500 y 700 pesos en un solo paciente”, analiza.
Las emergencias, esas no han cesado
La gerente general de emergencias del Hospital Francisco Moscoso Puello, Elsa Moreno Colón, indica que la pandemia ha generado un gran impacto en el flujo de pacientes en esa área de la salud.
Prácticamente están dando respuesta al Gran Santo Domingo, debido a que varios centros solo atienden a pacientes con COVID-19.
La pandemia ha cambiado la forma de recibir a los pacientes en el hospital porque, para poder evaluarlos, deben activar una serie de procesos y protocolos para proteger la salud de su personal.
“Tenemos que visualizar a dónde lo vamos a evaluar, tener todo el equipo de protección personal, mantener la distancia... El paciente debe tener por lo menos su mascarilla”, detalla Moreno.
La demanda de servicios ha generado que el personal trabaje más horas de lo habitual. “A veces te llega la hora de salida, pero por el flujo de pacientes que hay, tu continuas y el tiempo se te pasa”, comenta.
¿Qué pasó con las embarazadas?
En el Hospital Universitario Nuestra Señora de La Altagracia nunca cesaron las consultas, a pesar del virus.
Sin embargo, las estadísticas señalan una reducción en las consultas, pues de enero a agosto del 2020, la maternidad realizó 36,198 consultas externas. En el mismo periodo, pero de 2019, estas se situaron en 58,520.
El gerente del Departamento de Endocrinología del hospital, Luis Miguel Escaño, explica que la clínica de embarazadas diabéticas no ha sufrido ningún tipo de disminución y que, al contrario, observa que están atendiendo a más pacientes que antes.
“A pesar de que hay un distanciamiento en la frecuencia en la que vemos a esas pacientes, estas necesitan una atención de seguimiento muy estrecha, entonces no podemos tener grandes dilaciones al verlas”, explica.
De acuerdo a Escaño, el aumento de la asistencia puede deberse a que centros como la Maternidad San Lorenzo de Los Mina se habilitaron para recibir pacientes COVID-19 y sus casos fueron derivados a La Altagracia.
Lo que se evidenció cuando llegó la pandemia
Chanel Rosa Chupany, quien hasta mediados de agosto pasado dirigía el Servicio Nacional de Salud (SNS), explica que varios de los puntos que deja como evidencia el déficit del sistema de salud a raíz de la pandemia están relacionados con el personal y la falta de camas en los hospitales.
Para 2019, la República Dominicana contaba con 186 hospitales y 10,836 camas hospitalarias.
“Con el inicio de la pandemia, gran parte del recurso humano tuvo que salir de los centros de salud por diversas condiciones que los hacía vulnerables al virus y hubo que reponerlo rápidamente. Por eso se empezó a designar personal de salud en los diferentes centros del país, sobre todo médicos, enfermeras, bioanalistas, farmacéuticos e intensivistas”, observa Rosa Chupany.
Un segundo elemento es que se puso en evidencia el déficit de camas en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y también en el personal médico para esa área. De acuerdo con el exfuncionario, el SNS solo contaba con alrededor de 500 camas para cuidados intensivos a nivel nacional, incluyendo los servicios neonatales y materno-infantil.
“No todas las camas de UCI se han estado usando para COVID-19; hay otras enfermedades que requieren atención”, dice.
Rosa Chupany menciona también el desbordamiento en la ocupación hospitalaria en los grandes hospitales de las ciudades más habitadas. Estas alcanzan hasta 75 %, mientras que en muchas provincias la ocupación está entre 20 % y 25 %.
En ese sentido, señala que la migración a los centros de las grandes ciudades se debe, en parte, a la falta de especialistas en otras demarcaciones, que a veces no se trasladan a esas provincias, no solo por la poca remuneración económica, sino por temas familiares.
Rosa Chupany enfatiza la importancia de retomar el fortalecimiento de las direcciones regionales de Salud del Ministerio de Salud, porque esas entidades tienen que ver con todo lo que se relaciona con la salud colectiva.
Una forma distinta de operar en la pandemia
Al cerrar sus consultar externas por dos meses y medio, a pocas semanas de haberse reportado el primer caso de COVID-19 en el país en marzo, el Instituto Nacional de Diabetes, Endocrinología y Nutrición (Inden) garantizó que todos sus pacientes tuvieran sus medicamentos sin la necesidad de entrar al hospital.
“Los médicos recibieron a los pacientes o familiares con la indicación y la cédula del paciente en los parques del centro”, explica el director de la entidad, Ammar Ibrahim.
Puntualiza que los medicamentos nunca faltaron, porque el Patronato Contra la Diabetes siempre tenía la proyección de tener una reserva por largo tiempo, no pensando en una pandemia sino en un desastre natural.
Luego de esos meses empezaron a reintegrar a los pacientes, tomando todas las precauciones para evitar posibles contagios, ya que las personas diabéticas no pueden durar más de tres meses sin una consulta directa con el médico.
“Esos dos meses y medio nos ayudaron a preparar la estructura del hospital, el aislamiento con mampara, habilitar los consultorios y limpiar varias veces al día”, señala Ibrahim.
Explica que la forma de atender al paciente ha cambiado; ahora cuentan con personal fuera del hospital que recibe a los usuarios para orientarlos y evitar la aglomeración.
“Quieren entrar dos y tres familiares a una consulta cerrada y eso es un riesgo. Por eso tenemos todos los días algunas diferencias con pacientes y tratamos de explicarles lo máximo sobre la importancia de que el paciente esté solo”, precisa el director.
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