Santo Domingo, entre la semiótica y la arquitectura

Durante su primer gobierno, Joaquín Balaguer intervino referentes claves de la Guerra de Abril de 1965, como el Parque Independencia.

La Escuela de Arquitectura UNIBE organizó el encuentro "Claves para la creatividad: la semiótica en el diseño del siglo XXI", en la que se presentó la primera mesa académica sobre semiótica en la Republica Dominicana.

Con el auspicio de la Asociación Internacional de Semiótica (IASS-AIS, por sus siglas en inglés), la Escuela de Arquitectura de UNIBE fue escenario de un encuentro centrado en el análisis de la incidencia de la semiología en los procesos de creación en distintas especialidades.

La academia organizó el encuentro junto a la Fundación Palm, en el que compartieron reflexiones profesionales de la lengua, la comunicación, la arquitectura, el interiorismo, la moda y las artes plásticas ¿El objetivo? Entender los elementos simbólicos que intervienen en sus creaciones, explicar como la semiótica, disciplina que estudia los signos en la vida social, se inserta de manera implícita en distintas ramas de la creatividad y es común para múltiples disciplinas.

Al auditorio de Unibe asistieron como invitados internacionales José María Paz Gago, secretario general de la IASS-AIS, y Basilio Rodríguez Cañada, poeta y académico español. De la República Dominicana participaron Odalis G. Pérez, Irene Pérez Guerra, Omar Rancier, Raquel Paiewonsky, Magaly Tiburcio, Anitza Gutiérrez, Lorena Tezanos, Julia Pimentel, Melissa Vargas y Marcos Barinas, entre otros.

Los arquitectos Alex Martinez y Mauricia Dominguez se convirtieron en guías de la ciudad de Santo Domingo en el segundo día de la jornada para encabezar un recorrido en la que compartieron sus visiones sobre la metrópoli y el sistema de vida que propicia.

El decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), Omar Rancier, fue uno de los expositores-arquitectos, que estableció el íntimo vínculo entre arquitectura y semiótica. "La ciudad, poder y símbolo", fue su tema.

La ciudad como gran símbolo del poder

Rancier, quien fuera director Técnico del Consejo Nacional de Asuntos Urbanos (CONAU), considera que a la ciudad de Santo Domingo hay que verla como una estructura de poder articulada a través de símbolos, y que es necesario analizar su conformación desde la colonia a nuestros días, haciendo énfasis en el doble código oficial que se desarrolló "durante el trujillato, la Ciudad Encarnada o Civitas Diaboli de la era de Truillo; el tema del "Nueva York chiquito" pasando por la resemantización balaguerista hasta llegar a la ciudad mediata, la ciudad watta gata".

Desde Ovando y Diego Colón, Santo Domingo se presenta como un símbolo de poder, apunta, en la que "las casas y monumentos principales se construyen en piedra, pregonando su abolengo", mientras el resto de la ciudad era sólo tapia y paja.

Rancier resalta que con la intervención de 1822, los haitianos estructuraron símbolos ideológicos como parte del proceso de la liberación de los esclavos de la manera más simple: plantaron palmas reales en las plazas públicas.

A 1930, con la instalación de Rafael Leonidas Trujillo en el poder, se remontan, conforme con su inventario, nuevas estrategias de control para la ciudad, en lo que entiende que fue una especie de encarnación o somatización del dictador en la propia ciudad: un orden militar, una limpieza obsesiva y el blanqueamiento de los espacios.

La primera estrategia, Rancier la enmarca en como Trujillo aprovechó la destrucción de la ciudad que provocó el ciclón de San Zenón dos semanas después de asumir el poder: fue una oportunidad para proyectarse como el "reconstructor de la patria" al mismo tiempo que utiliza este desastre para iniciar una especia de acumulación primaria y empezar a construir su propio emporio económico.

La segunda estrategia la ubica en 1936, cuando conmemoró un centenario de la ciudad de Santo Domingo para cambiarle el nombre por el de Ciudad Trujillo. Recuerda que el arquitecto que toda edificación, infraestructura, monumento o sitio, fue nombrado con el nombre de Trujillo o de uno de sus familiares; así mismo, toda edificación oficial fue llamada "Palacio": de la Gobernación, de la Policía, del Ayuntamiento, una manera de dar ese carácter de realeza a su gobierno.

El tercer pilar lo establece en la utilización de un doble código que diferenciaba a las edificaciones oficiales - los "palacios" que representaban el régimen- realizadas en un lenguaje neoclásico-fascista. En cambio, las edificaciones asociadas con el progreso, la técnica, la relación con el exterior, como las escuelas y universidades, los hospitales y los hoteles "mostraban un lenguaje moderno de muy alta calidad, por demás y que dio oportunidad a un grupo de jóvenes arquitectos formados en el exterior de realizar la obra de la primera modernidad arquitectónica en la Republica Dominicana".

 

Una última estrategia fue la construcción, en 1955, de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, para celebrar, los primeros 25 años de gobierno del dictador, y dar a la ciudad un nuevo centro urbano "que de alguna forma se esperaba sustituiría el centro histórico colonial".

Rancier destaca como refuerzo de dichas estrategias la construcción de estructuras viales, como el Malecón, donde se articulan las símbolos más visibles de la dictadura: el obelisco de 1936, que conmemora el cambio de nombre de la ciudad por el infamante de Ciudad Trujillo, y que el imaginario reconoce como "el obelisco macho"; el Monumento Trujillo Hull a la independencia financiera de 1942, reconocido como "obelisco hembra"; el majestuoso Parque Infantil Ranfis, de 1937, renombrado Eugenio María de Hostos, una de las primeras obras de Guillermo González y el primer intento de reconocer el mar como un interlocutor urbano; el Palacio del Partido Dominicano, de Henri Gazón Bona, quién formula lo que podría considerarse como la tipología oficial trujillista, y la sede del Banco Agrícola, para finalizar el recorrido con la Feria.

Balaguer y el Nueva York chiquito

Rancier explica como Joaquín Balaguer utilizó tanto las fórmulas ovandinas como las estrategias trujillistas. Durante su primer período de gobierno intervino referentes claves de la Guerra de Abril de 1965: el Parque Independencia, donde la histórica foto de un tanque de guerra pintado con las palabras PUEBLO es un icono de aquella jornada patriótica; la Fortaleza Ozama, cuartel del temido cuerpo represivo policial de los Cascos Blancos, asaltado por la milicia popular en las primeras horas de la revolución, y la cabeza del Puente Duarte, símbolo de la resistencia y derrota de las fuerzas de los gorilas recalcitrantes que habían derrocado al primer gobierno democráticamente constituido después del ajusticiamiento de Trujillo".

Para Rancier, Balaguer logra desmontar el contenido ideológico y resemantizar los mismos como obra de su gobierno.

A esto añade el proceso de urbanización que desarrolló en la ciudad, para poner "antifaces procaces" a las zonas más densas de la ciudad "como una estrategia de esconder la pobreza además de crear sus propios centros urbanos, la Plaza de la Cultura y el Centro Olímpico".

Los años 90 perfilan otra estrategia de darle significado a la ciudad, apunta Rancier, son los años del "Nueva York chiquito" y de la apuesta a la globalización expresada en la ciudad a través de una serie de proyectos viales, avenidas, elevados, túneles y sobre todo del Metro, que destituye al proyecto RESURE como el Megaproyecto oficial.

"Y así, como por arte de magia, Santo Domingo es una ciudad moderna y tiene lo que no tenía...", reflexiona el decano para agregar: estamos construyendo una ciudad wata gata: la ciudad mediata. Este, explica, es un modelo de actuación económicamente factible tanto para los promotores inmobiliarios y las autoridades, quienes tratan de repetirlo con sus características porque responde a las aspiraciones de una clase media trans-culturizada que reniega sus orígenes tratando de vivir en la frágil burbuja del "american way of life". 

"Esa dependencia a esos patrones exógenos se evidencia en la machacona insistencia de llamarlo todo con nombres en inglés. Hasta las academias, que deben ser entre otras cosas las depositarias y guardianas de nuestra cultura, han sucumbido a lo que llaman eufemísticamente "estrategia de mercado" o más repetidas veces de "marketing".

En su análisis, Rancier también se refiere al abandono de los sitios tradicionales de la ciudad, en medio del auge de los centros comerciales cerrados, cuyo diseño, considera, cada vez más trata de replicar el espacio público tradicional en un espacio socialmente controlado.

Los malls han sustituido a las calles comerciales, dice con un dejo de lamento. La calle El Conde, la principal calle comercial de la Ciudad Histórica de Santo Domingo, languidece, "mientras en la Ciudad Mediata se construyen más y mayores centros comerciales que niegan el espacio público al que sustituyen por cajas cerradas socialmente controladas".


Como colofón, Rancier plantea que el fenómeno supone un reto para los planificadores y arquitectos dominicanos del siglo XXI, y para las autoridades locales que deben enfrentar la creación de nuevas ofertas de espacios públicos.

Estos espacios, indica, deben resultar tan atractivos para el ciudadano como las ofertas de los centros comerciales o del espacio cibernético.