Latinoamérica: el club de la pelea

En una época en que la región está llamada a formar frentes comunes en temas como el cambio climático, la migración o la explotación de nuevas materias primas, los gobiernos se han enfrascado en amargas disputas, muchas de ellas vía Twitter. La llegada de nuevos autoritarismos y egos no está ayudando a una necesaria política multilateral.

El 2023 asomaba como un año ideal para que la región afrontara en conjunto problemas comunes de este mundo polarizado. (TQH/Connectas)

En los años sesenta los cantautores solían apelar en sus letras al sueño de la hermandad latinoamericana. Naciones que, con un pasado y lengua compartidos, tendrían un futuro común de prosperidad si despertaban para dejar de ser peones en los juegos de poder de las potencias. Pero en pleno siglo XXI esa idealizada unidad latinoamericana apenas aparece en uno que otro bar universitario y en algunos foros académicos. No es que no haya habido intentos concretos, como por ejemplo el Mercosur. Sin embargo, la pérdida de simpatías ideológicas, la llegada de nuevos autoritarismos y el aumento de la desconfianza mantienen a ese tipo de iniciativas prácticamente congeladas.

El 2023 asomaba como un año ideal para que la región afrontara en conjunto problemas comunes de este mundo polarizado. Un mundo que además necesita a esta región. Acá están varios de los pulmones verdes más importantes del planeta, como el Amazonas, y recursos clave para la transición energética como el litio.  Pero poco se ha visto respecto a proyectos en común. En cambio, han abundado las tensiones y las disputas por Twitter, en unas relaciones internacionales al estilo de un coliseo romano.

Argentina y Ecuador acaban de retirar a sus respectivos embajadores después de que una exministra del Gobierno de Rafael Correa, investigada por la justicia ecuatoriana, se escapó de la embajada argentina en Quito, donde estaba asilada, y apareció en Venezuela. El presidente Guillermo Lasso escribió en Twitter: “Me apena mucho que Alberto Fernández, presidente de Argentina, haya puesto por delante su amistad personal e identidad política con Rafael Correa por sobre la relación fraterna entre los pueblos de Argentina y Ecuador”.

Fernández le respondió por la misma vía: “Haga el esfuerzo de no mezclar este incidente producto de la impericia de oficiales del Estado ecuatoriano con el amor que a nuestros pueblos vincula”.

No es el primer problema diplomático de Fernández. Ya con su colega chileno Gabriel Boric, con quien comparte posiciones ideológicas, se vio enfrascado en una polémica.  El asunto comenzó porque el mandatario argentino, como parte del Grupo de Puebla, firmó una carta que criticaba a la justicia del país vecino, debido al aplazamiento del juicio oral contra un político chileno amigo: el exparlamentario y excandidato presidencial Marco Enríquez Ominami. “Yo respeto las instituciones, espero lo mismo de mis colegas”, contestó Boric al ser consultado sobre la carta firmada por Fernández.

Chile, por su parte, acaba de enfrascarse en una polémica con Bolivia y Venezuela debido a la crisis migratoria. El país austral sostuvo que estos países ponen trabas para recibir de regreso a sus migrantes irregulares, a lo que el canciller venezolano, Yván Gil, exigió a Chile respeto por los derechos humanos de esa población. La mayoría son venezolanos que escapan de la crisis social y política creada por el Gobierno que justamente representa Gil.

El Gobierno de Dina Boluarte en Perú ha tenido tensiones con casi todos los mandatarios de izquierda en Latinoamérica. Tanto así, que incluso el Parlamento de ese país declaró persona non grata al presidente colombiano Gustavo Petro. Casi al mismo tiempo el Gobierno peruano retiró a su embajador en México después de que el mandatario de ese país, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dijo que seguiría apoyando al destituido Pedro Castillo.

AMLO, quien en otras ocasiones ha apelado al principio tradicional de “no injerencia” de la diplomacia mexicana, incluso sostuvo en una de sus conferencias matutinas que la destitución de Castillo es una farsa. “Se pisoteó la democracia y se cometió una gran injusticia al destituirlo y encarcelarlo, y luego establecer de facto a un gobierno autoritario y represor”, dijo.

Pero el presidente salvadoreño Nayib Bukele y su colega colombiano Gustavo Petro libran la pelea más dura, que lleva meses en el cuadrilátero de Twitter. En la parte más encendida de este intercambio, Petro citó un tuit de CNN en que se informaba que fiscales de Nueva York acusaron a funcionarios del Gobierno de Bukele de pactar con pandilleros. Petro escribió en la red social: “Mejor que hacer pactos del Gobierno por debajo de la mesa es que la Justicia pueda hacerlos encima de la mesa sin engaños y en búsqueda de la paz”.

Bukele, un usuario permanente de Twitter, no tardó en responderle: “(...) No entiendo su obsesión con El Salvador. ¿No es su hijo el que hace pactos bajo la mesa y además por dinero? ¿Todo bien en casa?”. Bukele le sacaba en cara a Petro que la Fiscalía colombiana investiga a su hijo Nicolás Petro por presuntamente cobrar comisiones a empresarios y presos a cambio de favores presidenciales.

La analista colombiana Nury Gómez sostiene que la contienda política internacional dejó de ser deliberativa y se tornó adversativa. “No se asume una visión de nación, gobiernan según el ‘ranking’ obtenido en encuestas de favorabilidad. Gobiernan para captar la atención del ciudadano conectado a través de Twitter, con órdenes más que diálogos y con agendas de país congeladas en el tiempo”.

En el caso particular del conflicto tuitero entre Bukele y Petro, Gómez afirma que ambos quieren ser vistos como los líderes de sus sectores: “Bukele, con una aceptación máxima en su país, asume el arquetipo de ‘padre autoritario’, con el discurso de que ‘hay que erradicar el mal de raíz’ para salvar a sus ciudadanos de los delincuentes. No importa la transgresión a los derechos humanos. Petro, por su lado, ha querido ser el símbolo y la voz de la izquierda latinoamericana. En el discurso de posesión de 2022 lo deja claro. Ambos requieren un enemigo que los ponga en la opinión pública internacional. Se necesitan en ataque y defensa para construir una narrativa idílica de sus actos y ser considerados como héroes. Petro no tiene la aceptación ni los resultados de Bukele, pero sí una fanaticada que lo defiende”.

Jeanne Simon, analista política y académica de la Universidad de Concepción, Chile, agrega que lo visto entre Bukele y Petro “tiene que ver con el nuevo estilo de los presidentes, que viene desde Donald Trump, en que usan esta red como un medio de comunicación casi oficial (...) Tiene que ver con nuevos estilos de gobernantes, especialmente de corte populista”.

Sebastian Grundberger, director del Programa de Partidos Políticos y Democracia en América Latina de la Fundación Konrad Adenauer, dijo a CONNECTAS que “Twitter muestra esa posibilidad de marcar la agenda de inmediato. Vemos gente como Rafael Correa, el expresidente ecuatoriano condenado por corrupción, que desde Bélgica está mandando una batería de tweets todo el tiempo. O esta discusión entre Petro y Bukele, dos personas que tienen mucha diferencia ideológica, pero algo en común: un ego muy grande y una convicción de que ellos juegan algún rol o papel histórico”.

Es que en ausencia de líderes regionales y cada vez con más presidentes que coquetean con el autoritarismo, difícilmente Latinoamérica avanzará en integración. Como dice Francis Espinoza, cientista política chilena, “las autocracias no creen en el multilateralismo”.

Además, la relación con ellas también resulta problemática para los gobiernos democráticos. Y surgen preguntas: ¿qué tan ético puede ser un frente común con aliados autoritarios? ¿Hacerlo no les daría un espaldarazo internacional a regímenes antidemocráticos como el de Ortega en Nicaragua, que expulsa y quita la nacionalidad a opositores, o Maduro en Venezuela, que reprime a su oposición? Tal vez solo se puede aspirar a una verdadera hermandad latinoamericana cuando todos los países compartan algo básico: la democracia plena.

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