Que no muera el Ozama
La basura, los químicos y las aguas residuales se están comiendo vivo al principal río de Santo Domingo. A sus orillas, cinco fundaciones comunitarias han dedicado los últimos años a limpiar sus barrios y el afluente que los riega. Apoyadas por el gobierno local, incentivadas por empresas privadas e impulsadas por un modelo sostenible, han venido a mostrarnos, con su ejemplo, que un Ozama limpio es posible.
Emmanuel Brahn tiene nueve años, una figura menuda y una sonrisa pícara. En sus pies descalzos arrastra la suciedad de la calle, por donde deambula apenas se levanta hasta que le entra el hambre. Lleva un saco más grande que él mismo, en el cual va depositando cada botella plástica que se le cruza en el camino.
—Mi mamá trabaja en la fundación, barre por las calles. Ella me dijo: “Emmanuel, busca una mochila pa´ buscar pote”. Esa tarde llené namás un saquito. Al otro día llené cuatro.
La fundación de la que habla el niño es Fundsazurza, un conglomerado de asociaciones comunitarias devenido en la fuerza de la limpieza en el barrio La Zurza, a orillas del río Isabela, uno de los principales afluentes del Ozama. Encargada de la recolección de basura, la organización genera unos 210 empleos vecinales en una zona donde reina la pobreza. Cuenta también con el apoyo espontáneo de voluntarios que, como Emmanuel, recolectan en su tiempo libre el material reciclable que encuentran entre los estrechos callejones de la comunidad.
—Cuando veo un pote lo recojo. Voy de aquí hasta allá, al final del mercado. No es fácil porque también hay otras personas buscando –explica el niño. En tres días ha llenado 12 fundas de 50 galones cada una. Es una de las últimas iniciativas a la que ha adherido la fundación: la separación de plásticos, cartones y papeles para su venta para reciclaje.
Al igual que las otras cuatro organizaciones que operan en los contornos fluviales del Distrito Nacional, Fundsazurza empezó a constituirse como tal cuando en 2002 la Unión Europea junto al Gobierno dominicano dispusieron fondos para implementar el Programa de Saneamiento Ambiental en los Barrios Marginales de Santo Domingo (Sabamar).
Durante seis años, el programa invirtió un total de 1,163 millones de pesos en 16 sectores vulnerables, la mayoría en la ribera del Ozama. El foco estuvo puesto en obras de saneamiento de cañadas, drenaje pluvial, suministro de agua potable y transferencia de desechos sólidos. De esta iniciativa surgieron ocho fundaciones comunitarias que se encargarían de recolectar la basura, capacitadas por el mismo programa. De ellas, subsisten cinco.
De vertedero a parquecito
Hay amarillos, rojos, verdes y azules. El parquecito Bonavides, en el sector Los Guandules del barrio Domingo Savio, es un arcoíris de 40 metros cuadrados de espacio cementado. Su presencia es un respiro visual entre la aglomeración de latas de zinc oxidado que los vecinos llaman casas.
—Costó solo 95 mil pesos y en su construcción involucramos a los mismos moradores y los vecinos del área -cuenta orgulloso Yobanny de Jesús Guzmán, encargado de relaciones públicas de Fucosagucigua27, la fundación que cubre los sectores de los Guandules, Guachupita, La Ciénaga y 27 de Febrero.
Los fondos salieron directamente de la basura. El Ayuntamiento del Distrito Nacional paga a cada fundación 25 dólares por tonelada recolectada, que incluye también funciones como el barrido de las calles. Los residuos son pesados en la estación de transferencia de Villa Agrícola –levantada, también, gracias a Sabamar-, tras lo cual la autoridad los traslada al vertedero de Duquesa.
Las ganancias de cada fundación, por ley, deben ser reinvertidas en la sociedad. Esto ha permitido que las comunidades del sector reciban charlas educativas, operativos médicos, servicios de fumigación, talleres de reciclaje y ayuda a las personas mayores, entre otros beneficios. Algunas obras menores de infraestructura, como el parquecito en cuestión, también son financiadas gracias a este sistema y son altamente valoradas por los vecinos:
—Los fines de semana uno se sienta ahí, está mucho mejor –comenta Miriam Montero (29 años), madre de tres niños-. Porque antes echaban mucha basura y se contaminaba y hedía mucho.
Hasta 2010, el sitial del parquecito Bonavides estuvo formado por dos grandes hoyos en el suelo por donde se vislumbraba la cañada del mismo nombre. Eran agujeros que los vecinos habían perforado para lanzar sus desechos, y que en 2007 le costó la vida a un niño de seis años cuando la cañada, obstruida, se desbordó.
Un festín de microbios
Antonio Martínez (36 años) vive en La Ciénaga baja, a dos pasos del Ozama. Padre de siete, cuenta que para el brote de cólera, a finales del 2010, él, su señora y sus hijos enfermaron.
—Nos llenamos de cólera toditos –gesticula para abarcar con su brazo las tres casas de lata que se sostienen en la cercanía.
En aquel entonces, se detectó que la enfermedad se había originado en El Tamarindo –un barrio colindante al Ozama en Santo Domingo Este-, donde las heces contaminadas de algunos moradores habían ido a dar al torrente.
A pesar de la existencia de plantas de tratamiento de aguas residuales, los habitantes próximos al río vierten sus desechos directamente a las cañadas. Al haberse asentado en la zona de manera espontánea y sin planificación urbana, no cuentan con un sistema de alcantarillado que permita otra opción.
El problema, explica Fernando Wance, médico epidemiólogo y director de salud de Santo Domingo Este, es que la situación se agrava con la basura que va a dar al río. Las heces se mantienen a flote en la proximidad de la ribera, debido al empaste producido por botellas, aceites y químicos:
—Todo eso se aposa en la superficie, reduce el caudal del río en las orillas y acumula los residuos y la contaminación -dice.
La mezcla se transforma en un caldo de cultivo de microrganismos. Salmonella, amebiasis, fiebre tifoidea, diarreas, hongos y tiña son solo algunas de las enfermedades que nacen de este engrudo.
—Vive una llena de rasquiñas –se queja Juana Peralta (61 años), vecina de La Ciénaga baja-. Y cuando quemaban la basura, se le llenaban los pulmones a una. Ahora está mejor, casi no queman, porque hay más facilidad: vienen los camiones a recoger la basura y una les entrega su fundita.
Los camiones, explica, antes no llegaban. No sabe que la mejoría se debe al sistema implementado a través de las fundaciones, que cuentan con una flota variada de vehículos para la recolección –una parte donada por Sabamar, otra, adquirida por las mismas organizaciones, y otro tanto alquilado o subcontratado a vecinos de cada sector-. Se trabaja al detalle: donde nunca antes se accedió por la estrechez de los callejones, ahora se llega con carretillas al compás de un megáfono que clama a los vecinos “¡la basura, la basura!”.
Al otro lado del río
Las fundaciones fuera del Distrito Nacional han tenido un destino ingrato. La única iniciativa en Santo Domingo Oeste, en el Café de Herrera, se disolvió. En Santo Domingo Este, la fundación que operaba en los Tres Brazos dejó de existir. La que recolectaba basura en Los Mina Norte –Fundaproreba- vio interrumpido su acuerdo con el ayuntamiento cuando asumió el nuevo síndico en 2006.
—El trabajo se descontinuó al tomar posesión Juan de Los Santos. Él no quiso continuar –asegura Alejandro Mañán Castro, gerente ejecutivo de Fundaproreba.
Sin los ingresos de la basura, el alcance de la fundación se ha visto reducido, pero no eliminado.
—Hacemos trabajo de educación y orientación con las comunidades –dice Nelis Polanco, miembro del consejo de la organización, mientras camina por el borde de la Cañada José Feliú, en Los Mina Norte-. Damos charlas de salud, educación y medio ambiente.
Fundas plásticas, restos de comida y retazos de tela se aglomeran en la cañada. Dos o tres gallinas de plumaje intermitente exploran los restos. El cuerpo de un pollo descabezado estancado en el agua oscura ha atraído insectos voladores, que completan el panorama.
Es un buen día para la cañada, dicen los vecinos: “Hoy está limpia porque las lluvias arrastraron todo”.
El destino de ese arrastre es el río.
Las brigadas
¿Por qué, si la iniciativa comunitaria ha resultado tan exitosa en el Distrito Nacional, se descontinuó la experiencia en el lado Este del río?
—Cuando entró la gestión del alcalde en 2006, ya esas empresas no estaban funcionando como empresa comunitaria. Por eso no siguieron. Tal vez en ese momento no dieron resultado o no hicieron una buena planificación, pero si hubieran seguido estarían funcionando correctamente –es la respuesta que dan en el Ayuntamiento de Santo Domingo Este.
Para acceder a los estrechos laberintos de los asentamientos de la ribera, el gobierno local ha instalado un sistema de brigadas comunitarias. Hay cinco de ellas, una para cada sector colindante al Ozama. Cada una cuenta con entre ocho y veinte miembros empleados por el municipio para la recolección de basura.
—Esas brigadas están ahí todos los días. Aparte de su trabajo, hacen contacto con los vecinos para que no tiren sus desechos al río –explica Rafael Encarnación Montero, encargado de gestión ambiental y recursos naturales del ayuntamiento.
Flérida López, coordinadora del consejo ejecutivo de Fundaproreba, no está de acuerdo:
—Aquí no hay una ruta ni una frecuencia de recolección como la que teníamos nosotros -asegura.
—Cuando estaba la fundación se recogía mejor la basura, porque no se aglomeraba –concuerda Eridania Rosario, presidenta de la junta de vecinos del sector La Barquita, en Los Mina Norte. Es uno de los sectores más contaminados-. El ayuntamiento tiene una brigada, pero no da abasto. El camión viene una vez a la semana, y si se llena, la basura que se quedó, se quedó. Antes era lo contrario: si [los de la fundación] tenían que dar tres viajes, daban tres viajes. Uno no tenía tiempo de tener la rumba de basura.
Mucho por hacer
—Se me murió un niño hace seis años. Se llamaba Alexander, le faltaban dos meses para cumplir 14 años. Él se metía a la cañada cuando llovía, o la cañada se metía a la casa y había que salir juyendo. Le entró un dolor y se puso como amarillo, en dos días se me puso flaco y le daba mucho vómito. Cuando lo llevé al hospital, la doctora me dijo que tenía un parásito que le había comido el intestino. Lo cogió ahí mismo, en la cañada. Duró ocho días.
Ramona Rosario (44 años) cuenta con resignación mecánica la historia de su hijo, fallecido por leptospirosis. Una vida entera frente al tramo final de la Cañada Bonavides, en el sector Los Guandules del barrio Domingo Savio, la ha hecho testigo y protagonista de la tragedia. Sabe que las aguas contaminadas afectan la salud, pero sabe también que las obras de saneamiento, como el revestimiento de la cañada, conllevan un alto costo que la fundación de su sector no puede cubrir.
De allá arriba
Parece la piel de un elefante. Áspera, verrugosa, cementada, es el agua estancada a la salida de la Cañada del Diablo, en La Zurza. Es una costra donde los desechos –fundas, botellas- se incrustan sin posibilidad de hundirse. El olor es nauseabundo.
—Aquí desembocan los desperdicios de todas las industrias –explica Nicolás Mendoza, encargado de planificación de Fundsazurza-. Esta cañada recoge todas las aguas que vienen por la Máximo Gómez, las del Mercado Nuevo, las del Hospital Moscoso Puello, de toda la parte alta de la capital.
Al frente, más al otro lado del río, las aguas están negras y pulposas. Tres buques varados, con permiso ambiental para desguazar, vierten sus metales y aceites al río durante el proceso.
Lo que no se desecha adecuadamente en la ciudad va a dar al Ozama. Es la ley de gravedad, cuyo peso recae en los sectores más pobres. En estos barrios, la producción de basura se calcula en torno a 0.91 kilos por persona. En el casco urbano de la capital, como Naco, por ejemplo, se producen 1.2 kilos por habitante.
Las fundaciones se esmeran por educar a sus comunidades. Que no usen la cañada como vertedero, que reciclen, que cuiden el ambiente. Los resultados se oyen cuando algún vecino, como Rosa Frías (72 años), asegura que echa la basura en una funda, a la espera del camión: “No la tiro al río porque sé que hace daño”. Con las industrias y habitantes que viven lejos del agua, la tarea es más difícil:
—De allá arriba tiran de todo, cosas malas, todos los desperdicios. Esos malos olores nos están acabando –dice Elías Montero (57 años), del sector Las Latas de Los Mina Norte. Y se rasca una aureola desteñida y granulosa en su brazo izquierdo.
La suma que hace la resta
La pequeña lancha que se desliza a contracorriente por el río Ozama lleva a cuestas un equipo diverso: en ella va personal de la Marina de Guerra, representantes del Centro para el Desarrollo Agropecuario y Forestal (Cedaf), y dirigentes estudiantiles.
La misión: detectar los sitios más contaminados para incluirlos en el plan de ruta de la jornada de limpieza de playas que se realizará este año el 15 de septiembre.
El programa de Sabamar ha generado una cadena de personas interesadas en recuperar el río. Ginny Heinsen, directora de relaciones corporativas y programas 3Rs de Cedaf, conoció el trabajo de las fundaciones en 2010 cuando coordinaba un concurso de reciclaje en las escuelas del sector. Desde entonces se ha visto involucrada con las comunidades de la ribera, y hoy aglutina a actores tan variados como la Marina de Guerra, empresarios privados y la Oficina Para el Reordenamiento del Transporte (OPRET) en un proyecto que busca levantar un Punto Limpio en la Zurza: una zona para la separación de residuos y su posterior venta para reciclaje.
Esta iniciativa no es la única. De a poco, las personas se van acercando para cooperar:
—Yo estoy viendo los pequeños esfuerzos de cada quien, que a cada rato nos solicitan más proyectos. Lo que está pasando en este río es como nuestra sangre: si tienes la sangre de un brazo dañado, es el cuerpo entero. Y este es un trabajo tan titánico que no es para una sola persona.
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