Personas recuerdan el paso del huracán Georges al cumplirse hoy 20 años
El fenómeno causó cientos de muertos y grandes daños en gran parte del país
SANTO DOMINGO. Este sábado 22 de septiembre se cumplen 20 años del paso del huracán Georges por el país. El fenómeno causó oficialmente 283 muertes y grandes daños a la economía, agropecuaria y en infraestructuras como puentes, viviendas, escuelas, calles y avenidas.
A propósito de la fecha, Diario Libre conversó con varias personas sobre cómo lo vivieron el fenómeno, categoría tres, y el impacto que causó en ellos. Sus testimonios están cargados de angustia, miedo y otros sentimientos. A continuación los relatos.
Paola Sánchez, estudiante
Tenía 13 años cuando presenció el huracán y vivía en Tamayo, provincia Bahoruco, zona que fue prácticamente sepultada por el lodo que quedó luego de la inundación. Su recuperación tardó meses.
“En cualquier lugar que había un techo, había gente”
“Nosotros sabíamos que venía un huracán, pero estábamos muy desinformados, no esperábamos que iba a impactar tan fuerte, a mí me impactó mucho que se puso muy oscuro y eran como las dos de la tarde cuando empezó a llover y parecían las ocho de la noche. Fue empezando así, entonces empezó a llover y yo recuerdo que no paró jamás. Como a las diez de la mañana nos empiezan los rumores de que la presa estaba al desbordarse y que iban a tener que abrir la compuerta y desaguar, eran rumores y nadie sabía si era real, pero cuando venía mucha gente como corriendo desde el río para abajo del pueblo se dieron cuenta de que sí realmente iban a abrir la compuerta de la presa y fue tan rápido que en lo que empezó a correr el agua y en lo que yo cruzaba de mi casa al frente a un establecimiento que se llamaba La Torre, que tiene cuatro plantas, casi al terminar de cruzar la calle, ya el agua prácticamente me iba a llevar y yo logré cruzar, yo solita, porque en mi casa nadie quiso cruzar, no quisieron dejar a mi abuela sola, ella dijo que no iba a salir de su casa. Y cuando yo subí, en cuestión de minutos, empezó a inundarse el pueblo con una velocidad que uno no lo podía ni creer (...). Yo veía desde el frente, yo estaba a salvo, porque yo estaba en un lugar de cuatro pisos y yo me subí hasta el final para ver lo que estaba pasando desde ahí, a mi abuela la llevaron, primero la pusieron en una silla encima de la mesa y cuando ellos no pudieron aguantar más ahí, porque el agua les llegaba al cuello, ellos se pasaron al patio donde había una construcción de un baño, una pequeña superficie de concreto con un techo pequeñito y ahí habían como 15 personas, dentro de esas estaba mi abuela, mi papá y mis tíos. Esa era la construcción de un vecino, ese era el único techo seguro donde ellos pudieron ir más rápido, no paró de llover nunca y ellos tuvieron mojándose por horas, estamos hablando de las 6:00 de la tarde y cayó la noche y seguían ahí mojándose. Desde la cuarta planta yo veía el pueblo entero, no había construcciones altas, eso era lo más alto. Había gente en los árboles, en el parque había una glorieta, había gente ahí arriba, a donde quiera que hubiera un techo de concreto. En un lugar que le llaman El Colmadón estaba lleno de gente, había gente en el liceo, la gente se refugió en los techos, incluso hay lugares donde cubrió casas por completo (...). Yo estaba ahí y por ahí pasó todo, desde las butacas de la escuela, todos los instrumentos musicales de la Escuela de Música, del colmadón, las compuertas se abrieron, toda la comida, todo salió, pasaron gente que se iban ahogando encima de un galón, una amiga mía pasó y es desesperante porque tú quieres ayudarlos pero tú no sabes cómo”, narró la joven, quien refiere que eso la marcó para toda la vida, a tal punto, que no es capaz de vivir cerca de ríos o playas.
Ana Magaly Guzmán, ama de casa, 57 años
“Yo sentía que eran las horas más largas que estaban sucediendo”
“El día antes yo estaba preocupada porque aquí no había comida y uno acostumbra a comprar, porque después no encuentra nada aunque tenga el dinero. El día del huracán recuerdo que antes de que llegara yo estaba protegiendo en el patio muchas matas de plátanos que teníamos, amarrándolas, poniéndoles horquetas porque yo pensaba que se iban a salvar (risas), estaba también cuidando los muchachos, pusimos teipi (cinta adhesiva) en el cristal del frente, después fui a ayudar a una vecina que estaba embarazada y me pidió que la ayudara a recoger. Fue un día de juicio y yo sentía que eran las horas más largas que estaban sucediendo, como que las horas pasaban lentamente, pasamos el día en vigilia prácticamente. Los muchachos míos estaban pequeños, pero nos asomamos a una ventana, no cuando el fenómeno estaba de lleno, sino antes cuando se sentían las ráfagas, a ver la potencia, la fuerza de un huracán, nos pusimos por ahí, por los hierros para que vieran, porque al nosotros vivir rodeados de árboles, todos esos árboles que estaban en el área de la cañada, todos se cayeron y mirábamos asombrados como esos árboles se arrancaban así de raíz y los postes de luz se cayeron. Después, cuando entró de lleno ya nos trancamos, porque ya era imposible que siguiéramos mirando aunque fuera por la ventanita. Al otro día, prácticamente fue un día de juicio, cuando salimos todo estaba devastado, las calles llenas de árboles atravesados, incluso, aquí hubo una semana para que los carros pudieran volver a entrar porque habían unos maturrones de javilla, de esas centenarias, que tuvimos que esperar que vinieran del ayuntamiento con maquinarias para poderlas cortar y con grúas para que se las pudieran llevar, y sin luz, pero nosotros aquí teníamos una plantica eléctrica pequeña, los vecinos venían aquí a buscar plátanos porque al yo tener tantas matas de plátanos que se cayeron...”, relata la señora, que cuando el ciclón residía y aún vive en el residencial Valle Hermoso, en Villa Mella, municipio Santo Domingo Norte.
José Acevedo, empleado privado
“No había nada de árboles por ningún lado”
“Cuando eso pertenecía yo a la Marina de Guerra como asimilado y estaba cargado a un coronel y vivía en su casa, y pasamos la tarde y la noche en la casa cerrada y como quien dice ‘brechando’ por las persianas, eso fue en el ensanche Luperón (Distrito Nacional). Recuerdo que había fuertes vientos, agua fuerte, incluso en el patio de la casa había una mata de limón que quedó con pocas hojas, se quedó en pie, pero quedó desbaratá esa mata, con pocas hojas y el reguero de hojas en el patio, un patiecito de cemento. Nosotros amanecimos en la casa y desde que nos levantamos fuimos a la calle y no había nada, pero no pasó dizque daños físicos a gente, a personas, que yo recuerde. Cuando yo salí lo que me impresionó fue que tú podías ver un trayecto largo, que antes no lo veías, de tan devastado que quedó el país, el barrio. Por ejemplo, yo agarraba y veía a una distancia lejos, no había arboles ni nada. En la casa del coronel había un carro, un Chevrolet, y nosotros usábamos la batería para alumbrarnos. Después a los dos o tres días yo fui a mi casa y vi todo desolado, todo como el barrio, limpio, nada de árboles por ningún lado.