Los bateyes del Gran Santo Domingo, un presente firme con su historia

Un equipo de Diario Libre realizó un recorrido por tres bateyes en Santo Domingo para hablar de su historia y mostrar su presente

Diario Libre realizó un recorrido por tres bateyes en Santo Domingo para hablar de su historia y mostrar su presente. (Eddy Vittini)

Antes eran el centro económico y laboral del país. En cada batey, los hombres trabajaban de sol a sol picando, transportando y tratando la caña de azúcar, y las mujeres se quedaban en el hogar, al menos la gran mayoría. Hoy en día, esa realidad ha cambiado; para aquellos que vivieron esa época, los jóvenes son más vagos y viven del cuento.

El Diccionario de la Lengua Española (DLE), define al batey como “en los ingenios y demás fincas de campo de las Antillas, lugar ocupado por las casas de vivienda, calderas, trapiche, barracones, almacenes, etc.”.

El Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española expone que en República Dominicana se le conoce como “barriada pobre situada en las plantaciones cañaverales”.

Diario Libre realizó un recorrido por tres bateyes para conocer su pasado y presente: El Naranjo, El Peje y Palavé. En ellos, la vida ahora es totalmente distinta, y la caña de azúcar se fue con la salida de los ingenios.

Del ‘presente histórico’ en Palavé y el Naranjo a los cañaverales de El Peje

Lo que antes eran campos de caña de azúcar, ahora es asfalto, pequeños comercios y el ruido de los motores invade las avenidas.

Algún que otro cultivo y remolque de caña transitan por sus calles, como es el caso de El Peje. En los otros, esa vida que antaño reinaba en la isla ahora es solo un recuerdo.

Los mayores cuentan que antes “no había ningún hombre que no trabajara”, como el caso de Bartolo, vecino de Palavé, quien contó que comenzó a trabajar en la caña de azúcar a los ocho años de edad.

“Yo comencé a trabajar la caña a los ocho años, picando; a los 13 me hice carretero y duré 31 años llevando caña”, explicó.

Con la experiencia de haber trabajado en tres ingenios, Bartolo contó que los pagos eran por viajes y toneladas. “Según los viajes que uno tirara le pagaban 20 cheles por tonelada”, aseguró.

Según narraba, salían del hogar a las 2 de la madrugada y volvían a las 10 de la noche. Además, relató que todos los hombres del batey trabajaban por obligación y que, por ello, cerca de 65 guardias vigilaban el barrio para que nadie pudiera “vaguear”.

Con más de 30 años de experiencia trabajando en la caña, entre otros trabajos, Bartolo compara aquella época con la actual. “No había hombre vago, siempre tenía que haber trabajo”, recordó.

“Ahora es un desorden (...) La juventud, muchos no quieren trabajar, viven del cuento, acechando que te cobren unos chelitos para quitártelo. Se vive de la delincuencia, hoy es un desorden”, refirió.

La situación en los bateyes deja claro que no es la misma que antaño. Los vecinos del Naranjo son un claro reflejo del empobrecimiento de su vida desde que el negocio de la caña abandonó el lugar.

Francisco José, residente de 75 años en El Naranjo, contó, junto a sus vecinos, que ya no tienen nada desde que el ingenio Ozama se fue de la zona. Gracias a la solidaridad de la comunidad, consiguen subsistir con lo que tienen, aunque las revisiones e intervenciones médicas cada vez pesan más, comentó.

Aún así, sin que el azúcar esté presente, El Naranjo es un barrio vivo, donde los que lo administran son proactivos en mejorar cada vez más la zona. Ahora, según Francisco José, los jóvenes trabajan en sectores como la construcción.

Casi por contraposición, en El Peje sigue habiendo cultivos de caña. A lo largo de las vías estaban aparcados tractores y carretas para transportar el cultivo a las zonas de ingenio.

Pero, así como en los otros los hogares y las calles eran más vivas, aquí pasaba lo contrario. Tan solo dos vecinos de la zona se atrevieron a salir para contarnos su experiencia laboral en los campos.

Raíces culturales

Además de los cañaverales, El Peje cuenta con el reconocido carnaval Cimarrón. Uno de sus residentes, Ramón, conocido como “Buli”, es uno de los ‘negros’, como él los califica, que participan en la celebración.

Buli con una de las máscaras que utilizan los negros. Por (Eddy Vittini)
Buli con una de las máscaras que utilizan los negros. Por (Eddy Vittini)

La tradición del Cimarrón está presente desde hace varias décadas. “El origen viene de los negros de África. La hacemos el domingo de resurrección para que los niños obedezcan”, declaró Ramón.

Este detalló que cuando hay un niño desobediente, los ‘negros’ lo “cazan” y le ponen a rezar un Padre Nuestro y un Ave María.

Sobre la forma de ingresar a este grupo, Buli explicó que tienen que pasar una prueba. “Lo cercamos entre todos los que llevamos un tiempo y tiene que aguantar un par de fuetazos con la vara. Si se va, no puede entrar”.

Periodista español y redactor en Diario Libre. Graduado en Periodismo por la Universidad de Navarra, España.