El mercado haitiano que está a solo 20 metros de una frontera sin muro

Cientos de haitianos cruzan el río Artibonito andando para abastecer su mercado, sin el impedimento de ningún muro

En la carretera Internacional hay un pueblo llamado, Tolory, en Haití, en el que comen galletas de arcilla

El mercado haitiano se activa los jueves. (Diario Libre/ Eddy Vittini.)

En Elías Piña hay un río que se llama Artibonito, en Bánica. Se puede cruzar andando y para nada es ancho. Este río, que ejerce de frontera entre República Dominicana y Haití, ve pasar cada jueves a cientos de personas cargadas con mercancías. Las canoas son el principal medio para cruzar, pero también hay algunos que prefieren mojar su motor o pasar a pie.

El pueblo de Bánica está repleto de gente. El miércoles casi no había movimiento. Sin embargo, es jueves. Eso significa que hay mercado tanto en el lado dominicano como en el haitiano. En este tramo de la frontera no hay ese muro de cemento y metal, nada de eso.

Antes de abandonar la carretera asfaltada y bajar hacia el río por un camino de piedra, unos militares del Cesfront (Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrestre) ordenan detener el coche. Para acceder al río Artibonito hay que identificarse.

Uno de los guardias, el de más rango, dice: “No confíen en nadie allí abajo. No se peguen mucho a los haitianos, porque hay algunos peligrosos”. Lo dijo de forma seria, consciente de que es un paso fronterizo sin muro, por lo que cualquier problema se puede intensificar. Al otro lado no tienen autoridad.

Otro de los militares, que estaba escuchando la conversación, añade: “Están a un paso de su país y cogen valor”.

Dos países y un río

Por el camino que baja hacia el agua, decenas de haitianos cargan a sus espaldas sacos de harina de 100 libras. Uno de ellos, el más fuerte, lleva tres. Los demás pueden cargar dos. Ese es el lado dominicano. Ellos compran la mercancía y la llevan a Haití.

Un niño, en el lado dominicano, con un pañuelo rojo en el cuello. Por (Miguel Caireta)
Cada saco de harina tiene 100 libras. Por (Eddy Vittini.)

Una vez llegan al río, otros haitianos gobiernan las canoas. Symisi es uno de ellos. Tiene 48 años y lleva 15 ejerciendo esta labor. El precio para subir a bordo de una canoa no está fijado. “Cada uno me da lo que quiere”, explica. El río es el terreno de nadie, la frontera natural.

Allí también hay muchos niños. La mayoría de ellos están jugando en el agua, desnudos. Pero también los hay que trabajan a bordo de las canoas, con un palo en la mano para anclarlas y dirigirlas.

Al otro lado, al alcance de la vista está Haití. Ese país que se ve sumido en el desorden y la violencia. Con un golpe de vista se puede identificar que se trata del país vecino, pues el monte que da sombra al mercado está pelado, posiblemente a causa de la fiebre haitiana por el carbón.

El miedo a hablar

Algunos de los haitianos del mercado prefieren no hablar. No porque les dé vergüenza la cámara o el micrófono, sino por razones más importantes como la emigración.

Uno de ellos, que prefiere guardar su identidad, ayuda a llevar mercancía de una orilla a otra. “Prefiero no hablar porque luego que yo voy mucho a la capital puedo tener problemas. Yo he caído preso varias veces”, confiesa.

Sin embargo, pese al ambiente de tensión que se vive entre militares y civiles en un trozo de frontera, que no hay muro, el mercado haitiano funciona con normalidad. Gracias a este intercambio de mercancías, que solo puede realizarse por la política fronteriza dominicana, algunas pequeñas localidades haitianas y cientos de personas pueden sobrevivir.

La Carretera Internacional y el mercado donde comen arcilla

Abandonamos el mercado haitiano de Bánica y nos adentramos a la carretera Internacional, que comprende la distancia entre la provincia de Elías Piña y Dajabón.

Es un camino de tierra de más de 50 kilómetros difícil de transitar. La particularidad de esta carretera internacional es que, al igual que en Bánica, no hay muro fronterizo. A la izquierda del carro está Haití y a la derecha República Dominicana.  ¿Es un lugar peligroso?

- “No se detengan en ningún sitio y no hagan caso a nadie”.

Esto explicaba uno de los militares de la 3ra. Brigada de Infantería a Diario Libre, justo antes de emprender el camino, en la fortaleza de Pedro Santana.

En la Carretera Internacional abundan puestos de vigilancia. Sin embargo, hay muchos tramos en los que no hay nada, tan solo territorio haitiano a un lado y dominicano en el otro. Es por esto por lo que hay que ir con cuidado, más ahora que Haití está inmerso en un bucle de violencia.

Arcilla, mantequilla y sal

Luego de más de 30 kilómetros de terreno escabroso, de difícil circulación, un mercado empieza a distinguirse en el fondo. Hay una avenida principal sin asfaltar con una hilera infinita de puestos de madera en los costados. Parece un laberinto de palos que salen del suelo para sujetar unos tejados improvisados. No es día oficial de mercado, pero muchos comercios están activos.

Los carteles allí no están en español. En lugar de tienda, leemos “boutique”. Eso nos da una idea de dónde estamos. Es la carretera Internacional, pero el nombre del pueblo, sus habitantes y los carteles demuestran que nos encontramos en el lado haitiano. Se trata de Tilory, un pueblo con bastante pobreza.

La señal del celular es débil y el ‘run, run’ no es ese que se escucha en nuestro país. El ambiente es distinto. En primer lugar, un sol abrasador que parece quemar la madera de toda la infraestructura mercantil. En segundo lugar, su gente. Las cámaras no son muy bienvenidas y algunas personas, sobre todo hombres, gritan y tratan de impedir una entrevista.

En medio de todos esos puestos de comida, vemos lo que andábamos buscando: las galletas de arcilla. Maribel, una de las comerciantes, de 18 años, se ofrece a hacer de traductora. Se acerca a un puesto en el que ofrecen fruta, especies y galletas. Nos muestra lo que parece ser un tostón de piedra. Como si fuera de plátano, con la misma forma, pero de arcilla. Maribel traduce: “Están hechas de tierra, mantequilla y sal”, dice.

El sabor de esas galletas de arcilla es salado, un poco incómodo para el paladar. Pero la textura es más impactante. Esas galletas están hechas en su mayor parte de tierra, por lo que un mordisco es lo más parecido a morder una piedra y masticar arena. La textura se te queda entre los dientes y se cuela en las muelas, provocando así la sensación de tener arena muy fina en la boca.

Maribel comenta que estas galletas las consumen “muchas mujeres, sobre todo las que están embarazadas. Los hombres no tanto, solo algunos”.

Esta es, sin duda, la evidencia de la pobreza que se vive en Haití. Galletas de tierra, mantequilla y sal, algo inédito que sólo se puede encontrar en un viaje a través de la carretera internacional, en el país vecino de Haití.

Periodista español y escritor. Se graduó en la Universidad de Navarra.