La pugna entre Cuba y EEUU, último vestigio de la Guerra Fría en Occidente
"Quizá en un eventual segundo mandato de (Barack) Obama en Washington podrían mejorar las cosas"
MADRID.- La antagónica relación entre EEUU y Cuba recuerda a "una novela de Graham Greene o John Le Carre", congelada en una época en la que esa enemistad estaba determinada por la Guerra Fría y era considerada como "inevitable", cuando en realidad no lo fue nunca, explica el investigador italiano Vanni Pettinà.
"La imagen que tenemos es que era ineludible este conflicto entre Estados Unidos y Cuba. Lo que intento demostrar es que no fue así.
Tal confrontación se dio por la dinámica de la Guerra Fría. Y no fue inevitable", indica en una entrevista a Efe Pettinà, experto en estudios latinoamericanos y del Caribe.
Este doctor por la Universidad Complutense de Madrid es autor del libro "Cuba y Estados Unidos 1933-1959. Del compromiso nacionalista al conflicto" (Catarata), que ofrece una visión diferente sobre la
contienda entre Washington y La Habana desde el análisis de las revoluciones cubanas de 1933 y 1959.
Esa revolución de 1933 fue el germen de una modernización del país, que se sobrepuso al sistema oligárquico imperante, pero que no llegó a cuajar finalmente, lo que llevaría primero a la dictadura hacia la que derivó Fulgencio Batista y después a la insurrección castrista.
"No fue un fracaso de la revolución de 1933, sino del sistema político que surgió a partir de esa revolución y que creó las condiciones de la de 1959", que a su vez fue "una respuesta al vacío que se había formado ante ese proyecto democrático de los años 40", explica Pettinà.
El autor, que forjó la idea de este libro cuando investigaba para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, subraya la importancia de esa época de cambio en las relaciones entre Cuba y EEUU.
"Siempre se ha dicho que la política exterior norteamericana frustró cualquier intento de desarrollo en Cuba, pero no fue de estamanera", apunta.
Después de 1933, refiere, "se dio una convergencia entre el nacionalismo cubano y la política exterior de Estados Unidos, que no se repitió, sin embargo, en 1959, porque en esta época la Guerra Fría había cambiado ya la percepción norteamericana del nacionalismo radical cubano, a raíz también de lo que ocurría en otras partes del mundo".
Pettinà destaca la diferencia que había a fines de los años 50 entre la mirada que hacia Cuba tenían los funcionarios de carrera del Departamento de Estado, "quienes creían que, si dos décadas antes fue posible un compromiso, éste podía repetirse", y la visión de los embajadores políticos nombrados por el presidente Dwight Eisenhower, "que reflejaban esa mentalidad de la Guerra Fría".
Ganaron éstos en el pulso para definir las relaciones con Cuba, a
pesar de que aquellos fueron incluso partidarios de impulsar, tras la victoria de Fidel Castro, una gran coalición en la isla en la que este líder guerrillero participara, aunque rebajada su influencia.
"Ese conflicto entre el Departamento de Estado y los embajadores ería determinante a la hora de fijar una posición de dureza ante la Cuba de Castro. En todo caso, y pese a lo que se ha dicho después, las consecuencias fueron traumáticas para los dos países", agrega Pettinà.
Tal actitud, recuerda, "se fue radicalizando, hasta el hito del intento de invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, y aún no ham acabado".
"La relación entre EEUU y Cuba está congelada en una época en la que predominaba esa Guerra Fría. Es como una novela de espías de Graham Greene o John Le Carre. Washington ya no actúa así con ningún otro país ni siquiera con Corea del Norte. Aunque parezca absurdo, muestra más comprensión hacia regímenes como el de Pyongyang quem hacia la Cuba castrista", asevera.
Pettinà ve más fácil una salida a este conflicto con un cambio de política en Estados Unidos que en la propia Cuba. Allí, señala, hay ahora una oposición anticastrista "más ilustrada", con periodistas y otros profesionales liberales que han dejado la isla.
"Quizá en un eventual segundo mandato de (Barack) Obama en Washington podrían mejorar las cosas", aventura.
Pero el paso fundamental, subraya, estaría en la retirada del embargo estadounidense sobre Cuba. "Entonces desaparecería una de las mayores justificaciones que tiene el régimen castrista para no cambiar nada. Cambiarían totalmente las cartas que ahora hay sobre la mesa", concluye.
Este doctor por la Universidad Complutense de Madrid es autor del libro "Cuba y Estados Unidos 1933-1959. Del compromiso nacionalista al conflicto" (Catarata), que ofrece una visión diferente sobre la
contienda entre Washington y La Habana desde el análisis de las revoluciones cubanas de 1933 y 1959.
Esa revolución de 1933 fue el germen de una modernización del país, que se sobrepuso al sistema oligárquico imperante, pero que no llegó a cuajar finalmente, lo que llevaría primero a la dictadura hacia la que derivó Fulgencio Batista y después a la insurrección castrista.
"No fue un fracaso de la revolución de 1933, sino del sistema político que surgió a partir de esa revolución y que creó las condiciones de la de 1959", que a su vez fue "una respuesta al vacío que se había formado ante ese proyecto democrático de los años 40", explica Pettinà.
El autor, que forjó la idea de este libro cuando investigaba para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, subraya la importancia de esa época de cambio en las relaciones entre Cuba y EEUU.
"Siempre se ha dicho que la política exterior norteamericana frustró cualquier intento de desarrollo en Cuba, pero no fue de estamanera", apunta.
Después de 1933, refiere, "se dio una convergencia entre el nacionalismo cubano y la política exterior de Estados Unidos, que no se repitió, sin embargo, en 1959, porque en esta época la Guerra Fría había cambiado ya la percepción norteamericana del nacionalismo radical cubano, a raíz también de lo que ocurría en otras partes del mundo".
Pettinà destaca la diferencia que había a fines de los años 50 entre la mirada que hacia Cuba tenían los funcionarios de carrera del Departamento de Estado, "quienes creían que, si dos décadas antes fue posible un compromiso, éste podía repetirse", y la visión de los embajadores políticos nombrados por el presidente Dwight Eisenhower, "que reflejaban esa mentalidad de la Guerra Fría".
Ganaron éstos en el pulso para definir las relaciones con Cuba, a
pesar de que aquellos fueron incluso partidarios de impulsar, tras la victoria de Fidel Castro, una gran coalición en la isla en la que este líder guerrillero participara, aunque rebajada su influencia.
"Ese conflicto entre el Departamento de Estado y los embajadores ería determinante a la hora de fijar una posición de dureza ante la Cuba de Castro. En todo caso, y pese a lo que se ha dicho después, las consecuencias fueron traumáticas para los dos países", agrega Pettinà.
Tal actitud, recuerda, "se fue radicalizando, hasta el hito del intento de invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, y aún no ham acabado".
"La relación entre EEUU y Cuba está congelada en una época en la que predominaba esa Guerra Fría. Es como una novela de espías de Graham Greene o John Le Carre. Washington ya no actúa así con ningún otro país ni siquiera con Corea del Norte. Aunque parezca absurdo, muestra más comprensión hacia regímenes como el de Pyongyang quem hacia la Cuba castrista", asevera.
Pettinà ve más fácil una salida a este conflicto con un cambio de política en Estados Unidos que en la propia Cuba. Allí, señala, hay ahora una oposición anticastrista "más ilustrada", con periodistas y otros profesionales liberales que han dejado la isla.
"Quizá en un eventual segundo mandato de (Barack) Obama en Washington podrían mejorar las cosas", aventura.
Pero el paso fundamental, subraya, estaría en la retirada del embargo estadounidense sobre Cuba. "Entonces desaparecería una de las mayores justificaciones que tiene el régimen castrista para no cambiar nada. Cambiarían totalmente las cartas que ahora hay sobre la mesa", concluye.
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