La escasez de indios obliga al tráfico
Entregamos otro extracto del primer capítulo del libro de próxima aparición "La Población Dominicana", del destacado historiador dominicano. Por Franklin J. Franco
La desaparición de la población aborigen de La Española fue la consecuencia, en primer orden, de su superexplotación de su trabajo en las minas, donde se laboraba de sol a sol, al igual que en las construcciones y canteras, en los predios agrícolas dedicados a la siembra masiva de la yuca, algodón, maíz, en las labores forzadas de la recolección del oro de aluvión, etc., en la elaboración obligada del casabe, sustituto del pan de harina de trigo que pudo suplir la dieta del europeo y jugó un papel clave en la alimentación de los conquistadores de tierra firme. Situación de superexplotación que, como señalan los cronistas, (de lo que se hizo eco Fray Antón de Montesino en su ejemplar sermón pronunciando en Santo Domingo en las navidades de 1511) conducían a las mujeres aborígenes al aborto y al suicidio para no parir y no pasar por el martirio de entregar al trabajo esclavo a sus hijos, donde morían exhaustos y hambrientos o víctimas de los maltratos de sus amos o encomenderos, beneficiarios de los repartimientos.
La reducción de la población taína alcanzó tempranamente un ritmo tan acelerado que ya en 1509, el rey Fernando autorizó a los colonos españoles a que importaran mano de obra india de las islas vecinas, fundamentalmente de las islas Lucayas (hoy Bahamas) y de las llamadas "islas inútiles" y determinó poco después el que las autoridades, al introducirse y extenderse el cultivo de la caña de azúcar, obtuvieran licencias para la importación de esclavos negros.
Otra causa de la reducción de la población taína era la emigración de los aborígenes que huían en canoas hacia la isla vecina para alejarse desesperadamente de los crímenes, abusos y la superexplotación en el trabajo.
Naturalmente resulta imposible de determinar su magnitud por la ausencia de registros documentales. Pero su número seguramente fue elevado. Esta emigración, la primera que registra nuestra historia, mereció incluso, la atención de la monarquía. Una Real Provisión de fecha 19 de octubre de 1514, trató el tema con precaución y la copiamos completa porque este es sin duda la primera documentación importante que hemos encontrado sobre "emigración ilegal" y en él se hace referencia al cacique Hatuey, quien huyendo del escenario de martirio en que se convirtió su tierra, huyo hacia Cuba y allí fue apresado, "juzgado" y condenado a morir en la hoguera por el "delito" de huir del ambiente de exterminio que se vivía en su tierra.
El día del suplicio, encontrándose ya prendida la hoguera, Hatuey dijo al sacerdote que quería confesarlo antes de morir para convertirlo a la fe católica, bajo la promesa de que a cambio recibiría como premio pasaje directo a la gloria, que no deseaba emprender ese viaje para no tener que encontrarse en ese lugar con españoles.
La Provisión Real que hemos mencionado, dice así:
"Don Fernando, etc. Por cuanto a mí es hecha relación que al tiempo quel cacique Hatuey, natural de la isla Española, ya defunto, estando en nuestro servicio en la dicha isla, él y otros muchos indios que así mismo estaban sirviendo en la dicha Española se pasaron huyendo a la isla de Cuba y han estado revelados y fuera de nuestra obediencia, por lo cual han caído y fuera de nuestra obediencia, por lo cual han caído e incurrido en grandes penas, así civiles como criminales; e agora a mí es fecha relación que los dichos indios que así se absentaron vienen en conocimiento de su yerro y querrían correr a nuestro servicio y obediencia y temen que serán executadas en ellos las dichas penas en que incurrieron. Por ende, por servicio de Dios Nuestro Señor y porque sus ánimas sean remediadas usando con ellos de clemencias y piedad, por esta mi carta o por su traslado signado de escribano público perdono / remito cualesquier penas así ceviles como criminales en que por la dicha cabsa ayan caído e incurrido a todos los indios que han vuelto o volvieren a nuestro servicio a la dicha isla Española a servir con ella segund e como lo hacen los otros indios questan en la dicha isla; y porque sean ciertos dello mandé dar la presente firmada de mi nombre, sellada con mi sello, por la qual mando a don Diego Colón, nuestro almirante, visorrey e gobernador, etc., e a los nuestros juezes de apelación e oficiales e otras justicias de la dicha isla Española que guarden e cumplan e hagan guardar e cumplir esta mi carta e contra el tenor e forma dello no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar en tiempo alguno ni por alguna manera cumpliéndose la razón, etc. Dada en Valbuena, a XIX de octubre de DXIII años. Yo el Rey. Firmada e refrendada de los dichos".
Como el decaimiento de la población aborigen fue acelerada y la demanda de mano de obra para el trabajo en las minas, en las construcciones y en las haciendas se multiplicaba, ahora con la autorización de la monarquía las autoridades de la colonia se permitió la organización de armadas que salían en buques de La Española, financiadas por comerciantes y por funcionarios de la administración colonial, tras la cacería de aborígenes de las islas cercanas para su venta; inaugurando así el tráfico de indios. Los aborígenes capturados eran vendidos en el puerto de Santo Domingo.
El negocio prontamente fructificó y en 1512 salieron de Santo Domingo dos armadas en cuatro naos y dos bergantines y 400 expedicionarios que se dirigieron a las Pequeñas Antillas a robar indios para proveer de mano de obra a los colonos de La Española. Los documentos históricos no señalan cuantos aborígenes fueron capturados en estas expediciones ni en ningunas otras y por tales razones no es posible conocer con exactitud la cantidad de aborígenes importados por aquellos años, pero de seguro fueron decenas de miles los cuales también murieron, al igual que los nativos, a causa de la superexplotación y las enfermedades.
Lo que si conocemos es que el negocio del robo de indios para su venta en Santo Domingo era muy bueno pues las expediciones se multiplicaron rápidamente y también nos enteramos por las palabras de algunos cronistas como Las Casas, de algunos pormenores de esta otra tragedia, como por ejemplo su escalofriante arribo al puerto de Santo Domingo descrito en su Historia de Indias, capitulo CLXVI, II, pág. 581:
"…desembarcaban a los tristes desventurados, desnudos, en cueros, flacos, para expirar; echábanlos en aquella playa o ribera como unos corderos, los cuales, como venían hambrientos, buscaban los caracolicos o hierbas y otras cosas de comer, si por allí hallaban, y como la hacienda era de muchos, ninguno de ellos curaba para les dar de comer y abrigallos hasta que se hicieran las partes, sino, de lo que traían en el navío, algún cazabí, que ni los hartaba ni sustentaba…"
A continuación, extraído del excelente estudio de Carlos E. Deive, "La Española y la esclavitud de los indios", el precio de los indios procedentes de la Costa de las Perlas, capturados en uno de sus viajes por la armada del capitán Gonzalo de Ocampo, en 1522, con los nombres de los compradores:
El cacique Hatuey huyó hacia Cuba y allí fue apresado, "juzgado" y condenado a morir en la hoguera.
El precio de los indios
Licenciado Matienzo,
11 indios 113 pesos
Marcelo de Villalobos,
10 indios 128 pesos
Lope De Bardecí,
7 indios 83 pesos
Jácome de Castellón,
16 indios 321 pesos, 4 tomines
Cristóbal de Santa Clara,
3 indios 45 pesos
Alvaro Braco,
1 indio y 1 india 40 pesos
Juan de León,
16 indios 172 pesos
Cristóbal Lebrón,
10 indios 111 pesos, 4 tomines
Francisco de Tapia,
18 indios, debe de resto 84
pesos, 4 tomines
Francisco del Tostado,
1 india y 2 niñas 20 pesos
Pedro Ledesma,
4 indios 52 pesos
Herederos del tesoro
Esteban de Pasamonte,
7 indios 115 pesos
Melchor de Castro,
5 indios 76 pesos
Juan Franco,
3 indios 42 pesos
Gonzalo de Cazalla,
4 indios 28 pesos, 4 tomines
Chantre Alonso de Peralta,
22 indios 279 pesos, 4 tomines