Ramón Lobo repiensa la soledad y las ciudades en su nuevo libro

Jorge Salhani

Madrid, 29 oct (EFE).- Hace unos dos o tres años, Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955) empezó a escribir su nueva obra literaria. La idea central era reflexionar sobre cómo llevamos la vida en las ciudades y sobre la soledad en sus diversas formas. No imaginaba, en esa época, que sus consideraciones iniciales serían un preludio para un porvenir de soledad mucho más exacerbado.

Su nuevo libro, “Las ciudades evanescentes” (Península, 2020), llegó a las manos de sus lectores al mismo tiempo que los países intentan frenar una segunda ola de contagios de la pandemia de coronavirus, que ya infectó a más de 40 millones de personas en todo el mundo.

La pandemia de la COVID-19, la peor desde la de 1918, fue una 'multiplicadora' de lo que ya hablaba el libro, explica Lobo a Efe. A medida que se pierden los espacios de convivencia, aumentan las soledades interiores, explica el periodista en la obra.

De ahí viene su titular. Dice que las ciudades no son pensadas para los seres humanos, sino para las máquinas, para las grandes empresas. Ha evanescido en las grandes urbes la proximidad entre las personas y ahora, después de la pandemia, considera que es el momento para su reestructuración.

Repensar las ciudades, para él, sería tomar un ritmo humano: verlas con los ojos y no a través de pantallas, y poder ir despacio por las calles -una chance que la vida nos da y que no la sabemos aprovechar-.

Según Lobo, la impersonalidad de los centros urbanos conlleva a un vacío existencial -”la pandemia de nuestra época”, afirma-, cuando uno se siente solo aunque esté rodeado por otras personas.

Cree que el sentido de comunidad, vivido durante la cuarentena, no se mantendrá por mucho tiempo. Parecía que sí con todos los aplausos en las ventanas, dedicados principalmente al personal sanitario, aunque, en realidad, cuenta que no ha podido ver esa comunidad que aplaudía, ya que sus ventanas, por las cuales tenía que salir como si fuera un submarino, daban al cielo.

SOLITUD FRENTE A SOLEDAD

La solitud es diferente de la soledad, compara el autor. No es impuesta, la elegimos. Comenta que se siente cómodo sólo en su casa. “Con el confinamiento me ha dado la sensación de que todo el mundo estaba copiando mi estilo de vida”, rememora.

Piensa que quizá la misma comodidad no la sintieron sus dos gatos, cuyas miradas le preguntaban si no se iba a marchar para que se quedaran con la casa toda para ellos. Por eso considera que todos -también los animales, las casas, los objetos- necesitan sus espacios personales.

El confinamiento fue una gran oportunidad para la gente que quería conocerse a sí misma, valora Lobo, pero reconoce que no todos tuvieron la misma experiencia. Algunas personas no tenían casas tan agradables para quedarse veinticuatro horas encerrados en ella, otras no se llevaban muy bien con sus compañeros de piso.

Para los que ya no podían escapar a las terrazas, a las casas de otros o a sus trabajos, sus hogares se convertían en una cárcel.

UNA CIUDADANÍA MÁS FUERTE

Ramón Lobo pasó su cuarentena en Madrid, ciudad que 'está a la cabeza de las ciudades sin cabeza', escribe en el libro.

Se acuerda de haber hecho cierto esfuerzo para comprender la improbabilidad de ver -por la televisión- escenarios típicamente turísticos, como la Puerta del Sol, desiertos.

Llama la atención a las estructuras de desigualdad de las ciudades. Así como existen actores imprescindibles durante la pandemia, hay impostores. Parte importante de estos últimos están en la política y otra parte importante en las élites económicas, opina.

Y añade que los impostores, que poseen el poder, piensan las ciudades de acuerdo con sus intereses. Para él, la crisis sanitaria fue -y está siendo- mal gestionada en casi todos los países, que no tienen una memoria pandémica.

Lobo afirma no saber cómo será el nuevo presente. Tampoco sabe qué cosas se han quedado definitivamente en el pasado. Sigue existiendo la confusión temporal del confinamiento.

Tiene esperanza de una ciudadanía más fuerte. Y de cambios imperceptibles que hagan volver el sentido de comunidad.

Pese a todo, le ha gustado a Ramón el parón de las ciudades fantasma de la pandemia. Al final, analiza, le sirve a la gente como una posibilidad de empezar de nuevo y hacer las cosas mejor. EFE

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