La “política del hijo único”, el mayor control demográfico de la Historia

Foto de archivo tomada el 16 de noviembre de 2013 de un padre y su hijo en una tienda de muebles en la ciudad de Shenyang, provincia china de Liaoning. (EFE/Wu Hong)

PEKÍN. A finales de los años 70 China, el país más poblado del mundo, que en décadas anteriores y bajo la batuta de Mao Zedong fomentó altos índices de natalidad para aumentar su mano de obra, cambió diametralmente su política demográfica y prohibió a la mayor parte de las familias que tuvieran más de un hijo.

Tras la muerte de Mao en 1976 y de acuerdo con las nuevas teorías que preconizaban grandes desastres como consecuencia de la superpoblación mundial, China comenzó a lanzar estrictas medidas de planificación familiar que comenzaron con un límite de dos hijos por pareja y en 1979 se redujeron a un sólo vástago.

En todo caso, para el régimen esta política nace oficialmente el 25 de septiembre de 1980, cuando una circular del Partido Comunista de China ordenaba a los miembros de esa formación y a los de la afín Liga de la Juventud Comunista que tuvieran sólo un hijo, una norma que después se aplicaría a toda la población nacional.

Según la Comisión de Población y Planificación Familiar de China, encargada durante más de tres décadas de aplicar esta ley, China actualmente tendría más de 1.700 millones de habitantes si no se hubiera puesto en práctica esta norma, en lugar de los cerca de 1.400 millones actuales.

Según el censo de 1982, la población de China era de 1.008 millones de personas y crecía a un ritmo anual del 1,3 por ciento, mientras que el pasado año la tasa de crecimiento era del 0,5 por cien.

Para Pekín, esto contribuyó a la mejora de muchos indicadores sociales, como la renta per cápita, la esperanza de vida (ahora de 75 años), la extensión de la educación o la disminución en el número de personas que viven en la pobreza (unos 600 millones hace tres décadas, 70 millones en la actualidad).

No obstante, el propio régimen comunista admite que la política del hijo único tuvo también efectos negativos, como el envejecimiento de la población, que ha llevado al país asiático a considerar la posibilidad de elevar la edad de jubilación, que suele rondar los 60 años en los hombres y los 50 en las mujeres.

Las estrictas medidas aumentaron los abortos selectivos y los abandonos de niñas por familias que preferían tener un hijo varón, lo que desencadenó otros problemas, como el desequilibrio de sexos o el tráfico de bebés y esposas (en algunos pueblos apenas hay mujeres debido a la citada preferencia por tener chicos y no chicas).

Algunos efectos secundarios incluso deben considerarse violaciones de los derechos humanos, tales como la aplicación de esterilizaciones y abortos forzosos (a veces con la gestación muy avanzada) a matrimonios que se saltaron la ley.

Además la política fue considerada por muchos un tanto clasista, ya que las multas por tener más de un hijo -en general equivalentes a un año de ingresos, aunque varían según la ciudad- son muy elevadas para personas de clase baja pero son llevaderas por los ricos, por lo que muchos de ellos se saltan la ley.

El país asiático confía en estabilizar su población e incluso comenzar a tener un crecimiento demográfico negativo hacia mediados de siglo, y ya antes, en torno a 2025 según algunos estudios, será rebasada por la India como el país más populoso del mundo.

La política del hijo único establecía que las familias sólo pueden tener un vástago, pero también incluye muchas excepciones a esta regla, especialmente en zonas rurales, para evitar los citados abandonos de niñas.

Desde 2013, por ejemplo, podían tener un segundo hijo las parejas urbanas en las que o el marido o la esposa no tuvieran hermanos (antes de ese año los dos debían cumplir ese requisito para que se pudiera hacer con ellos una excepción.

En el mundo rural, por otro lado, aquellas madres rurales que hubieran tenido una niña en el primer embarazo podían intentar tener un segundo hijo, un intento de aliviar la situación en familias campesinas que necesitaban varones para poder mantener su economía o incluso su casa en generaciones venideras.

Además, las familias de minorías étnicas como los tibetanos, los mongoles o los uigures, entre otras, pueden tener hasta tres hijos, dado el escaso porcentaje que estos pueblos representan en el total nacional (apenas el 5 por ciento).